¿Alternativa de poder impaciencia de gobierno?
Los medios de comunicación colectiva y la retórica cotidiana de los políticos han consagrado entre nosotros la expresión «alternativa de poder». Un partido de la izquierda incluso la ha convertido en su emblema. programático, en el símbolo de su futuro inmediato. Aunque nadie haya buscado, hasta ahora, precisar cuáles puedan ser su contenido y alcance.Alternativa y alternancia
Más allá de la filología y del Diccionario de la Lengua, «alternativa de poder», en su uso público ordinario, apunta, a nivel denotativo a una autoridad, a un imperio, simplemente distintos, otros, de aquellos que rigen la vida de la comunidad en el momento de su aparición. A nivel connotativo, la diferencia entre el poder actual y su alternativa se ensancha y profundiza, y ya no es de gestión y de grado, sino de sentido y de proyecto. Su disimilitud no es una simple disparidad de aspectos parciales dentro de un contexto global de coincidencia, provisional o definitiva, sino que afirma una potestad radicalmente distinta, con unos objetivos, en algún modo, antagónicos con los prevalentes y orientada hacia la construcción de un modelo de sociedad, de un sistema de relaciones sociales, negadores de los hasta entonces dominantes.
La «alternancia en el Gobierno», por el contrario, se presenta como la sucesión, regular y prevista, en el ejercicio gubernamental, como la rotación, saludable y aceptada, de un turno en el mando, que, lejos de atentar contra el régimen y el sistema en los que se produce, los confirma y consolida. El orden y los tramos de la secuencia -los rojos o los azules cada n legislaturas- son irrelevantes frente al hecho fundamental de que la secuencia .exista como posibilidad pautada :y de que se sitúe en el marco estricto que dibujan las características político-estructurales del orden social y el consenso que lo funda.
¿Cómo cabe encuadrar esas posibles alternativa y alternancia de poder en la práctica política española de 1978?
La imposible alternativa
Tal como queda descrita la «alternativa de poder», con su hipótesis de transformación, pacífica y progresiva, pero radical, reclama una dotación de efectivos humanos, una claridad dei propósitos y una voluntad de lucha, con los que no parece que cuente, hoy por hoy, ninguna formación política de izquierda, ni, quizá, tampoco el bloque resultante de la unión de todas ellas. Además, no era necesaria la trágica experiencia del Chile popular para que supiéramos, que el 40 ó el 55 % de votos confluyentes en una opción política no constituyen, por sí solos, fuerza capaz de hacer bascular, desde arriba, una sociedad hacia un nuevo horizonte social.
Eso sin contar con esos indesplazables poderes fácticos -¿cuándo vamos a comenzar a llamar, políticamente, a las cosas por sus nombres: Fuerzas Armadas, Corona, Gran Capital, Iglesia, Clase Dominante, etcétera?- que son la referencia constante y la razón última de todas las decisiones-limite del Gobierno y de .su Oposición.
Por otra parte, en un momento de carantoñas y pactos con el establishment y de desmovilización popular, los contenidos de la «alternativa de poder» de la izquierda española, lejos de ser una posibilidad efectiva e inmediata, se convierten en un objetivo remoto y problemático, aunque, eso sí, secretamente irrenunciable, que se silencia con delicadeza o se cancela con ostentación para no indisponer o intranquilizar a los poderes fácticos de dentro. y a los queridos aliados de fuera (¡ay!, ¡los amores de Willy con la «revolución de los claveles»!).
Bipartidismo y alternancia
La «alternancia en el Gobierno» es el comportamiento político habitual de EEUU, y de forma menos paradigmática, pero igualmente eficaz en casi todos los otros países anglosajones: Gran Bretaña, República Federal de Alemania, Canadá, etcétera... -En ellos, los dos partido, preeminentes, con alguna ayudz complementaria, o en alianza más o menos amplias, y estables se suceden, a intervalos va. riables, pero con carácter regular y necesario, en el ejercicio del poder.
Desgraciadamente, desde que Maurice Duverger, hará pronto treinta años, nos habló de las miríficas virtudes reductoras de la multiplicidad de partidos, que tienen el escrutinio uninominal simple y el sistema mayoritario anglosajón, nuestros miméticos expertos en extasiología y en constitucionalismo no han dejado de repetirlo, mostrencamente, en todos los tonos.
Frente a ello, hoy, la sociología política última coincide, casi unánimemente, en sostener que los sistemas electorales agotan sus efectos en la morfología de la agregación de votos, y, en consecuencia, en la ratio número de votos-número de escaños en el Parlamento. Lo cual se traduce en una afectación diferencial de los resultados y, en los sistemas citados, en un notable efecto multiplicador a favor de los grandes partidos. Circunstancia nada despreciable, sobre todo, para las formaciones contendientes.
Pero esto no comporta que esos modos electorales sean el Deus ex machina del encuadramiento bipartidista, ni, mucho menos, que éste sea el único o el principal soporte de la alternancia en el Gobierno, y de la estabilidad y de la eficacia de las democracias avanzadas, que se le atribuye.
Condiciones de la alternancia
Al contrario, el supuesto capital de la alternancia reside en la existencia de un marco político general, en el que los partidos -dos o x- se articulan en torno a dos opciones políticas mayores, moralmente distintas y funcionalmente complementarias, que expresan, de forma suficientemente adecuada, los objetivos fundamentales del sistema social que las genera.
Pero ¿cuándo puede suceder esto?, o, dicho en otras palabras, ¿cuál es la realidad social que puede exigir, o hacer posible, según los casos, ese funcionamiento político dual, alternante y estabilizador? Creo que puede decirse que aquella en la que la cohesión y la continuidad de la estructura social sólo permiten rupturas menores, y que se caracteriza por: primero, la homogeneización horizontal y vertical de la mayoría de los ámbitos sociales, que atempera el conflicto entre clases, comunidades y grupos, y limita su presencia a los aspectos más innocuos del mismo; segundo, la semejanza y la interdependencia de los comportamientos públicos, unitarios y colectivos, que se organizan alrededor de las dos grandes significaciones sociales: el mundo del capital y el mundo del trabajo; tercero, el surgimiento de un consensus que, desde el análisis de lo patente, se nos presenta, no como la tregua precaria de los antagonismos de clase, ni como el área coyuntural de las convergencias provisionales de los grupos, sino como la resultante de un pasado común y satisfactorio y de un futuro parcial, pero irrestrictivamente compartido.
Desde esta caracterización puede explicarse con más seguridad y pertinencia que a través de pseudoformalizaciones Como la del bipartidismo rígido o flexible, el partido dominante, los sistemas electorales, etcétera, la díferente naturaleza de la alternancia en Europa occidental, en el siglo XIX y en el XX, o el porqué de las frecuentes disfunciones de la democracia parlamentaria er determinados países.
Existen múltiples indicadores del tipo de estructura social que acaba de dibujarse. Por mor de la brevedad, retengamos sólo uno: la confirguración de las centrales sindicales. Allí donde su organi zación, y/o funcionamiento, es concorde y unitario -Estado, Unidos, Gran Bretaña, República Federal de Alemania, etcétera- puede sostenerse que exisu una realidad social de las carac. terísticas descritas, y por ende que puede funcionar y funcionará la alternancia en el Gobierno. Allí donde el movimiento sindical aparece dividido en va rias centrales, que no logran con juntar de forma permanente su sacciones -Francia, Italia, etcétera-, nos encontramos con una estructura social diferente que no soporta la alternancia del poder.
Conclusión para España
Es evidente que España se inscribe en este último grupo, lo que no empece que una vez puedan ganar las izquierdas y otra las derechas. Pero ello no es, en absoluto, equivalente a que se establezca esa rotación pautada, permanente y agregadora que es la esencia de la alternancia. Ahora bien, si eliminamos la alternativa de poder y la alternancia en el Gobierno, ¿qué opciones políticas le quedan a la izquierda española?
A quienes busquen, con urgencia, el acceso al Gobierno, les cumple la práctica de las alianzas-, a quienes e propongan, prioritariamente, la conquista de la sociedad, les corresponde el ejercicio tenaz de la oposición; ¿qué tipo de alianzas? Las que dominaron la vida política francesa durante la Tercera y Cuarta República, las que han presidido la mayoría de los Gobiernos belgas y holandeses de la postguerra, las de la experiencia italiana del Centrosinistra, etcétera, que yo designaría como alianzas de topografia elástica y variable.
En España, esa hipótesis tendería a traducirse en la colaboración de las dos grandes minorías UCD y PSOE- que, a fuer de perfeccionistas, podrían extender sus alas, para que la derecha incluyera a AP y la izquierda al PCE, con lo que al redoble glorioso del Gobierno de concentración nacional podríamos rizar el rizo de la unanimidad parlamentaria.
Y queda la oposición. En la que ha estado la izquierda francesa durante los últimos veinte años. Gracias a los cuales ha podido ganar a su ideología, e incorporar á su lucha, a sectores cada vez más amplios de la sociedad, que acabarán imponiendo, a Ic mejor, hasta en las próxima, elecciones, su comportamientc unitario, practicado ya en la base -y que es condición inexcusable de su victoria- a las miope, consideraciones partidistas de la, alturas.
En España, parece que ese es e destino coherente y razonable de la izquierda, no la alternativa de poder, sino la alternativa de opo sición. Porque lo decisivo para la izquierda no son el Gobierno, ni siquiera el poder. Sino su cómo y su para qué.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.