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El Atlético fue más rápido y efectivo que el Valencia

En un partido de malísima calidad el Atlético de Madrid se impuso al Valencia. El equipo rojiblanco, que pudo marcar antes de cumplirse el minuto de juego, pero encajó a los veinte el único gol en un fallo tremendo de su defensa, puso un poco más de orden respecto a partidos anteriores, y, sobre todo, una rapidez al contraataque como en sus mejores tiempos. Con eso solamente le bastó para imponerse a un Valencia mejorado respecto al que visitó Chamartín al principio de la Liga, pero que dio otra vez la sensación de jugar contraído, sin la soltura que un equipo armado debe tener para aspirar a todo. En la lucha férrea de marcajes y el exceso del. centrocampismo que existió en el partido, se distendió mejor el Atlético y por eso ganó.Lo curioso es que para cumplirse una vez más aquello de que el fútbol es un juego y no siempre tiene lógica, el Valencia marcó primeramente, pese a que hasta ese momento jugaba mejor el Atlético. A los cincuenta segundos, una internada de Marcial -con velocidad incluso desconocida- la cortó mal Bonhoff y Ayala se encontró con el balón a la carrera desviándolo bien ante la salida de Pereira, pero medio metro por fuera del poste derecho. A los cinco minutos, otra salida en falso del guardameta valenciano (de las varias que haría) casi permitió a Rubén Cano marcar.

Sin embargo, al fijarse en los marcajes al comenzar el partido se pudo comprobar que tenían más sentido los del Valencia. Quizá no por su efectividad ante la rapidez rival, pero sí por su orden. En el Atlético, en cambio (y se, vio en el gol encajado a los veinte minutos), el precio de colocar a Marcelino sobre Kempes y a Eusebio con Felman, sacando a ambos de su sitio (pues el lateral tenía que ser más veces central y al revés), parecía demasiado caro. Aunque el cuadro valenciano sólo había tirado una vez a puerta, en una falta mal lanzada por Kempes y un pase de Pereira -al ataque, porque también debe ir- estuvo a punto de dar ocasión a Rubén Cano -en posición dudosa, eso sí- para marcar, vino el gol «che» y con él empezó a cambiar el panorama.

Los siguientes veinte minutos fueron de dominio visitante ante el desconcierto atlético y lo triste es que sin brillantez, porque los fallos se sucedieron en los dos conjuntos. Saura, en dura lucha con Capón, tuvo dos goles en sus botas, y Pereira debió recurrir a las astutas obstrucciones para evitar lo peor. La defensa valencianista, con Cerveró sobre Ayala, Botubot ante Cano y Carrete frente al más retrasado Leal -aún muy discreto-, se asentó como el centro de campo, donde Solsona, al principio muy retrasado, pudo distribuir juego y dejar sentada su calidad pese al despliegue físico habitual de Guzmán; Bonhoff contuvo los primeros momentos inspirados de Marcial, y Cabral se fue demasiadas veces de un Alberto laborioso, pero desacertado hasta en el pase, su último punto fuerte.

De todas formas, el partido había empezado raro y así debía seguir. Como el Valencia no supo sacar provecho de los fallos rivales, tal vez por ese ambiente absurdo de tensión, con más teatralidad que dureza en las entradas, el Atlético empató aprovechando la rapidez perdida anteriormente. Se dice que marcar un gol poco antes del descanso siempre hunde la moral del contrario y quizá por eso la segunda parte comenzó con el misto tono, presagio del gran gol que sería el de la victoria. El empuje atlético no fue ya sólo en esta ocasión de Rubén Cario, sino asunto de todo el equipo. Pareció como si en la despedida de Luis como entrenador -ayer tomó posesión Szusza a las once de la mañana- el equipo quisiera ofrecerle, por obligación, el triunfo. Además, se había hablado de su falta de entrega y la verdad es que hubo demasiada por momentos. No tanta como la cantidad de tarjetas absurdas exhibidas por el árbitro, pero sí rozando límites de dureza punible.

El resto del partido careció de historia, pese a la entrada de Arias por Cordero para que Bonhoff pasara a la defensa libre e intentara llevar el peligro desde atrás, estilo Beckenbauer. No lo consiguió el alemán, porque el Valencia no tuvo ataque que le arropara y se desmarcara al llegar al área, pero dio otra vez el soberano ejemplo de su corrección. Corrección que en este caso equivale a buena profesionalidad, a dedicarse a jugar al fútbol sin fingir falsas lesiones que equivocan y exaltan aún más al público. El Valencia, de cualquier forma, no mereció el empate, porque no concretó sus hechuras, ni siquiera al entrar Diarte, último recurso. Navarro, indeciso algunas veces, había parado fenomenalmente el único tiro peligroso de Saura, en el minuto 61. Al final, dos contraataques atléticos, uno de ellos incluso en fuera de juego, los salvaron. Botubot y Carrete «in extremis». Tampoco un 3-1 hubiese sido justo. Lo justo es amonestar a ambos equipos por tan mal partido.

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