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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El IX Congreso del PCE

MAÑANA SE inaugura el IX Congreso del PCE en un clima de expectación plenamente justificado tanto por los debates que han caldeado las conferencias regionales previas como por los espectaculares virajes que los comunistas españoles han realizado desde su legalización.Las resoluciones aprobadas en esas conferencias, aceptando o enmendando parcialmente las propuestas políticas y los estatutos del Comité Central, delimitan el marco de la actuación de los delegados, vinculados por mandatos de sus respectivos comités. Cabe suponer, así pues, que las sesiones del Congreso serán más tranquilas y depararán menos sorpresas que las conferencias regionales anteriores.

Los debates preparatorios han alcanzado los tonos más elevados y crispados a propósito de la tesis quince y del artículo dos del proyecto de estatutos, que suprimen la vieja fórmula canónica que definía como «marxista-leninista» al PCE, convertido desde ahora en «partido marxista, democrático y revolucionario ». Esta polarización de las discusiones en torno a una disputa ideológica, que ha bordeado muchas veces el escolasticismo y el bizantinismo y se ha desarrollado en medio de una gran confusión, ha contribuido a relegar a un segundo plano, sin eliminarlo, el debate sobre otras cuestiones de relevancia política directa: la valoración de la forma en que se produjo el tránsito del franquismo a la democracia. los aciertos y los errores de la dirección del PCE en la previsión de ese desarrollo y en las tentativas de encauzarlo, el dramático cambio en el enjuiciamiento -ahora severamente crítico y hasta 1968 apologético- de los países socialistas, las nuevas y matizadas apreciaciones del peligro que para una Europa democrática representan tanto Estados Unidos como la Unión Soviética, la apuesta a favor del presidente Suárez y la aceptación condicionada de la Monarquía como forma de Estado, la propuesta de un Gobierno de concentración democrática con participación tanto de AP como del PCE, las reticencias hacia el PSOE, las causas de los malos resultados electorales en junio de 1977, los nexos del PCE con CCOO y con los movimientos ciudadanos, etcétera.

La ideologización de los debates también ha oscurecido, sin llegar a suprimirla, la discusión acerca de cuestiones organizativas, en especial la democratización de las estructuras del PCE, tanto en lo que se refiere a la elaboración de las decisiones políticas (lo que presupone una buena circulación de la Información y garantías para la libertad de discusión) como a la elección de los cuadros dirigentes, hasta ahora designados mediante cooptaciones luego plebiscitadas. Sin embargo, el desarrollo de las conferencias preparatorias ha demostrado, en los hechos, una espectacular elevación del nivel de información y libre debate en el PCE; y sería injusto atribuir sólo a los comunistas los procedimientos mediante los que el grupo dirigente de una organización tiende a autoperpetuarse, a reclutar para cargos de responsabilidad sólo a los incondicionales y a reservarse en exclusiva la adopción de las grandes decisiones.

El debate sobre el leninismo fue lanzado por el señor Carrillo en una conferencia de prensa celebrada el pasado otoño en Estados Unidos. Desde 1956, señaló el secretario general del PCE, su partido había dejado de hacer suyos, por imperativo de las transformaciones históricas en Europa, una buena parte de los planteamientos estratégicos, tácticos, programáticos e incluso organizativos del modelo leninista que la III Internacional impuso obligatoriamente a todas sus secciones nacionales. Y, efectivamente, para nada cuadran con el canon marxista-leninista, conjunto de dogmas extraídos por Stalin de los escritos y de la práctica de Lenin a mediados de la década de los veinte, muchas de las innovaciones aceptadas por el PCE, tales como el abandono de la dictadura del proletariado y el internacionalismo proletario, la renuncia a la insurrección armada como vía para conquistar el poder, la sustitución de la tradicional alianza obrera y campesina por otra que concede una atención preferente al sector terciarlo («las fuerzas del trabajo y la cultura»), la aceptación de acuerdos a largo plazo con la burguesía sin hegemonía de la clase obrera, el reconocimiento de que los comunistas no son los únicos representantes de los trabajadores, el distanciamiento respecto a la URSS y la condena de la política de bloques, etcétera.

Lo que sorprende no es que el PCE deje de llamarse leninista sino que haya esperado más de veinte años para hacerlo, y que, deseoso de ganar en pocas semanas el retraso, al menos, de cuatro lustros, haya lanzado de forma atropellada y sincopada una discusión sin la necesaria preparación y en el marco de su, primer congreso legal en varias décadas. Por lo demás, no parece que hayan sido los nostálgicos y dogmáticos los principales protagonistas de la oposición a la tesis quince en Madrid, Asturias y Cataluña, con el argumento de que el debate sobre el leninismo es, a veces, oportunista e inoportuno. Hace años que los fundamentalistas del leninismo emigraron hacia las moradas más devotas del PT, de ORT, del MC o de los partidos prosoviéticos. Entre militantes jóvenes, a la sospecha de que la disputatio leninista ha servido para relegar a segundo plano cuestiones políticas y organizativas más candentes se une la certeza de que ha sido el deseo de mejorar la imagen electoral del PCE y de acercarla a la muy exitosa del PSOE la razón decisiva para iniciar ese debate de forma improvisada y a destiempo. El desenganche de los comunistas de la Unión Soviética, tarea a la que el señor Carrillo ha dedicado buena parte de sus esfuerzos con el propósito de privar de esa ventaja a los socialistas, exigía, para ser completo, la renuncia a la denominación «marxismo-leninismo». A partir de ahora, la única vinculación del PCE con el leninismo es el reconocimiento de los méritos de Lenin como líder de la Revolución de 1917; pero las acerbas críticas del señor Carrillo y del señor Azcárate a los regímenes nacidos del Octubre ruso hacen dudar de la coherencia lógica de quienes se extasían ante la belleza de la semilla y sienten repugnancia ante la fealdad de la planta que ha nacido de aquélla.

La circunstancia de que este blanqueo urgente y a matacaballo de la ideología del PCE no vaya acompañado de una renovación sustancial de su equipo dirigente, que se vanagloria de haber abierto ahora la discusión entre los militantes de la base, pero no se autocritica por haberla antes sofocado, contribuye todavía más a rodear de confusión la polémica en torno al leninismo. Sectores poco sospechosos de sectarismo han pedido -en Madrid, en Cataluña, en Asturias- el aplazamiento de esa discusión por temor a que la precipitación del debate, que lo condena a la unilateralidad y a la superficialidad, deje en pie las mismas estructuras organizativas y pautas de comportamiento que en última instancia engendraron en el pasado los males que ahora se trata de extirpar. Pero, en cualquier caso, es altamente positivo que el PCE haya dado los primeros pasos hacia su democratización interna, indispensable correlato de su aceptación de las instituciones pluralistas, de su rechazo de la Unión Soviética como modelo de socialismo y de su compromiso, de respetar las libertades sin reservas mentales ni adjetivaciones.

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