La guerra, sus funciones y la bomba de neutrones
Profesor de Sociología de la Universidad de Madrid de la secretaría central de Alianza Popular
La historia de la guerra se confunde con la historia del hombre. Producto de una naturaleza humana que hunde sus raíces en el mundo animal (Freud, Ardrey, Lorenz, Carthy, Ebling, Tiger, Storr, Eibl-Eibesfeldt, Morris, Mistcherlich y Fornari y toda la moderna etología) o de unas estructuras sociales (Rousseau, Marx, Lenine, Bataille, Dollard, Montagut, y toda la escuela ambientalista), o de la combinación de ambos elementos (Antonini, Bouthoul, Manuel Fraga Iribarne, Millet, Verstryrige y toda la llamada polemología), la guerra, verdadera institución social que cumple funciones, no deja de acompañarnos. Para Gastón Bouthoul, por ejemplo, la guerra desempeña cinco cometidos: una función lúdica, de juego; una función de especulación de una ganancia importante para pérdidas aceptables con un riesgo limitado y una probabilidad de éxito; una función de inversión o de consolidación de poderes internos y de poderío exterior; una función de ámbito de las estructuras existentes, y una función de destrucción demo-económica. En mi tesis doctoral sobre «Los efectos de la guerra en la sociedad industrial» reseño una variedad mucho más amplia de efectos, que no viene al caso reseñar aquí. Y es el cumplimiento de todos estos cometidos (1) por la guerra lo que hace que hasta que no la sustituyamos por otra institución social que los desempeñe con igual eficacia, el «fenómeno guerra» sea inevitable.
Ahora bien, de todos los efectos consignados, quizá sean los demográficos los más importantes. Desde luego, el análisis de las causas de la guerra pone de relieve que es el excedente de población (relativo a las posibilidades económicas del sistema social dado) el principal causante de la guerra. Dicho excedente, sobre todo cuando porta sobre jóvenes varones, favorece la aparición de la llamada «estructura explosiva», dentro de la cual son generados los complejos belígenos, entre los cuales los de Abraham (que expresa la actitud ambivalente de la generación de los Padres ante la sobreabundancia de hijos robustos y... peligrosos) y del hacinamiento (sentimiento de sobre población). Se trata de unos complejos belígenos que de no descargarse a través de exutorios no bélicos (como por ejemplo la emigración o la persecución de minorías) provocan el surgimiento de la pulsión guerrera (que se descargará dentro o fuera de las fronteras de la sociedad).
La guerra aparece así como un proceso de «descarga» y el sistema social recurrirá a la misma tantas veces como se presente una situación de «sobrecarga». Ahora bien, como la rapidez de la reaparición de la sobrecarga se halla en relación directa con la capacidad de recuperación tanto demográfica como económica del sistema social, está claro que cada vez que surge un arma cuyo poder de destrucción sobrepasa dicha capacidad de recuperación del sistema, el lapso de tiempo de paz se alarga.
A la inversa cuando el progreso económico, tecnológico y médico va por delante del de los medios de destrucción, la frecuencia de las guerras se hace mayor. La intensificación de la guerra desde Pirincipios hasta mediados de este siglo
tiene así razones obvias. En 1945, sin embargo, con la aparición del «ejército del átomo» (2), los medios de destrucción progresan tan vertiginosamente que al efecto «descargante» de dos guerras mundiales en el espacio de cuaren ta años se suma el temor -lógico de que la siguiente «descarga» sea la definitiva y que ya después de la misma no existan sistemas sociales por «descargar». Todo habrá que dado aniquilado... La bomba de neutrones puede, sin embargo, alterar el actual estado de cosas. Sabemos que la explosión de la misma provoca una destrucción total (vidas y bienes) en un radio de sólo 150 metros, pero que en un área de mil metros de radio, sólo se ven afectados por esa destrucción total los organismos biológicos. Final mente, la vida es dañada, en un grado menor, eq una franja situada entre mil y 3.000 metros del lugar de la explosión.
Ahora bien, esa «velocidad de recuperación» de los sistemas sociales a la que nos hemos referido y en función de la cual parece establecerse la frecuencia de las guerras, se basa en dos elementos básicos: la recuperación demográfica y la recuperación económica; y cualquier retraso o aceleración en una de las dos, aminora o incrementa el ritmo general.
Si se tiene en cuenta que con la bomba de neutrones la no destrucción del aparato productivo (o su destrucción en un grado ínfimo) permite no sólo una mayor velocidad que antaño en la «recuperación» de las. potencialidades económicas sino también, indirectamente, una mayor velocidad de recuperación dernográfica y, en definitiva, general, esto incidirá en el futuro en un acortamiento tem.poral entre guerra y guerra. Desaparece así la esperanza que el surgimiento del armamento nuclear había suscitado: ahora no solamente se puede seleccionar mucho mejor el grado de destrucción deseado en el enemigo (lo cual disminuye los riesgos de un overkilling masivo e incontrolado) sine, que la no destrucción del aparato, de producción posibilitará, con toda seguridad, una mayor velocidad de recuperación no sólo económica sino también demográfica que la vigente hasta el invento de la nueva arma y provocará un incremento en la cadencia de las guerras (siempre en base a la idea de que a mayor velocidad de recuperación, menor lapso de tiempo para que el sistema social requiera ser «descargado» ... ).
En 5.570 años de historia hemos luchado en 14.600 guerras. (3) (lo cual nos da una cadencia de cinco guerras cada dos años). La guerra, verdadera «enfermedad de la hu manidad», pareció retroceder cuando Japón sufrió en su carne los últimos frutos de la invención del descendiente del Australopiteco Africano, carnívoro y asesino. La -angustiosa- esperanza ha dejado de nuevo de existir. Y de nada sirven las lamentaciones o la propa ganda anti «militarista o pacifista» casi siempre en sentido único. La rueda de la hisWia seguirá girando como ha girado desde aquellas bu las papales que prohibieron el uso de la ballesta y de la pólvora, o desde que Alfred Nobel se alegrara de descubrir la dinamita, un arma tan destructiva q«ue excluía, pienso, toda posibilidad de una guerra... ello pocos años antes de Sarajevo.
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