La exportación, en la encrucijada
Director general de AECI
La política comercial española de cara al exterior, seguida por los distintos Gobiernos en los últimos años, puede resumirse como una sucesión de programas de «fomento de las exportaciones», con la característica común a todos ellos de su pobreza en cuanto a ambiciones, alcance de las medidas dispuestas e imaginación de los planteamientos, y a los que, como palpable demostración de ineficacia, han seguido sucesivas devaluaciones en profundidad de la peseta. Nuestro país, que tradicionalmente ha venido ocupando el último lugar entre las naciones del mundo en materia de cobertura de balanza comercial (documento que recoge el saldo entre exportaciones e importaciones), venía neutralizando los efectos deficitarios de la misma gracias a los ingresos procedentes del turismo y a las transferencias de los emigrantes. Sin embargo, a partir de la crisis del 73, el encarecimiento de los precios de todas nuestras importaciones en general, y más en particular de los productos energéticos, trastocó la situación, quedando nuestra balanza por cuenta corriente (documento que recoge las operaciones con el exterior relativas a comercio, turismo, royalties, servicios, remesas de emigrantes y otras transferencias, etcétera, y que es el que refleja la situación de déficit o superávit global de España frente al exterior) totalmente desequilibrada, por lo que simultáneamente comenzó a crecer rápidamente la deuda exterior y disminuyeron nuestras reservas de divisas.
La situación empezó a ser muy preocupante. España vivía muy por encima de sus posibilidades y, de haber seguido al mismo ritmo el déficit, nuestra capacidad de pago frente al exterior hubiese desaparecido en corto plazo. Sin embargo, un a serie de circunstancias vinieron a alejar, al menos por el momento, los negros nubarrones que amenazaban nuestra solvencia internacional.
Esfuerzo de los empresarios
La fuerte recesión interna obligó a los empresarios españoles a hacer un gran esfuerzo para colocar sus mercancías en otros mercados, incrementando sus exportaciones, incluso en condiciones nada favorables de rentabilidad, y luchando en el interior por sustituir en todo lo posible las importaciones por productos nacionales, mientras aquéllas, por otra parte, cayeron sensiblemente. como consecuencia del menor ritmo de actividad nacional. El turismo, gran compensador habitual, volvió a recobrar en 1977 sus niveles normales, ofreciendo inmejorables expectativas para 1978. De otro lado, también tuvieron su incidencia los efectos climatológicos, pues las estaciones suaves y lluviosas por las que pasa España en los últimos tiempos han permitido unas magníficas cosechas, con la consiguiente disminución de las importaciones de cereales, y una más importante economía en productos energéticos foráneos como consecuencia del aumento de la abundante producción hidroeléctrica.
No obstante, si analizamos estos hechos favorables, vemos que los mismos son meramente circunstanciales (si con una visión optimista consideramos la crisis por la que pasamos como meramente coyuntural) y la balanza de pagos comercial, habiendo mejorado notablemente, sigue manteniendo a España en la peor de las posiciones en lo que a índice de cobertura (relación entre exportaciones e importaciones) se refiere. El déficit de la misma en 1977 fue del orden de 600.000 millones y se prevé que alcanzará los 450.000 millones en el presente año de 1978. Por ello, sería absurdo caer en un tranquilizante y falso optimismo.
La exportación española suministra trabajo a más de un millón de personas y actúa como activador de la economía, de forma análoga a como lo hace la inversión. Han de aprovecharse, por tanto, todas las oportunidades de promocionarla, pues representa a corto plazo una tabla de salvación para muchas empresas españolas, que habrán de cesar en su actividad caso de no encontrar salida a sus mercancías en el mercado exterior y, al mismo tiempo, produce puestos de trabajo imprescindibles en las actuales circunstancias. Más a largo plazo, la consolidación y aumento de presencia de la industria española en el exterior significa una condición de necesario cumplimiento si se quiere proceder a una hipotética reactivación de nuestra economía, ya que, de no existir la correspondiente contrapartida exportadora a unos niveles suficientes, el aumento de las importaciones que irremisiblemente se producirán como consecuencia del mayor nivel de actividad, nos abocaría a una rápida pérdida de reservas y al dilema de volver a deprimir la economía o caer en una suspensión de pagos a nivel internacional.
Tímido plan de Comercio
El Ministerio de Comercio y Turismo, responsable en la materia y consciente de este problema, ha preparado un nuevo plan de fomento, que si bien ha requerido de un notorio esfuerzo, resulta muy tímido si se comparan las medidas que propone con las que ya disponen de antiguo nuestros competidores europeos. No obstante, significa un paso positivo por las novedades que encierra.
Entre las mismas, conviene mencionar el lanzamiento de nuevos sectores con capacidad potencial de proyección hacia el exterior, que hasta ahora había permanecido totalmente desatendidos, como es el caso de la industria de la construcción en su actividad exportadora, cuya importancia queda reflejada por el hecho de que la misma representa la primera partida en cuanto a comercio exterior en países como Francia o Italia, a pesar de lo cual en España estaba totalmente abandonada a su suerte. Por ello, no obstante a que las medidas previstas en favor de tal sector son muy parciales y de escaso alcance, al menos saca a la industria española de la construcción, en lo que se refiere a actividad internacional, de la anterior situación de absoluto desamparo oficial. En cualquier caso, las medidas propugnadas por el plan resultan mínimas si se miden a tenor del tratamiento que recibe el sector en prácticamente todos los países desarrollados.
También incluye el nuevo plan la novedad de prever la creación de oficinas comerciales en países de gran interés, pero que hasta ahora carecían de las mismas, como es el caso de Arabia Saudita y Libia (a los que compramos el año pasado por un valor de 117.000 y 38.000 millones, y vendimos 8.200 y 12.160, respectivamente). Tal decisión, que nace con un irrecuperable retraso de más de una década, resulta en cualquier caso una medida de un valor apreciable. No obstante, también en este aspecto tememos un alcance mínimo del plan y que tales oficinas nazcan con unos medios materiales escasos.
No obstante, el principal problema radica en que el citado plan, a pesar de su modestia, está encontrando grandes resistencias a la hora de su puesta en práctica.
Los recursos del Ministerio de Comercio están muy por debajo de las necesidades mínimas requeridas para una acción eficaz, viéndose al mismo tiempo muy afectados por la escasez de remuneraciones e incentivos que pueden ofrecer a sus funcionarios más activos y prestigiados, los cuales son constantemente sometidos a la tentación de ofertas de trabajo mucho mejor pagadas por parte de las empresas exportadoras privadas. Este hecho, a nuestro entender, impide al Ministerio afrontar una acción más decidida en otros países cuyas condiciones de vida resultan difíciles para nosotros al ser imposible compensar adecuadamente al personal que hubiera de destinar allí.
Quizá más importante, por su trascendencia, es el problema de la carencia de una acción común vinculante que activa realmente la totalidad de la política económica española; es decir, que pese a los esfuerzos que el Ministerio de Comercio y Turismo realiza para involucrar, en sus directrices y política de fomento a la exportación, a los restantes departamentos de la Administración que han de cooperar en sus programas de acción, no encuentra todo el eco requerido en aquellos aspectos que se salen estrictamente de sus atribuciones.
No queremos acabar sin dejar de resaltar nuestra preocupación por el contenido de un artículo aparecido en el último número de mayo de una prestigiosa revista económica, en el cual se asegura que, según fuentes perfectamente informadas, el Ministerio de Economía pretende dar un giro a la política económica nacional en su lucha contra la inflación, en el sentido de alentar las importaciones y frenar las exportaciones, al objeto de contener el aumento de nuestras reservas de divisas y, consecuentemente, la falta monetaria generada por el mismo.
Esperamos que tan absurda noticia no responda a la realidad, pues la misma demostraría, a nuestro criterio, aparte de un desconocimiento absoluto de la realidad española, cuya economía quedaría gravemente quebrantada en su actividad y en sus niveles de empleo por esa decisión, una equivocación grave en materia de política económica.
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