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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los "voyeurs" de la política

He dejado pasar demasiado tiempo entre este artículo y el que publicó hace más de un mes Pedro Altares como para que nadie pueda considerarlo una respuesta. De todos modos, la relación entre ambos es evidente porque uno y otro se refieren al tema, políticamente eterno, que podría concretarse en el enfrentamiento entre los testimoniales y los pragmáticos.Si no recuerdo mal, Pedro Altares, que quizá esté en desacuerdo con una síntesis tan apretada como obligatoria, puesto que no se trata de repetir su artículo, sino de exponer mis ideas, nos llamaba voyeurs de la política a los que no encontramos en el juego de, digamos, ensuciarnos las manos, si se me permite esta traducción para el título de la obra de Sartre.

Y ahí creo que está el error o quizá la justificación. Primero, porque no estamos contemplando inactivos la política los que, en opinión de Altares, y de los que piensan como él -o se justifican como él-somos voyeurs. No lo hemos sido en los últimos cuarenta, treinta, veinte, diez, cinco años, según los casos, y la hora de llegada al trabajo en la viña. No lo somos ni siquiera ahora. cuando se lo parece a los que están en el hemiciclo luciéndose más o menos, con el capote de las intervenciones, las conversaciones de pasillo, las declaraciones, etcétera. Sin petulancia -o sin demasiada petulancia- se puede decir que muchos hemos rechazado la posibilidad de un lugar en ese hemiciclo.

Y esta es la segunda cuestión. Me permitiré concretarla en una pregunta: ¿Cuándo se hace política? Los que se llaman pragmáticos a sí mismos, los que se justifican diciendo eso de que hay que ensuciarse las manos, bajar al ruedo, tomar parte y partido, creen que sólo se hace política cuando se está en el poder o se va camino de él. Pero eso no está tan claro. Se gobierna también desde la oposición y, más todavía, desde la oposición a la oposición.

Creo que todo depende de una sola cosa: qué es lo que se quiere o, mejor dicho, a dónde se quiere llegar. Si se gobierna en condiciones tales que no hay ninguna, o hay muy pocas, posibilidades de avanzar en el camino de la desiderata de cada partido. lo que se está haciendo realmente no es ensuciarse útilmente las manos en el trabajo político que, como todos los trabajos rudos, deja huellas y no sólo en las manos encalleciéndolas, sino que por el contrario, se está metiéndolas en la masa sin saber después como desprenderse de ella, perdiendo el tiempo lamentablemente. Y no es menor lo que se pierde en forma de renuncias a la amistad a vivir informativamente al día, a tomarse el descanso indispensable para seguir a la capacidad autocrítica y... en general, a la vida privada. Porque es la renuncia a la vida privada -a la parte de vida privada que se ha de dejar en el camino- el precio más duro que exige la política pública.

Pero con todo, aún hay cosas más lamentables como, por ejemplo, la confusión que se crea en el seguidor en el elector. en el no militante que carece de la fe necesaria para creer. aún cuando la política parezca y esté detenida en la consolidación de la democracia, en el pacto social, en el compromiso tácito con el oponente sobre cuestiones tan capitales como, por ejemplo, los alcances de las autonomías, la lectura que para fijarlas se hace de las historias desarrolladas en el perímetro peninsular, sus interrelaciones, sus diferencias. etcétera. ¿Se le puede decir a ese elector que se está avanzando porque no es lo mismo que la democracia la Consoliden unos que otros? Lo impide el hecho evidente de que hay unos límites, clarísimos, consecuencia de una transición con que ha sido sustituida la ruptura pactada por aquellas inefables plataformas unitarias donde se hacían tantas promesas para que todos se metieran voluntariamente en el mismo saco. Después ya se haría la diferenciación.

No ha habido ruptura: hay condicionantes que limitan el desarrollo cuantitativo y cualitativo de la democracia: siguen todos en el mismo saco: no se diferencia nada: hay inflación de autonomías para que no haya ninguna autonomía: de las promesas a los hechos media bastante más que un abismo: se lee una sola historia peninsular como se ha leído siempre, sin diferenciarla en las varias historias que, en todo caso, la componen... y están los pactos de la Moncloa, que ni siquiera permiten utilizar el conocido truco lerrouxista de las prioridades entre las cuestiones sociales y económicas, las constitucionales y políticas, las históricas y culturales, etcétera.

¿Voyeurs los que desconfían de que se descabalgue a Marx para producir una conmoción electoral en virtud de la cual haya un corrimiento de votos -de un millón, parece que es lo necesario- desde la UCD hasta el PSOE? Pero, «a dónde se quiere ir? ¿Al mismo sitio que la UCD? Pues para ese viaje... Se pierde de vista el objetivo porque el poder no deja ver el bosque, digamos que ideal, por el que fueron obtenidos los votos que se representan.

En la historia política de toda la Historia y en la más reciente historia de la política, hay ejemplos claros de partidos que han gobernado desde la oposición sin descabalgar nada esencial y haciendo, además, un camino sólido. Por ejemplo es el caso del Partido Comunista de Italia que, por razones bien, conocidas, por la negativa de la OTAN, no puede acceder al Gobierno en Italia. Pero puede alcanzar -y tratar de no pasar- el 35% de los votos del electorado, puede inspirar la mayor central sindical Y puede influir decisivamente en otras, puede administrar Prestigiosamente municipios, con lo que su poder es efectivo en la base por donde empieza todo: puede lograr que la militancia crezca, puede ser indispensable su acuerdo para que el partido en el Gobierno tome determinadas medidas, puede segregar sus propios y saludables aniticuerpos en grupos como el de «ll Manifesto», etcétera. Y por su parte, hasta el reciente y previsible fracaso -debido mucho más a que no se ha constituido aún como la única forma socialdemocrática admisible por la OTAN que a sus diferencias con el PCF de connotaciones claramente stalinistas en la práctica- ¿no ha avanzado mucho el PSF desde aquel lamentable SFIO en que había quedado en manos de Guy Mollet?

Si yo fuera el responsable de un partido como el PSOE -cosa absolutamente inimaginable por muchas razones, y no sólo por la capacidad necesaria como una de las primeras- trataría de proponer a mi partido que fuera la UCD la que se quemara en una etapa larga en la que lo lógico es que se quemen los que están más próximos al poder disfrutado en los tiempos ominosos y próximos desde los que se ha producido la transición. Sobre todo porque se trata de eso, de una transición que mantiene a los mismos alcaldes, los mismos presidentes de Diputación, los mismos directores y viejos redactores en la prensa del Movimiento, en la TVE, etcétera. Los mismos en todo que estaban hace cinco años, tres años, dos años, hoy. ¿Tiene realmente el PSOE, tiene algún partido de izquierda, una alternativa para todo eso, para todos esos alcaldes, directores de periódico, funcionarios de las AISS -el «paro azul», como le ha llamado agudamente Joan Fuster- para maestros en escuelas, catedráticos y profesores en universidades, médicos en hospitales, etcétera? Pues entonces, a qué tanta prisa? por qué no hacer los partidos que haya que hacer antes de gobernar, dejando para más tarde lo que una política de Gobierno exige hacer enseguida? O sea, contar con la base. Y saber qué política se quiere hacer. Porque si de lo que se trata es de sustituir en el aparato del Estado y su Administración a unas personas por otras, la operación sólo vale la pena desde el punto de vista de esas personas que accederán al coche oficial y el tratamiento de vuecencia. Pero no es para eso para lo que la gente ha votado.

Ahora bien, si se trata realmente de poner remedio a la cuestión de las nacionalidades con toda la profundidad del caso y no siguiendo las lecciones mortalmente aburridas de don Julián Marías, si se trata de cambiar la sociedad y no de aceptar con más o menos desgana eso de la «economía social de mercado», etcétera, hay que saber esperar sin perder el tiempo, pero sin quemarlo inútilmente.

Los que pensamos esas cosas no somos voyeurs, aunque no estemos en ningún partido. La imitación que casi todos los partidos hacen de la estructura del Estado al que quieren acceder, no resuelve los problemas que algunos supuestos voyeurs tenemos planteados más allá de los argumentos electoralistas, es decir, más allá del populismo lerrouxista. Y más allá. también, de esa palpable imposibilidad de «leer» la Historia del perímetro peninsular como las historias de cada uno de sus pueblos. Estas son imposibilidades que se ven perfectamente, que se sienten perfectamente, consecuencia de que no haya habido «ruptura», porque no se podía, lo que obliga a trabajar para que la «transición» llegue a serlo. De otro modo irá siendo cada vez más verdad eso de que «con Franco no estábamos peor».

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