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Londres ha dejado de ser paraíso de los emigrantes españoles

Londres es una de las ciudades europeas que cuentan con mayor afluencia de turistas. Sus parques, sus museos, Trafalgar Square, el Soho, Picadilly Circus con sus sex shops y la posibilidad de ver en privado una película pornográfica son algunos de los encantos mencionados por los turistas, aquellos que pasan unos días entre la mitológica -pero raras veces existente- neblina que alentó las historias de Edgar Allan Poe, y luego vuelven a sus países. Los mismos que comentan el cosmopolitismo de la gran urbe: «Se puede ver todo tipo de gente extraña con sus vestimentas típicas.»Estos hombres, mujeres y niños son los inmigrantes: hindúes y negros, paquistaníes y árabes, y, de manera menos notoria, los españoles.

A pesar de sus diferencias, las razones que han impulsado a estas gentes a abandonar sus países son repetidamente iguales: pocas oportunidades, persecución y pobreza. Vienen en busca de una vida mejor. Y, tal como lo expresa una investigación efectuada en el Saint Catherine College de la Universidad de Oxford sobre la inmigración: «No podemos negar que los inmigrantes están en su gran mayoría concentrados entre los estratos sociales más bajos: los prejuicios raciales, el idioma, la falta de preparación, hacen de los inmigrantes, especialmente el de color, el sector más explotado y explotable de la sociedad.»

Al igual que en el siglo XIX, con la llegada de los judíos, los inmigrantes de hoy tienden a concentrarse en los mismos sectores de la ciudad por motivos de identificación, ayuda y seguridad. En la actualidad, yendo hacia el lado sur del Támesis y dejando atrás el imponente edificio del National Theatre (Teatro Nacional), en los barrios de Brixton, Clapham, Peckham o Deptford se han instalado las comunidades hindúes y jamaicanas. Los españoles señorean en el sureste y en Portobello Road. Tanto unos como otros son los «turistas permanentes» de Londres.

El período máximo de expansión de la colonia española en Londres es en la década del cincuenta, donde la cifra oficial contabiliza a 20.000 residentes, cifra que hoy asciende a 60.000.

Los inmigrantes, sean estos venidos de la Commonwealth (antiguas colonias británicas) o europeos, se incorporan fundamentalmente al sector de los servicios: pequeños comercios o verdulerías en el caso de los asiáticos, y limpieza, hotelería, restaurantes y hospitales son los desempeñados por el 79,2% de los españoles. Rosa Redecillas ha vivido en Londres durante veinte años. Partió en busca de mejores expectativas económicas. Como casi todos sus compatriotas se integró en el sector hospitalario: «Conseguí un contrato de trabajo a través de un periódico en Madrid. Las condiciones eran -continúa- de que no debía decir que disponía de un contrato hasta que llegara a la frontera inglesa. Luego se estipulaba que debería trabajar cuatro años en lo mismo aunque podía cambiar de establecimiento, previo aviso a la policía.»

«A pesar de que el salario era muy bajo -dice-, tenía habitación y comida. En un comienzo nos dieron colchones de paja y ante nuestras amenazas de denuncia ante la embajada española pudimos conseguir una cama como Dios manda.»

Consuelo García también consiguió un contrato como camarera en un céntrico hotel londinense, el Cumberland: «Estuve allí diez años. Lo único que miraba era mi trabajo. Fui con la intención de juntar dinero para comprarme un piso en Madrid. Cuando tuve lo suficiente me volví.»

Ni Rosa ni Consuelo tenían experiencia previa en el trabajo. Estadísticas recogidas en el consulado español en Londres señalan que el 65% de la mano de obra de nuestro país desempeña actividades semicualificadas; el 30% son cualificados y el porcentaje restante hace trabajos sin cualificación ninguna.

El caso de A. S. es también característico. Estudiante de dieciocho años es enviado por sus padres a estudiar inglés a Londres. El aprendizaje se transformó en trabajo como auxiliar de un hospital.

Luego, como buen español, pasó a la rama hotelera «donde todo el personal era extranjero excepto la dueña. Me gané unas libras con las que me las arreglaba, ya que tenía comida y alojamiento en el mismo hotel». Esta fugaz incursión en el difícil mundo de los inmigrantes terminó a los seis meses cuando expiró su visa y el Home Office (Ministerio del Interior) le envió una carta invitándole a abandonar el país.

Mano de obra barata

Si bien en la década del sesenta no existían en Inglaterra grandes restricciones para la entrada al país de los europeos ni de los ciudadanos del Commonwealth, al coincidir esta época con una etapa de prosperidad y expansión en la industria, y, consecuentemente, con la necesidad de mano de obra barata para la industria, la del setenta es la etapa de recesión, lo que implica una contracción en el desarrollo industrial, desempleo (en el 76 había más de un millón de parados en Inglaterra) y, por tanto, se limita la entrada de los extranjeros que infunden la menor sospecha le quedarse. El Acta de Inmigración de 1971 estipula para el caso de los europeos no pertenecientes al Mercado Común la posesión de un permiso de trabajo expedido por el Ministerio británico de Trabajo. El caso de los inmigrantes del Commonwealth se hace por esta época mucho más difícil y polémico. A pesar de que muchos viajan con pasaporte británico deben atestiguar una relación de residencia, adopción y/o parentesco con Inglaterra para ser admitidos. Estas medidas, junto al hecho de que persisten las necesidades económicas de los que deciden abandonar sus países de origen, da paso a la inmigración clandestina que deriva en el enrolamiento en trabajos donde no existe protección legal alguna.En Inglaterra el 73 % del total de los inmigrantes son casados y con familia. La mano de obra femenina está también sujeta a la explotación. Muchas madres con hijos se ven en la necesidad de realizar el «trabajo a domicilio». Son obreras que trabajan para las industrias haciendo terminaciones de ropa o pintando juguetes en sus casas. Ellas no sólo no poseen contrato alguno, ni están sindicadas, sino que el empresario puede prescindir de sus servicios cuando lo estime conveniente, y pagar, por supuesto, bajísimos salarios.

Los sindicatos ingleses, por su parte, han tratado de evitar el enrolamiento de trabajadores en estas actividades alternativas de la industria como una manera de proteger a los actuales obreros empleados en este campo y, además, como un modo de evitar la explotación de los trabajadores que desempeñan estos oficios.

Ante la imposibilidad de buscar soluciones insertas en la estructura sindical, los dirigentes han propuesto la creación de guarderías que faciliten la movilidad de las madres que deben buscar empleo; el establecimiento de cursos de inglés que aceleren el aprendizaje del idioma y, sobre todo, una rigurosa inspección en las industrias que abusan de este tipo de trabajo.

El Gobierno británico también ha puesto su granito de arena, que por supuesto se ha perdido en la inmensidad de la playa. Se crearon los Wages Councils (Oficinas de Control de Salarios), cuya misión es la de proteger a los trabajadores que no caen bajo la férula sindical, y establecer salarios acordes con las leyes vigentes.

El Instituto Español de Emigración asegura que la partida de españoles, al menos legalmente, a Gran Bretaña es estacionaria desde 1973. Sin embargo, en 1974 se detecta la presencia de los compatriotas en las plataformas petrolíferas del mar del Norte. Aunque ha sido imposible conocer el número exacto de españoles que trabajan allí, se aventura la cifra de 4.500 o 5.000.

Esto es un muy somero panorama de lo que se observa más allá de la luminotecnia de Picadilly Circus.

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