Un "travesti" en el callejón
ENVIADO ESPECIAL, Luis Miguel Ruiz tomó la alternativa con decoro, o apenas ni eso. No podía ser de otra manera, pues para la solemne ocasión le habían preparado una moruchada de mucho cuidado. Y es una pena, porque de la terna era el único que quería interpretar el toreo, y además puede hacerlo. Su primera faena fue bonita, sobre todo por los adornos, los remates y los pases de pecho, que instrumentaba con sabor y hondura. La otra resultó un soso trasteo que a nadie interesaba, pues a aquellas alturas de la corrida el público estaba saturado de incidentes y martingalas.Porque fue una corrida accidentada y absurda. Antes de empezar ya hubo temporal. En la plaza de San Martín de Valdeiglesias se detectan en seguida los temporales, aunque se produzcan en las antípodas del graderío. Son las localidades tan estrechas, están los espebadores tan pegados unos a otros -encajados por delante, por detrás y por los costados, como airgambois-, que si tose uno, convulsiona todo el tendido. Soltar mil pelas, que era lo que valía una localidad, para tener que pasar dos horas en estas condiciones es, ¿cómo diría yo, para que resultara a lo suave? Ya se lo imaginan.
Plaza de San Martín de Valdeiglesias, Corrida de feria
Lleno total. Toros de Román Sorando, cuatro anovillados, cuarto y quinto más aparentes; morochones, tres saltaron al callejón; el segundo protestado ruidosamente por cojo; también estaba derrengado el cuarto. Palomo Linares: estocada caída (dos orejas y rabo, éste muy protestado). Pinchazo hondo, bajo y tendido, rueda de peones y tres descabellos (pitos). Paco Alcalde: tres pinchazos, otro hondo y rueda descarada de peones (oreja que casi nadie había pedido, pese a las presiones y los gestos del banderillero Aurelio Calatayud). Pinchazo leve y rueda de peones (palmas y pitos). Luis Miguel Ruiz, que tornó la alternativa: seis pinchazos y estocada delantera (aplausos y saludos). Dos pinchazos, ruedas insistentes de peones y tres descabellos (silencio).
El vaivén frenético denotaba que en la lejanía había mar de fondo. Se enzarzaban varios individuos a guantazos, y las fuerzas del orden tuvieron que desalojarlos.
Ya dijimos de la moruchada, y luego estaban a torearla el señor Palomo y el señorito Alcalde. Entre tanto borrico, los dos únicos a los que les dio por embestir bien les tocó a estos dos veteranos del pico y el zapatillazo. Palomo hizo alsayo una faena de su marca; es decir, palomera: se retorcía, imprimía a los muletazos un no sé qué rabiosillo, dio circulares para acá y para allá, se arrodilló, y tiró los trastos. Y al suyo Alcalde le pegó trapazos con talante tremendista, tantos de rodillas como de pie, y derecho, ninguno.
Por cierto que este señorito banderilleó a su primero para colocar dos pares y medio (y al poco aún se cayó otro palo). Después del éxito nadie le pidió que banderilleara al quinto, pero en el último momento, cuando su peón (que aún dormido hace la suerte mejor que él) se dirigía al toro, le ordenó retirarse. Y nos hizo perder diez minutos de nuestro precioso tiempo, para colocar tres palos donde cayeran.
Tendrá ahora explicación -suponemos- que cuando Luis Miguel Ruiz salió a torear al sexto, el público ya estuviera hasta la coronilla de corrida y de plaza. Pero es que, además, tres toros saltaron al callejón y todos lo intentaban numerosas veces, lo cual convertía la corrida en una capea. Era la juerga, aunque en el fondo se barruntaba el drama. Pues en el callejón había un auténtico gentío, y entre el gentío un travestí, de peineta y abanico, empastelada su renegrida y muy poco agraciada faz, y paseaba su jacaranda repartiendo al tendido miradas soñadoras y besos a los circundantes.
En uno de los saltos, de poco se lleva el toro por delante a Guillermo Martín, apoderado del nuevo doctor y peón de confianta que fue del maestro Bienvenida. Guillermo debía estar pensando en otras glorias y ni se dio cuenta de que el burro con cuernos le caía junto a la cartera. El otro manso cayó pesadamente por donde había más concurrencia, a un pelo de los flecos del mantón del travestí, pero lesionó a un hombre. La autoridad tiene grave responsabilidad en este accidente, como en tantas otras cosas de esta corrida demencial, cara y mala.
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