La historia se repite en Santo Domingo
HAY PAISES que no parecen tener suerte para la democracia. La noticia de un golpe de Estado en Santo Domingo ha seguido, con poca separación en el tiempo, a las primeras informaciones sobre las elecciones que arrojaban unos resultados parciales claramente favorables al candidato de la oposición. Estas eran, en principio, las elecciones que registrarían la introducción de un proceso democrático normal en la nación antillana. Sin embargo, las primeras impresiones obtenidas de lo allí ocurrido autorizan a creer que Santo Domingo se introduce, de nuevo, en un proceso de dictadura militar más o menos encubierto, en el que se aplazan las elecciones y, con ello, también se deja para más adelante la solución de los problemas del pueblo dominicano.En estas elecciones frustradas por el Ejército participaban todos los partidos políticos. El presidente Joaquín Balaguer, que llevaba al frente de los destinos de la nación desde el año 1966, y que subió a tan alto puesto por la ayuda de Estados Unidos, introdujo diversas medidas liberalizadoras que permitieron, por ejemplo, la legalización de los partidos de izquierda y su participación en la lucha por el voto. Anunciadas las elecciones se esperó con optimismo la posibilidad futura de un juego político normal, pero también se estimó que una victoria del candidato de la oposición, Antonio Guzmán, del Partido Revolucionario Dominicano, traerla consigo un golpe militar.
Joaquín Balaguer parece haber sido el político capaz de orientar el país sin las notas detonantes de la dictadura de Trujillo, pero también sin el sincero esfuerzo por integrar a las masas populares en el cuadro común de la patria. Hombre ligado al entorno del dictador entonces, y siempre a los grupos dominantes de los recursos del país, Balaguer se ha aprovechado de una cierta democratización formal que, en realidad, sólo encubría la perpetuación personal en el poder. Después de tres reelecciones, seriamente acusadas de fraudulentas, la eventual cuarta reelección -no tan clara como en un principio se creyó- no ha hecho sino descubrir el juego de fuerza que aún domina la República Dominicana.
Pocas alternativas se abren al país. La República Dominicana está prácticamente bajo control del capital extranjero, en especial estadounidense. Estados Unidos controla las minas, el sistema bancario, la inversión, los transportes. Los norteamericanos, finalmente, tienen en sus manos la decisión última de los destinos de esta pequeña nación de 48.000 kilómetros cuadrados y casi cinco millones de habitantes. De 1916 a 1922 la intervención de Washington puso a Santo Domingo bajo la autoridad de la Marina de EEUU, el control de las aduanas permaneció en manos norteamericanas hasta 1941 y Estados Unidos llevó allí a sus infantes de Marina en el año 1965, cuando parecía que la muerte de Trujillo abría perspectivas de progreso para la nación.
No parece ser así. Retroceder un tanto en la historia de Santo Domingo significa simplemente constatar la presencia más o menos evidente de una élite dominante con el mundo de Trujillo y con el capital extranjero, en un país que une a su mala suerte política la dependencia estrecha respecto a los intereses y designios norteamericanos. Por lo demás, si recordamos la muerte del coronel Caamaño, en el año 1973, convertido en guerrillero por su fracaso de, político progresista, el fracaso de Juan Bosch, quien parecía encarnar la renovación del país, no puede por menos de lamentarse la clausura de un camino normal para Santo Domingo, que fácilmente puede deslizarse por el laberinto, siempre abierto, de los enfrentamientos y la guerra civil.
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