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Myron Farber, símbolo de la defensa del secreto profesional del periodista

«Me metí en esta historia, sobre la que yo no tenía ni idea, en el verano de 1975. El director de mi periódico me encomendó que tratara de descubrir qué es lo que había detrás de una noticia breve que hablaba de una serie de muertes en el hospital de Riverdell, ocurridas diez años antes. La noticia llegó al periódico a través de una lectora, residente en Nueva York, quien dijo que tenía información sobre estas muertes y que, además, pensaba escribir un libro sobre ellas»Myron Farber -Mike para sus compañeros de redacción- investigó el caso desde finales de agosto de ese mismo año hasta los últimos días de diciembre. A medida que iba adquiriendo información clara y coherente la redactaba y la entregaba a su director. A finales de 1975 y primeros meses de 1976 se publicaron los resultados de sus investigaciones. En estos artículos hablaba sobre trece misteriosas muertes acaecidas en el hospital Riverdell (New Jersey) en 1966 e implicaba en las mismas a un médico, al que él llamaba «Doctor X».

El «Doctor X» fue identificado por los tribunales del distrito, que abrieron de nuevo una investigación judicial sobre estas misteriosas muertes a raíz de los artículos de Farber, como el doctor Mario E. Jascalevisch. A este médico, nacido en Argentina y afincado en Estados Unidos, el fiscal le acusaba de haber intervenido en la muerte de cinco pacientes del citado hospital al haberles administrado dosis letales de curare.

El periodismo de investigación (Investigative reporting), de larga tradición en Estados Unidos, alcanzó quizá su máxima cota, o al menos la más espectacular, a raíz del escándalo político Watergate Los reporteros Woodward y Bernstein, del Washington Post, asentaron las bases para el florecimiento de esta manera directa desnuda y responsable de enfrentarse a la información, florecimiento que en algunos casos llegaría a la exasperación.

Justamente porque el periodismo de investigación está considerado como uno de los más fuertes antídotos contra la corrupción y abusos, no sólo del poder político sino también del de los particulares con influencia o proyección social, es una de las prácticas más peligrosas, incluso físicamente, y que mayor preparación exige, porque cualquier irresponsabilidad en su aplicación pondría en peligro la reputación y credibilidad de toda la prensa.

Los periódicos norteamericanos han creado casi todos un equipo de reporteros de investigación. Farber, cuarenta años, lleva dedicándose a este tipo de periodismo en el New York Times desde hace doce. Su objeto de información, su campo de trabajo, no ha sido la política, sino los problemas humanos que diariamente vive la ciudad de Nueva York. A Farber le son familiares los juzgados de guardia, los barrios bajos, los hospitales, los lugares donde se concentran los marginados. Por eso Farber difícilmente encontrará un Watergate, «pero escribe sobre cosas -ha dicho James Markham, corresponsal del New York Times en España- mucho más importantes para las gentes de Nueva York que las de la lejana política oficial».

La defensa del doctor Jascalevich, quien tiene ahora prohibida la práctica de su profesión, alegando la existencia de una conspiración entre el New York Times y el fiscal encargado del caso consiguió que un tribunal ordenara al periodista la entrega de las notas en base a las cuales redactó sus artículos sobre el «Doctor X». Tanto Farber como su periódico se negaron rotundamente a cumplir la requisitoria del tribunal, acogiéndose a la libertad de prensa reconocida en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos. El 24 de julio de este año, Farber ingresaba en prisión, de la que saldría 39 días más tarde. La empresa editora del New York Times, además de pagar una multa de 100.000 dólares. debería satisfacer también diariamente la cantidad de 5.000 dólares.

Mientras duró su encarcelamiento. Farber convenció a su mujer. Sabine Farber, para que se tomara unas vacaciones junto con sus dos hijas, Delphine, de siete años, y Christophe, de cuatro, en las costas del sur de Francia. «En la cárcel no fui tratado mal. Estaba en una celda pequeña al lado de un convicto de asesinato y de un violador. La puerta de la celda permanecía normalmente abierta. El sheriff de la cárcel de Bergen County, Joe Job, dijo que apreciaba, de hecho, que yo no era un criminal corriente. Yo no fui a la cárcel porque quise. No tengo la más mínima apetencia de constituirme en un mártir, pero estaba dispuesto a dejarme encarcelar si con ello protegía el derecho que tiene el público a conocer. El resultado de todo esto es que estoy en la cárcel.»

«La cuestión de fondo en todo este asunto -dijo Farber al juez- es si un periodista americano que no ha hecho nada más que tratar de dar una información lo más completa posible sobre un hecho que interesa al público, puede ser forzosamente convertido por los tribunales en un arma investigativa de defensa o de persecución.»

«Se han cuestionado seriamente -terminaba Farber ante el Juez- mis intenciones informativas y mi integridad personal, pero a pesar de todo, y precisamente a raíz de estos ataques, he llegado a apreciar. como nunca lo había hecho antes, el verdadero valor de una prensa responsable a la que nunca ni por nada se la llegará a intimidar.»

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