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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los claveles de abril

EL 25 de abril de 1974 fue la fecha de arranque de la «revolución de los claveles», que permitió a la izquierda europea proyectar sobre Portugal los ensueños de ese romanticismo revolucionario que las sociedades industriales avanzadas no pueden ya permitirse dentro de sus fronteras. Como en las estampas de la vieja épica insurreccional, una vanguardia derrocaba a una autocracia varada en la historia y sin otra legitimación que la que le proporcionaba un feroz aparato represivo y la resignada indiferencia de un pueblo humillado y ofendido a lo largo de más de cuarenta años. Pero en esta ocasión, los asaltantes del palacio de Invierno o de la Bastilla no eran improvisadas fuerzas populares, sino la flor y nata de la oficialidad de un ejército profesional al que la lenta guerra de desgaste colonial había sumido en la desesperación y que no tenía en su horizonte -con el recuerdo de Vietnam y Argelia a sus espaldas- más perspectiva que la derrota.Este golpe de Estado, de inconfundible sello decimonónico, sacó a la superficie, sin embargo, todos los conflictos sociales y reivindicaciones populares que medio siglo de frustración colectiva no habían logrado eliminar. Y también incorporó a la vida pública a los partidos e ideologías políticas característicos de la Europa contemporánea. Los orígenes de la revolución portuguesa, sin embargo, otorgaron durante casi dos años un sorprendente protagonismo al Movimiento de las Fuerzas Armadas, cuya precaria unidad, cimentada en su victoria, pronto fue desgarrada por los intentos de instrumentalización puestos en marcha por diversas fuerzas políticas. Primero, los sectores involucionistas trataron de servirse de la ambición y vanidad del general Antonio de Spínola, cuyo intento de golpe de Estado del 11 de marzo de 1975 fracasó de manera poco gloriosa. Más tarde, los proyectos del Partido Comunista portugués de apoderarse del aparato del Estado desde dentro utilizaron a la patética figura del general Vasco Gonçalves, presidente de] Gobierno hasta agosto de 1976. Otelo de Carvalho, por su parte. protagonizó la tentativa quizá más enloquecida de todas las que pusieron en escena los militares convertidos a los ideales revolucionarios, tras haberlos combatido en Africa: convertirse en el líder de un movimiento populista de signo tercermundista que edificara un régimen socialista, semejante al cubano. en un flanco de Europa. El fracaso de¡ golpe del 25 de noviembre de 1975 puso término a la aventura. Finalmente, la elección, en junio de 1976, del general Ramalho Eanes como presidente de la República devolvió, paradójicamente, al Ejército a los cuarteles para entregar al poder civil las responsabilidades del Estado.

Esos dos años de protagonismo militar, manejado desde la derecha y desde la izquierda, contribuyeron a la creación de expectativas alejadas de la realidad y alimentadas por ensueños utópicos o por estrategias aventureras. Los partidos y los grupúsculos, protegidos por fracciones militares. a las que, a su vez, trataban de instrumentalizar. señalaron a sus compatriotas metas y objetivos que las difíciles condiciones heredadas del salazarismo y de la pérdida de las colonias hacía imposible cumplir. Esas vanguardias, por lo demás. estaban muy alejadas de las creencias y los deseos de amplias capas populares, como vendrían a demostrarlo, en el verano de 1975. los disturbios campesinos producidos en el Norte. Y. sobre todo. ignoraban las tremendas dificultades económicas con las que se enfrentaba el país. agravadas por una insensata carrera de demagogia que hacía descender la productividad, atemorizaba a los ínversionistas y deterioraba la balanza exterior.

A lo largo de los casi dos años que distan de las primeras elecciones legislativas y del nombramiento. en julio de 1976. de Mario Soares como primer ministro. Portugal se esfuerza en liquidar esa doble herencia de la Infamia salazarista y de los elevados costos sociales Y económicos que el aventurerismo de algunas fracciones del Ejército y los propósitos golpistas del Partido Comunista portugués Y de sus rivales izquierdistas impusieron a la etapa posrevolucionaria. No hay más cera que la que arde: y los socialistas portugueses. gobernando primero en solitario y luego en coalición con los democristianos. parecen empeñados en administrar lo mejor posible las menguadas disponibilidades de su país en un marco de respeto por las libertades conquistadas el 25 de abril y con el apoyo de los sufragios populares. Las desmesuradas ilusiones despertadas en los alegres días de la Fiesta revolucionarla han dejado paso a realidades más adustas: un país empobrecido no puede convertirse de la noche a la mañana en un paraíso terrenal. Y Portugal precisa encontrar. sin duda. nuevas salidas democráticas a sus serios Y preocupantes problemas.

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