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Reportaje:Boletín de la Escuela Moderna

Educar para la libertad, el objetivo fundamental del movimiento de la Escuela Moderna

La reciente publicación por la editora Tusquets de una interesante selección de los textos más significativos del Boletín de la Escuela Moderna (1901-1909) es una buena oportunidad para tratar de acercar la personalidad y la obra de Francisco Ferrer i Guàrdia a todos los que hoy, nuevamente, consideran que todo lo que cabe hacer en torno al tema de la escuela es, simplemente, alejarla de la manipulación de cualquier signo. Este era el espíritu de Ferrer: educación frente a domesticación. Albert Mayol, que realizó la mencionada selección de los artículos aparecidos en el Boletín, escribe sobre el. fundador de la Escuela Moderna y ofrece una breve antología del pensamiento pedagógico de Ferrer, cuyas propuestas sobre la libertad en la enseñanza siguen teniendo un considerable atractivo.

En la presente selección de textos se ponen de manifiesto las concepciones pedagógicas de la Escuela Moderna, entre las que destaca, prácticamente como una constante temática, la necesidad absoluta de la libertad de enseñanza, entendida no desde la prosaica concepción de libertad de negocio, con la secuela correspondiente de sustanciosas ayudas estatales, como de preservar al niño, epicentro de la pedagogía, de cualquier dogmatismo al uso. A nadie se le escapa que los dogmas no son exclusivos de una ideología determinada. Precisamente ese afán antidogmático es lo que confiere interés a la labor de Ferrer i Guàrdia y, también, explicaría en buena medida el sistemático silencio a su labor experimental, silencio en el que son cómplices todos aquellos representantes de concepciones políticas autoconvencidos de poseer la verdad absoluta.La misión de la enseñanza consiste en demostrar a la infancia, en virtud de un método puramente científico, que cuanto más se conozcan los productos de la naturaleza, sus cualidades y la manera de utilizarlos, más abundarán los productos alimenticios, industriales, científicos y artísticos útiles, convenientes y necesarios para la vida, y con mayor facilidad y profusión saldrán de nuestras escuelas hombres y mujeres dispuestos a cultivar todos los ramos del saber y de la actividad, guiados por la razón e inspirados por la ciencia y el arte, que embellecerán la vida y justificarán la sociedad (1).

Los padres y los pedagogos tienen que ser hasta cierto punto pasivos en la obra educadora. Las observaciones del padre y las indicaciones del profesor no deben convertirse en precepto imperativo a la manera de orden mecánica ni militar o mandato dogmático religioso. Unos y otros dan, en el educando, con una vida particular. No se la puede gobernar con dirección arbitraria; se la debe desenvolver dinámicamente, de adentro para afuera, nada más que ayudando a que sus disposiciones nativas se desarrollen.

Por eso el educante no ha de proponerse a priori, sin la consulta previa, paciente y detenida de la naturaleza del niño, que éste estudie para marino, o agricultor, o médico, etcétera. ¿Puédese destinar a los niños, por el mero deseo de la voluntad del que los condiciona, a que sean poetas, a que estudien para filósofos o a que revelen en música extraordinarias disposiciones geniales? Pues para el caso lo mismo da (2).

Deseo fijar la atención de los que me leen sobre esta idea: todo el valor de la educación reside en el respeto de la voluntad física, intelectual y moral del niño. Así como en ciencia no hay demostración, posible más que por los hechos, así también no es verdadera educación sino la que está exenta de todo dogmatismo, que deja al propio niño la dirección de su esfuerzo y que no se propone sino secundarle en su manifestación. Pero no hay nada más fácil que alterar esta significación, y nada más dificil que respetarla. El educador impone, obliga, violenta siempre; el verdadero educador es el que, contra sus propias ideas y sus voluntades, puede defender al niño, apelando en mayor grado a las energías propias del mismo niño ( ... ).

¿Es éste el ideal de los que detentan la actual organización escolar; en lo que se proponen realizar, aspiran también a suprimir las violencias? No, sino que emplearán los medios nuevos y más eficaces al mismo fin que en el presente; es decir, a la formación de seres que acepten todos los convencionalismos, todas las preocupaciones, todas las mentiras sobre las cuales está fundada la sociedad.

No tememos decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos por el triunfo de las ideas nuevas y que aspiren a vivir vidas múltiples en una sola vida. La sociedad teme tales hombres: no puede, pues, esperarse que quiera jamás una educación capaz de producirlos (3).

El trabajo como estimado

Comencemos por introducir desde la escuela tan saludables costumbres; dedíquense los pedagogos a inspirar el amor al trabajo sin sanciones arbitrarias, ya que hay sanciones naturales e inevitables que bastará poner en evidencia. Sobre todo evitemos dar a los niños la noción de comparación y de medida entre los individuos, porque para que los hombres comprendan y aprecien la diversidad infinita que hay entre los caracteres y las inteligencias es necesario evitar a los escolares la concepción inmutable de buen alumno a la que cada uno debe tender, pero de la cual se aproxima s o menos con mayor o menor mérito.

Suprimamos, pues, en las escuelas las clasificaciones, los exámenes, las distribuciones de premios y las recompensas de toda clase. Este será el principio práctico (4).

La idea fundamental de la reforma que introducirá el porvenir en la educación de los niños consistirá en reemplazar, en todos los modos de actividad, la imposición artificial de una disciplina de convención por la imposición natural de los hechos.

Considérese lo que se hace al presente: fuera de las necesidades del niño, se ha elaborado un programa de los conocimientos que se juzgan necesarios a su cultura, y, de grado o por fuerza, sin reparar en los medios, es preciso que los aprenda.

Pero únicamente los profesores comprenden ese programa y conocen su objeto y su alcance: no el niño. He ahí de dónde proceden todos los vicios de la educación moderna. En efecto, quitando a las voliciones y a los actos su razón natural, es decir, la imposición de la necesidad o del deseo; pretendiendo reemplazarla por una razón artificial, un deber abstracto, inexistente para quien no puede concebirlo, se ha de instituir un sistema de disciplina que ha de producir necesariamente los peores resultados: constante rebeldía del niño contra la autoridad arbitraria de los maestros, distracción y pereza perpetuas, mala voluntad evidente. ( ... ) La razón de ello es lógica. La instrucción, por sí, no tiene utilidad para el niño. No comprende por qué se le enseña a leer, escribir, y se le atesta la cabeza de física, de geografía o de historia. Todo eso le parece completamente inútil, y lo demuestra resistiéndose a ello con todas sus fuerzas. Se llena de ciencia, y lo desecha lo más pronto posible, y nótese bien que en todas partes, lo mismo en la educación moral y física que en la educación intelectual, la razón natural ausente se reemplaza por la razón artificial.

Se trata de fundar todo sobre la razón natural. Para esto nos bastará recordar que el hombre primitivo ha comenzado su evolución hacia la civilización por el trabajo determinado por la necesidad de lo necesario; el sufrimiento le ha hecho crear medios de defensa y de lucha, de donde han nacido poco a poco los oficios. El niño tiene en si una necesidad atávica de trabajo suficiente para reemplazar las circunstancias iniciales, al que basta sencillamente con secundarle. Organícese el trabajo en su derredor, manténgase en él la disciplina lógica y legítima de su cumplimiento y se llegará fácilmente a una educación completa, fácil y saludable.

No tendremos que hacer más que esperar que el niño venga a nosotros. Basta haber vivido un poco la vida del niño para saber que un irresistible deseo le impulsa al trabajo. ¡Y cuánto se hace para aniquilar en él esa buena disposición! ¿Quién osará después hablar de vicio y de pereza? Un hombre y un niño sanos tienen necesidad de

Educar para la libertad, el objetivo fundamental del movimiento de la Escuela Moderna

trabajar; lo prueba la historia entera de la humanidad (5).Contra la idea de rentabilidad

Los Gobiernos han querido una organización cada vez más completa de la escuela, no porque esperen por la educación la renovación de la sociedad, sino porque necesitan individuos, obreros, instrumentos de trabajo más perfeccionados para que fructifiquen las empresas industriales y los capitales a ellas dedicados. Y se ha visto a los Gobiernos más reaccionarios seguir ese movimiento; han comprendido perfectamente que la táctica antigua era peligrosa para la vida económica de las naciones y que había que adaptar la educación popular a las nuevas necesidades. (...)

Esforzándose por conservar las creencias sobre las que antes se basaba la disciplina social, han tratado de dar a las concepciones resultantes del esfuerzo científico una significación que no pudiera perjudicar a las instituciones establecidas, y he ahí lo que les ha inducido a apoderarse de la escuela. Los gobernantes, que antes dejaban a los curas el cuidado de la educación del pueblo, porque su enseñanza, al servicio de la autoridad, les era entonces útil, han tomado en todos los países la dirección de la organización escolar (6).

Ha de hacerse este reproche a los que enseñan, por que la mayoría de ellos no están curados de su pedantismo profesional. Tal noción de que pueden sacar partido para su tarea de especialistas querrían que la poseyera todo el mundo. Proceden como si su objeto fuera poner a sus alumnos en condiciones de dar después lecciones idénticas a las suyas. Si tal fuera su verdadera función, la utilidad de la escuela sería rigurosamente nula. La colectividad no tendría evidentemente ningún interés en favorecer la conservación de una clase de funcionarios cuyo solo mérito consistiría en formar a su imagen jóvenes dignos de sucederles. Los panaderos hacen pan susceptible de alimentar gentes de todas las profesiones; es preciso exigir también de los pedagogos que su enseñanza tenga valor para escolares que después no tendrán jamás ocasión de enseñar (7).

Pocas veces se habla de las cuestiones de enseñanza sin tratar en primera línea de la instrucción gratuita y obligatoria. Esta doble cuestión se refiere a las relaciones del Estado autoritario con la masa gobernada, relaciones muy diferentes según los tiempos y los lugares, y se halla fuera de nuestro asunto.

La aprovechamos solamente para presentar algunas consideraciones económicas acerca de los establecimientos de instrucción integral, suponiendo absolutamente nula la acción del Estado.

Reunidos los primeros fondos para la compra del material para empezar, los gastos siguientes son de escasa importancia y casi se reducen a la conservación del material. Los profesores y los vigilantes costarán poco, como se ha visto; además, los gastos esenciales se reducirán casi siempre a la compra de primeras materias que serán apropiadas por los mismos alumnos. No habrá servidores de ninguna clase; los mismos alumnos prepararán sus comidas, confeccionarán sus vestidos, conservarán y mejorarán su habitación, solidarizando y dividiendo el trabajo para su mejor comodidad.

Si el establecimiento posee un adelanto de algunos años, la instrucción puede considerarse gratuita. No son ya, en efecto, los padres quienes pagan la escuela para sus hijos, son los hijos mismos, contrayendo con la casa de educación una deuda que van pagando poco a poco a medida que se van haciendo capaces de ello, y que verosímilmente habrá disminuido mucho en la época de la terminación normal de sus estudios y de su aprendizaje.

Toda objeción a este sistema desaparece ante la amplia aplicación del principio del seguro. La deuda de cada alumno se aumenta con una pequeña cantidad aplicada sobre todo a los casos en que no se puede pagar por cualquier causa. Los diversos establecimientos de la misma clase contratan un lazo federal, los más florecientes sostienen a los que no están seguros, estableciendo entre sí cambio de material, viaje de alumnos, y estas relaciones pueden hacerse internacionales con gran ventaja para todos (8).

La Escuela Moderna manifiesta la profunda pena que ha sentido ante la desgracia ocurrida en un colegio de Lérida.

Un profesor y cinco alumnos destrozados entre los escombros de un edificio escolar que se derrumba por viejo, y que se apura como objeto de explotación y de ganancia hasta llegar a extremo semejante es a la vez que una catástrofe, un símbolo que causa lágrimas de dolor y da triste idea de lo que es la instrucción, esa alma de la sociedad humana, en nuestro país.

Nuestro sentido pésame a las familias de las víctimas. y también a esta pobre España, donde, si hay muchas poblaciones sin escuela, hasta el punto de contar con una mayoría espantosa de analfabetos, y en donde hay escuelas son malas o se hunden, en cambio no hay villa ni ciudad que en algo se tenga que carezca de arrogante circo taurino, y algunas sostienen dos (9).

(1) Francisco Ferrer Guàrdia: La Escuela Moderna. Tusquets Editor. Barcelona, 1976, página 147.

(2) Op. cit., página 113.

(3) Op. cit., páginas 129-131.

(4) Op. cit., página 140.

(5) Op. cit., páginas 212-216.

(6) Op. cit., páginas 124-125.

(7) Boletín de la Escuela Moderna. Tusquets Editor. Barcelona, 1978, página 93.

(8) Op. cit., páginas 161-162.

(9) Op. cit., página 275.

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