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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Referéndum nuclear

AUSTRIA HA votado no al átomo. Aunque por escasa mayoría un 50,47% contra un 49,53%, con una afluencia de votantes del 64,1% del electorado inscrito-, los austriacos han votado contra la implantación en su país de la que iba a ser su primera central nuclear, cuyos trabajos además estaban ya muy adelantados. Resultado a primera vista sorprendente el de un país desarrollado que toma una decisión democrática en contra de lo que aparentemente va en el sentido del progreso y de sus propios intereses. Pero la sorpresa no es tal si se piensa que, en todo caso, se ha tratado de elegir unos intereses frente a otros. La pregunta que surge en primer lugar es la de saber qué es precisamente el progreso, cuáles son sus valores prioritarios y cuál es el precio que pueden costar a la colectividad. En todo caso, la fecha es histórica, pues se trata de la primera vez que el tema se somete a referéndum en un país democrático y desarrollado. (De todas formas, y aunque se trate de otro tema muy diferente, hay que recordar la negativa de los noruegos a entrar en la CEE como un precedente en el que un pueblo adulto y democrático rechazó de plano su inteeración en un conjunto económico y comercial multinacional, lo cual parecía también, en su momento, ser el camino del progreso. Los noruegos dijeron no y allí no pasó nada.)El átomo es un tema crucial y polémico, uno de los grandes problemas que tiene planteados el mundo contemporáneo. De alguna manera no se ha librado todavía de su terrible pecado original, el de su espantoso nacimiento en Hiroshima y Nagasaki. La connotación trágica de lo nuclear se ha convertido en una especie de magia irracional que contagia a partidarios y enemigos de su implantación en el mundo posindustrial. La utilización pacífica de la enereía atómica está todavía en sus comienzos, pero la crisis energética que padece el Globo ha convertido el tema en una urgencia de primera magnitud.

Los datos básicos parecen claros: el mundo necesita hoy de la eneraía nuclear, al menos si quiere continuar por la misma senda emprendida hace ya dos siglos con la revolución industrial y el desarrollo del sistema capitalista. Pero la energía nuclear, hoy por hoy, amenaza el equilibrio ecológico, degrada el medio ambiente y encierra el enorme peligro de la diseminación del arma nuclear. Son muchas las necesidades, por tanto, pero no menores los riesgos que su adopción generalizada supone. De hecho, los austríacos, al votar no a su primeracentral nuclear, se han condenado a la penuria en su más inmediato futuro. La enemía existente es cada vez más rara y cara, y Austria carece de los necesarios recursos propios: al cerrarse el camino a la energía nuclear, y teniendo en cuenta que otros sistemas de producción energética están todavía en sus balbuceos y son inaplicables para la industria, los austríacos han dicho sí a la austeridad y tendrán que apretarse el cinturón. Por un lado, han pensado al votar de esa manera en conservar su calidad de vida, pero por otro la van a ver seriamente amenazada.

Científicamente, la energía nuclear es un avance indiscutible. Económicamente es una necesidad. Pero de lo que se trata ahora es de clarificar el tema, de desmitificarlo, de saber con exactitud cuáles son sus verdaderos costes y riesgos. Mucho nos tememos que la proliferación de los apóstoles de la ecología y enemigos de lo nuclear, al parecer incontenible en el mundo desarrollado, no signifique otra cosa que la concienciación de los peligros, más candente por cuanto menos claros están los términos del problema. Es muy posible que la ciencia sea capaz en el futuro de controlar estos graves peligros. La investigación en este terreno es muy costosa, pero debe ser absolutamente prioritaria. Pues, por el momento, nos encontramos con todo lo contrario. Lo que importa ahora parece ser producir laenergía nuclear: lo que debe importar es el cómo producirla.

Lo más urgente, por tanto, es la clarificación, la información. Si el referéndum austriaco resulta histórico no lo es tanto por su resultado -pues las diferencias, además, han sido muy exiguas, sólo de 30.000 votos para todo el país- sino por el hecho mismo de haberse celebrado. En efecto, un referéndum es una ocasión única para un debate colectivo total, en el que todos los términos del problema sean planteados con toda claridad ante la opinión pública. Hasta ahora, en todos los países del mundo, hasta en los de más rancia tradición democrática, las decisiones sobre este tema han sido más bien dictatoriales, totalitarias, han venido de arriba a abajo, dictadas por los Gobiernos, por las administraciones, por los economistas y tecnócratas. Ni los equipos en el poder ni sus respectivas oposiciones han sabido o querido reclamar la opinión del pueblo. Para ello es preciso primero una amplia y total información. De ahí que el ejemplo austriaco, de cuya estirpe democrática no se puede dudar, constituya, por una parte, un valioso precedente y, por otra, un elemental correctivo a procedimientos abusivos que son habituales en el mundo occidental.

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