Mensaje al mundo del trabajo / 1
Secretario general de Alianza PopularHay muchas maneras inaceptables de dirigirse al mundo del trabajo. Hay una ingenua, que hablando con razón del valor creador del trabajo, y de las satisfacciones profundas de la obra bien hecha y del deber cumplido, olvida la realidad penosa de lo que también tiene sus lados de maldición bíblica. Cualquiera que se acerca desapasionadamente al duro laborar de las minas, de las calderas, del manejo de la maquinaria pesada; a la dura monotonía de la cadena de producción; a los difíciles equilibrios en los andamios de un rascacielos o de una presa; o a los largos días del pescador de altura, entre las olas y lejos de casa, ha de reconocer que el trabajo obtiene su mayor grandeza en el sacrificio, y que sólo lo pueden medir quienes lo realizan directamente y sus familias.
Pero tampoco es seria una actitud de adulación demagógica. Los que le dicen al trabajador que todo es explotación y abuso; que debe reclamar y luchar como sea, con tal de destruir un orden injusto; los que le ponen como modelo una jauja utópica, sabiendo muy bien que la aventura puede terminar en los campos de concentración de Siberia; los que le estimulan, en definitiva, en contra del trabajo y de la producción, ciertamente no le hablan tampoco en serio.
No se puede hablar del trabajo y a los trabajadores sin dedicarles como mínimo el respeto de la seriedad y de la verdad. Podría ser algo respetable la defensa de determinados modelos económicos, sociales y políticos, antes de que éstos se hubieran estrenado. Así, hablando del comunismo, hoy ya sabemos lo que ha dado de sí en Rusia, en China, en Cuba y en otros países. Precisamente porque esos experimentos han fracasado, ahora se nos habla de que el verdadero comunismo está por venir, y de que se ha inventado una fórmula más prometedora, compatible con la libertad y la democracia, pero no deja de ser notable que se diga esto después de más de un siglo del manifiesto comunista de Marx, y a más de medio siglo de la revolución rusa.
No hay un partido que sea más de los obreros que los demás, o, mejor dicho, no basta poner la palabra «obrero» en el título de un partido para acreditar que se sirve de un modo más eficaz a los trabajadores. De lo que se trata es de saber cuáles son las cosas que realmente convienen al mundo del trabajo, y cómo pueden lograrse de modo más eficaz. Un hecho parece evidente: los trabajadores que viven mejor son los de Estados Unidos, Alemania, Francia y otros países occidentales. Todos ellos funcionan dentro del mundo occidental, bajo el modelo económico-social que llamamos economía social de mercado. Ello demuestra que la realidad económica y social no confirman la tesis de que los Estados socialistas sean los mejores para el trabajador: El precio del resentimiento, que intenta por envidia suprimir todas las desigualdades sociales. es una vida peor para todos. A pocos les puede contentar el vivir peor a cambio de que todos vivan tan mal como él. Y no hacen falta muchas estadísticas y testimonios para demostrarlo: basta ver lo que pasa en Berlín. Si ha habido que hacer el famoso «muro de la vergüenza» entre el Berlín oriental y el occidental es porque todo el mundo quería pasarse del primero al segundo.
¿Qué es lo que debemos pedir a una sociedad para que sea más justa? En primer lugar, una combinación eficaz de seguridad y libertad. Sin orden y seguridad no se puede vivir, lo que desgraciadamente vuelve a estar muy claro en nuestra España de hoy. Tampoco se vive bien en una sociedad donde no haya un mínimo de libertades privadas y públicas, como en los países comunistas. Nunca se logra una solución perfecta, pero un Estado ha de basarse a la vez en la autoridad, en la libertad y en la justicia, sin que una destruya a la otra. El límite más claro y eficaz al exceso de autoridad del Gobierno es la existencia de derechos privados. Los dueños de los grandes periódicos de Washington y Nueva York pudieron enfrentarse con Nixon; en ningún caso podrían hacerlo con los gobernantes del Kremlin los redactores de Pravda o los demás periódicos de Moscú.
Se dirá que la propiedad está mal repartida, y es cierto. Pero el remedio no puede estar en la desaparición de la propiedad. Todos tenemos algo, más o menos, y todos cuidamos mejor lo propio que lo ajeno; por eso, en nuestro país, como en los demás, funcionan mejor las empresas privadas que las públicas.
Lo que tenemos que pedir al sistema económico social es que funcione bien; es decir, que movilice los mayores recursos posibles para la inversión productiva, aumentando el producto nacional. que vamos luego a repartir entre todos; que se creen puestos de trabajo suficientes para que se pueda ejercer la libertad de trabajo; que proporcione una amplia gama de servicios sociales (vivienda, educación, sanidad, etcétera) al alcance de todos.
Lo que no puede plantearse, en cambio, es un sistema que favorezca al que menos trabaje y produzca; al más pícaro en lograr un certificado falso o una credencial injustificada de desempleo; al que procura en definitiva, menores rendimientos en el trabajo y mayores compensaciones a cambio. Porque entonces se va reduciendo la proporción de los que, sin trabajar, quieren vivir a costa de los demás; y los que trabajan obtienen cada vez menos, en favor de los que se resisten a hacerlo.
No se conoce ningún país en el cual se progrese sin trabajo, sin ahorro, sin inversión. Es cierto que tampoco se puede esperar que el trabajador obtenga todo lo que es justo sin la presión constante e inteligente de la acción sindical. Pero los sindicatos independientes, del tipo americano, han obtenido más para el trabajador que los sindicatos politizados de otras obediencias, donde la cuestión principal no es el interés de los trabajadores.
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