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Más de un millón de metros cuadrados de espacio libre esperan una decisión oficial

La propuesta de nuestros tres arquitectos se caracteriza, sobre su atinada condición unitaria, por su estricta verificabilidad, sin modificación sustancial de lo existente, de lo dado. Consiste, por decirlo de forma gráfica, en un positivo no hacer, esto es, en un cuidadoso respeto a las amplias zonas (dependencias incluidas) que las cinco estaciones ferroviarias, exentas ya de usos, regalan en bandeja a la ciudad y al ciudadano. Un intencionado no hacer o un estratégico conservar y rehabilitar lo hecho (lo súbitamente heredado), adecuando los reclamos del nuevo territorio a los signos más específicamente definitorios de la ciudad antigua y facultando, por su gracia, un circuito recorrido o paseo sin solución de continuidad y con esmera da ponderación de las características físicas, ambientales, antropológicas.... los valores y matices de orden formal, cívico, ecológico.... y toda suerte de huellas de la historia y la tradición popular.Un llano recorrido a pie, insensiblemente educativo e imposible hoy de practicar tanto por la agobiante intensidad del tránsito rodado como por la interrupción paulatina del trayecto y la intempestiva desvinculación de las exiguas zonas verdes para con las habitables y abusivamente habitadas. Un saludable paseo que incluiría. sin práctica excepción. las señales más genuinamente distintivas (los hitos histórico-artísticos) de la ciudad, los índices cuasinaturales de su identidad conformación y desarrollo. Un signo, en fin. orientador, infalible. lineal. indeclinable, fiel a sí mismo, perpetuado en su propio discurrir y lúcidamente inserto en el meollo de una ciudad. como Madrid. dramáticamente desprovista de orientaciones. si no son las que impone a su antojo el código de circulación y a su dictado reproduce el odioso suma y sigue de cientos y cientos de pestañeantes semáforos.

¿Quiere usted probar la andadura de este tan deleitable paseo, obediente a realidad verificable, que no a ensoñación o utopía? Tome como punto de partida el que en el plano adjunto se ha elegido, y, a tenor de la numeración que lo ilustra, déjese guiar por sus ojos (¡ojalá que un día no lejano pueda usted hacerlo por sus propios pies!). Iniciada la ruta en la esplanada de las ermitas de San Antonio de la Florida (1). prosigue, surcando los terrenos que legaría como zona verde la estación de Príncipe Pío (A). hasta el Palacio Real (2). con una leve inflexión hacia el teatro de la Opera (3) y otra más amplia que. a través de la plaza de España, vendría a conectar con el núcleo del cuartel de Conde Duque (4). Fiel a sí mismo y orientado en su propio hacerse, el trayecto avanzaría a lo largo de San Francisco el Grande (5) y puerta de Toledo (6) y, flanqueado por los espacios verdes. idealmente cedidos por las desaparecidas estaciones Imperial (B) y de Peñuelas (B. 1). llegaría hasta el puente de Toledo (7) para seguidamente enlazar. merced a las antiguas rondas, con la estación de Delicias (C) y la de Atocha (D). oportunamente transformada en parque su respectiva y extensa red viaria.

La atenta lectura del proyecto de Juan Navarro Baldeweg, Angel Fernández Alba y Javier Bellosillo Amunátegui le llevará a usted, mucho mejor que mi prosa, a la conclusión inmediata de que toda la operación tiene por base el libre aprovechamiento espacial de aquellas extensas áreas que a la ciudad y al ciudadano parecen regalar nuestras cinco estaciones, en trance de perder, o ya perdidos, los usos de antaño. Sólo con el favor de sus respectivos territorios, y a merced de una política de eventual no hacer o de razonable y explícito, impedir, se facilitaría el saludable paseo que aquí se ofrece al convecino, tan necesaria su fronda como el aire que uno quisiera respirar. La ciudad tendría a la mano aquellas zonas verdes que su creciente densidad demanda a voz en grito.

6,85 metros cuadrados de zona verde por cada madrileño

Es de saberse que Madrid, con un censo de más de cuatro millones de habitantes, posee los mismos parques que cuando apenas excedía los 500.000. En vergonzosa situación deficitaria para con cualquier otra urbe foránea de análoga entidad, la capital de España dispone actualmente de 63 espacios abiertos. con un total de trescientas hectáreas. Ni con la inclusión de la Casa de Campo se alcanzan las 2.400. lo que viene a traducirse en la irrisoria proporción de 6,85 metros cuadrados por persona.

Convertidos en espacios abiertos los terrenos de nuestras cinco estaciones ex ferroviarias (con todos los incentivos cívicos, recreativos y culturales que en su interior y exterior cabe acomodar y la propuesta de nuestros arquitectos recoge y diversifica). había de producirse en el acto una correlación equitativa entre la abundancia de vegetación diseminada al norte y oeste de la ciudad y la irritante penuria fácil de advertir en las zonas Este y Sur. El proyecto. en fin. de nuestro caso subraya sin alterar para nada los espacios dados. la efectiva posibilidad de aquello que, en una acepción distinta de la habitual, podríamos denominar concentración parcelaria. Los terrenos de la estación de Príncipe Pío son, en efecto, colindantes con los del par que del Oeste, y los de las estaciones Imperial y de Peñuelas se unen a través del parque del puente de Toledo, no mediando solución alguna de continuidad entre los de la de Delicias y los de la de Atocha.

Tampoco la hay a la hora de proseguir el paseo desde Atocha y a lo largo del llamado del Prado Jardín Botánico y parque del Retiro, con la antesala de la Escuela de Agrónomos (8) y la intermitencia armónica del Observatorio Astronómico (9), Palacio de Cristal (10). Palacio de Velázquez (11), extendiéndose la ruta, con la natural diferencia de niveles, hacia las áreas en que se alzan el museo del Prado (12), Casón del Buen Retiro (13), Real Academia de la Lengua (14), Banco de España (15), Palacio de Comunicaciones (16) y Minísterio del Ejército (17). Como acto de reparación a los desmanes que la especulación del suelo ha perpetrado en la avenida que, partiendo de Cibeles, irrumpe en la Castellana. parecería de justicia. asignar al paseo un redoblado carácter cívico-recreativo-cultural, con restricción eeneral del tránsito rodado y particular atención a edificios tales. entre otros, como la Biblioteca Nacional (18), el museo Lázaro Galdeano (19) y museo de Ciencias Naturales (20), hasta su confluencia con la calle de Raimundo Fernández Villaverde.

A partir de ella, de su culminación en el antiguo hospital de Maudes (21) e inmediato descenso por la calle de la Reina Victoria, se adentraría el recorrido en la Ciudad Universitaria, acercándose a los accesos de la Casa de Campo e incidiendo, sin pausa, en el parque del Oeste para conectar, de retorno, con el punto de origen: la explanada en que se asientan las dos ermitas de San Antonio de la Florida. El que de este segundo trayecto no aparezcan cifras indicativas en el plano que se adjunta, ni aluda mi comentario a concretos edificios, obedece a que toda la libre anchura de la Ciudad Universitaria se caracteriza, obviamente, por su condición específicamente cultural, sin que en tal comarca falten dependencias destinadas a la convivencia colegial, a la práctica deportiva y al menester cívico-recreativo. Se trata de una demarcación cualificable como ciudad jardín, con preponderancia de espacios abiertos (menores cada vez, por desgracia) y no del todo disconformes, salvo excepción, con las zonas edificadas. ¿Envidiable paseo? Envidiable y fácil de trasladarlo ala realidad, con sólo impedir que los espacios abiertos preexistentes y los que propicia el desuso de las cinco estaciones se vean eventualmente a salvo de todo tipo de construcción, prestos a acoger aquellas funciones. insisto, recreativas, cívicas y culturales de que nuestra ciudad tanto adolece. Advierten los proyectistas cómo por medio de una serie ae parciales intervenciones de diseño, en perfecta comunión con la traza urbana (o lo que de ella va quedando), es factible luna propuesta global, de influjo in cuestionable en la recuperación de la imagen de la ciudad. Su propuesta se funda en la verificación de un circuito. ¿Y a qué, sino a la idea de circuito, ha respondido históricamente el hacerse de Madrid? ¿Se nos ófrece de ella, a vista de plano, otra configuración que no sea la imagen de un circuito abierto, distenso, continuado, co mo orientación ejemplar de su propia, orientación?

Madrid: un crecimiento circular

A lo largo de su historia, el crecimiento, de Madrid se ha desarrollado en áreas circulare expandiéndosé desde un punto común de tangenc¡a que cabría situar en el antiguo Alcázar. El solo recorrido al borde de la cornisa sobre la que se instala el Palacio Real, y por la zona que ocupaban las antiguas murallas, las puertas de Segovia, de Toledo y Atocha, el parque del Retiro, el paseo del Prado y de la Castellana..., vendría a identificar se a modo de perfecta concordan cia con el itinerario mismo de su desenvolvimiento histórico, de su génesis: una secuencia de ambientes que expresan vivencialmente las sucesivas concepciones urbanas desde el antiguo casco, con sus plazas recoletas y angostas calles a las actuaciones, más enfáticas y visualistas, en las avenidas arboladas del siglo XVIII, y hasta el concepto de malla ortogonal que define en su ensanche al Madrid del XIX.

Recorrer tales itinerarios equivale en cierto modo a perseguir una serie de imágenes que caracterizan elocuentemente el paulatino hacerse de la ciudad. Con este enfoque, la exploración de las áreas, existentes viene a demostrarnos cómo una labor de elaboración intencionada sobre la huella del ayer bastaría para poner de manifiesto el primer plano que a tales imágenes cumple en el escenario de la ciudad, en comprobable armonía con otras que son propias de los días que corren. La congruencia entre aquéllas y éstas queda suficientemente ejemplificada en el trayecto antedicho. Su contextura exige como elemento unifiicador la concatenación de espacios abiertos, dependiendo su posibilidad o verificabilidad del buen uso que se asigne a los extensos territorios de las estaciones de Príncipe Pío, Imperial, Peñuelas, Delicias y Atocha. Recuperar como zonas verdes estos amplios espacios y vincularlos a otras y otras parcelas de semejante condición sería tanto como homogeneizar un parque común y tornarlo accesible a la vuelta, prácticamente, de cada esquina,

No se olvide que a la ausencia de espacios abiertos se suma el agravante de una indiscutible falta de distribución homogénea que dificulta el acceso desde cualquier punto de la ciudad, roto el equilibrio con relación a los distintos barrios y a la equitativa convivencia de los diversos grupos sociales. El programa de sistema de parques que aquí se propugna vendría a llenar cumplidamente tan ostensible laguna, subsanaría deficiencias de accesibilidad, propiciaría el equilibrio de una deseable norma distributiva, cumpliría el papel de elemento integrador entre los convecinos y terminaría por realzar las relaciones de continuidad y contraste entre la ciudad y la naturaleza.

A diferencia de otras urbes europeas, dista mucho Madrid de tener una integridad visual que le sea propia y distintiva. Aparecen sin nexo, sin explícita relación, los puntos focales, los monumentos y los sectores de acusada identidad fisonómica, siendo no poco difícil la localización de sus rincones más singulares. La antigua topología de relaciones y conexiones, que tan a la maravilla llevaran a Cabo y cumplimiento las rondas y las vías Oeste-Este (calle Mayor, Sol, Alcalá) han quedado esencialmente desfiguradas, con pérdida parcial de su función conectiva, y en una confusa situación notoriamente agravada por el abuso del tránsito rodado. La asistencia unidimensional a las exigencias de la circulación motorizada y a los espacios de aparcamiento, lejos de traer algún remedio a una enfermedad de muy grave pronóstico, ha concluido por confiar el caso a aquellas fuerzas sobrenaturales con las que no creo tengan particular relación soteroliógica las últimas y crecientes actuaciones de nuestro Ayuntamiento.

Una M-30 cultural y de zonas verdes

¿Solución? Crear, y cuanto antes, un circuito liberador cual el que aquí se propone: un cordón circunvalatorio, con todos los alicientes cívicos que la opresiva vida de Madrid reclama tanto como el aire los pulmones del sufrido ciudadano; una especie de M-30 lúdico-cultural (no todos han de ser circuitos destinados a la circulación rodada) que posibilite al transeúnte el saludable ejercicio del pasear en torno a la ciudad en que mora, al tiempo que se educa su mirada al ritmo de sus pasos. ¿Procedimiento? Un estratégico no hacer, o un rabioso impedir que se monte una monstruosa operación especuladora sobre aquellos terrenos y dependencias ex ferroviarias en las que se vislumbra la última (ila última!) opción salvadora de la ciudad de nuestros pecados (harto más veniales, desde luego, que muchos de los ajenos a punto de perpetrarse, según rumor fidedigno, en los espacios de nuestras cinco estaciones, por mala obra y desgracia de alguna de las llamadas multinacionales).

Una política urbana de no hacer (y no otra es la que a nuestro caso conviene) tiene por fundamento de razón esta llana advertencia: que es mucho más rentable conservar y rehabilitar la ciudad antigua que erigir sobre sus despojos las trazas de otra nueva. No hace mucho que el mismísimo director general de Urbanismo denunciaba en estas páginas la urgente necesidad de sortear los altos costos causados por la desaparición o traslado de usos y actividades y su trueque indiscriminado por otros, sin que tuviera la menor duda a la hora de dejar sentado este juicio contundente: «Evitar el despilfarro que supone la destrucción del capital social fijo, representado por la edificación existente, que hubiera sido reciclable bajo supuestos de rehabilitación urbana. De este despilfarro da idea el que, sólo en Madrid, el valor de los edificios de vivienda demolidos desde la aprobación del vigente Plan General puede cifrarse en más de 100.000 millones de pesetas, cifra que casi bastaría para resolver el actual problema de vivienda en la capital.»

A tales supuestos se ciñe, justamente, la propuesta de nuestro comentario, caracterizable y definible, sobre su atinada condición unitaria, por su estricta verificabilidad, sin modificación sustancial de lo preexistente, de lo dado: las amplias zonas que el desuso de las estaciones de Príncipe Pío, Imperial, Peñuelas, Delicias y Atocha deja a la libre disposición de un trazado urbano, por cuya oportunidad se facultaría la compensación y homogeneidad de amplias zonas verdes, distanciadas, hoy, y desconexas. A partir de ellas (y sólo de ellas) sería del todo factible la recuperación del hacerse de Madrid. corroborando su imagen histórica con nuevos usos., sin menoscabo alguno de sus dependencias y a merced de una intervención no especialmente onerosa (a fin de cuentas, se trata de sustituir los raíles ferroviarios por el verdor del césped, y albergar bajo las viejas cúpulas de las estaciones unos nuevos cometidos cívico-recreativo-culturales).

Quede para una próxima entrega la recensión programática de tales y tan convenientes actividades participativas, y valga de colofón la insistencia en una decidida política de no hacer, cual la aquí postulada, o en una actitud colectiva de impedir a toda costa que lo que bien pudiera entrañar el último intento salvador de nuestra ciudad concluya en feudo de una inconfesable operación especuladora, fundada, en razonable sospecha. Nos ha llegado, en efecto, el rumor en torno a la reciente constitución de una compañía, con capital extranjero (francés, por más señas) y gerencia española, cuyas miras se dirigen al aprovechamiento de los terrenos «liberados» (¿), al producirse el desalojo de las antiguas estaciones madrileñas. De tomar cuerpo la conjetura (y si la toma sépase el lector oportunamente informado), caería, irremediablemente, sobre Madrid el telón de la tragedia, y no de aquella o aquellas que hicieron inmortales a Sófocles y Esquilo. La verdad es que, consolidada esta ambiciosa operación especuladora, nuestro paseo se iría definitivamente a paseo.

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