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Reportaje:

"Tenía tres soluciones: idiotizarme, suicidarme o intentar comprender algo"

«El 20 de noviembre de 1975 yo estaba en Cartagena -comenta Eleuterio Sánchez-; fue una alegría inmensa para todos los presos cuando corrió la noticia de la muerte de Franco. Yo llevaba varios días preocupado, inquieto e ilusionado. No conseguía dormir. Precisamente la noche del 20 de noviembre creo que fui el primero en enterarme, de una forma muy anecdótica: estaba en la cama sin poder conciliar el sueño cuando oí que los guardias civiles se lo comunicaban de garita en garita. En ese momento tenía la necesidad de contárselo a alguien, incluso de gritarlo a la galería. Me contuve, pero no pude evitar el despertar al vecino dando unos golpes en el tabique.»«Personalmente, experimenté una gran sensación de liberación, en su sentido más amplio: liberación para el pueblo, para los quinquis, para mi y para mis companeros. Los funcionarios nos avisaron de que comprendían nuestra alegría -la muerte de Franco traía consigo un indulto-, pero nos pidieron que no exteriorizáramos en exceso nuestro júbilo, porque, en definitiva, se había muerto un hombre. Mi desilusión fue mayor que la de los demás, porque el indulto real que se concedió al acceder el Rey a la Jefatura del Estado no me redujo en un solo día mi condena.»

Eleuterio desprende una gran sensación de aplomo, de seguridad en sí mismo. Habla con tranquilidad y, sobre todo, con un gran conocimiento de causa.

«La condena y la situación inicial que ya narré en mi libro autobiográfico fue tan fuerte que me dejó completamente groggy en el primer año de vida penitenciaria: no entendía nada, no me explicaba nada, todo me venía grande. En esta situación sólo se podían producir tres soluciones: idiotizarme, pensar en el suicidio como solución -lo que me pasó muchas veces, al igual que a los presos con condenas largas- o intentar comprender qué era lo que se escondía, realmente, detrás de esta situación tan tremendamente increíble en mi caso, los motivos reales, políticos, no los oficiales.»

«Por un conjunto de circunstancias -añade Eleuterio Sánchez- y también de suerte, porque siempre hay un componente aleatorio en la vida humana, me incliné por esta tercera solución y aprendí a leer y a escribir. Después me dediqué a lee todos los libros a mi alcance, y de esta manera, a lomos dequinqui y payo, intentar comprender a mi enemigos naturales de entonces, los payos. Esa fue la lucha, la batalla cultural que llevé a cabo en mis años de prisión. »

La Sección Abierta de la prisión de Alcalá de Henares, con un as pecto exterior más similar a un colegio mayor modesto o un centro para trabajadores extranjeros, era un desfile continuo de profesiona les de la información: diarios, revistas, televisión y radio buscaban las palabras de Eleuterio. Era el personaje del día, ocupando la parcela que suelen disfrutar los políticos.

«Bueno, los libros que comencé a leer en la cárcel eran fundamen talmente libros de moral religiosa Leí a Santa Teresa de Jesús, a San Juan Bosco, libros de clérigos y también a parte de los clásicos de la literatura española, Calderón, Lope, etcétera. También había libro de José Antonio Primo de Rivera y uno de Fanco que recogía una selección de sus discursos más triunfalistas, los de la posguerra, pero la verdad es que no pude con él, lo comencé a leer, pero me aburría tanta falsedad. Después estudié y terminé el bachillerato y comencé a estudiar Derecho, lo que espero terminar ahora.»

Una excepción

Eleuterio, mal que le pese, puede ser definido como una de las escasas excepciones de la población penitenciaria que consigue, por sus propios medios y en contra de las circunstancias, rehabilitarse social y culturalmente. Esta condición de excepcionalidad conlleva una responsabilidad de la que es muy consciente.

«Lo que más repito, y quizá lo que me interesa más a corto plazo, es romper el mito que existe sobre mí, el personalismo. Mi caso hay que incluirlo en el contexto de los problemas del sistema penitenciario. Creo que lo que importa es la persona, Eleuterio y no El Lute. En función de eso estoy aquí y no en el Penal de Santa María, por ejemplo.

Desde luego no soy una excepción merecedora del régimen abierto. Me considero un preso más o un recluso, sin más méritos reales -ni a favor, ni en contra- de los 10.000 que componen actualmente la po blación penal. Espero y deseo que mi caso no sea una excepción privilegiada, aunque también es cierto que en otras ocasiones he sido una excepción en la vigilancia, en mandarme a los penales más duros, en la represión, en suma. Es pero y deseo que esto se generalice y que a través de prisiones de régimen abierto, llegue al preso la idea de que puede gozar de esas venta jas sin que ello suponga un "cola boracionismo" al antiguo estilo, es decir, a base de chivateos, traiciones y servilismo. »

La población reclusa española vivió en los últimos tiempos un auge de sus luchas reivindicativas protagonizadas, básicamente, por los miembros de la Copel. Por otra parte, el director general de Instituciones Penitenciarias asesinado Jesús Haddad, inició una reforma importante del sistema que su sucesor, Carlos García Valdés, continúa con igual ardor. Eleuterio piensa que «las dos luchas se complementan. Pienso, incluso, que las reformas de la Dirección General han surgido como consecuencia de la lucha de Copel, porque fue a través de esta lucha como la sociedad tuvo conciencia de los males que aquejan al sistema penitenciario. Después, tanto Haddad como García Valdés iniciaron esa política de reformas que considero fundamental».

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