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Reportaje:

El fútbol americano, el deporte más duro del mundo

En efecto, no se puede olvidar la enorme cantidad de millones que se movilizan en el fútbol americano y ejemplo significativo fue el contrato firmado hace unos meses por las tres cadenas de televisión más importantes de Estados Unidos, NBC, ABC y CBS. Por transmitir, en los próximos cuatro años, las temporadas completas de los equipos pagaron 4.840 millones de pesetas. Cabe recordar que la NBC sólo ha pagado 650 por los derechos de televisión de los próximos Juegos Olímpicos de Moscú, aunque los gastos de producción se eleven a más de mil. Dado que por ingresos de taquilla los equipos de la liga de fútbol profesional, NFL, obtendrán esta temporada «sólo» 1.160 millones, por primera vez es superior la cantidad que abona televisión - 1.200-. El deporte del balón oval norteamericano, pues, que ha superado en espectacularidad al beisbol y en grandiosidad al baloncesto profesional, se adapta perfectamente al carácter de los Estados Unidos, único lugar donde se puede mantener su «violencia tan organizada».El fútbol americano empieza su liga, la NFL, dividida en dos grupos, AFC -American Conference- y NFC -Tational Conference-, con el otoño, para terminarla, precisamente, mañana, domingo día 15, con la final de las dos Conferences. Cada una de éstas ha tenido, a su vez, tres subgrupos, del este, central y del oeste, divisiones todas ellas realizadas tras la absorción en 1966 -parecida a la del baloncesto profesional- de la AFL -American Football League- por la actual y única NFL. La AFL había sido creada en 1960 por Lamar Hunt, propietario de la organización de tenis profesional WCT y también del equipo Kansas City Chiefs, ganador, por cierto, del campeonato de fútbol americano en 1969.

Un deporte como éste, espectácular y duro como ninguno, ha basado también su popularidad en la fuerza de su organización. La fusión de las dos ligas, por ejemplo, evitó su ruina con la carrera desorbitada de fichajes. Actualmente figuran veintiocho clubs en la NFL y todos ellos poseen unas economías saneadísimas. Buena prueba de ello es que para la transferencia de los nombres o patentes de «guerra» -ejemplos de los «Ranis», de Cleveland a Los Angeles; de los «Cardinals», de Chicago a St. Louis, o de los «Redskins», de Boston a Washington- debieron transcurrir un buen número de años. Una de las razones fundamentales de que los equipos de fútbol americano sean buen negocio es que casi todos son propietarios de los estadios donde juegan. Ejemplo de funcionalidad y técnica, por ejemplo, es el Texas Stadium, de Dallas, propiedad, precisamente, de Dallas Cowboys, finalista de la próxima. Super Bowl, como vencedor de la National Football Conference, frente al Denver Broncos, ganador de la American Football Conference. El Texas Stadium tiene 66.700 localidades, todas sentadas y numeradas, y, naturalmente, todas vendidas para todos los encuentros del campeonato. Es como un enorme Palacio de Deportes, todo cubierto salvo una abertura en el centro de la techumbre, que afecta poco al césped sintético, usado en todos los terrenos para resistir las peores condiciones climatológicas. Las comodidades son todas, con pasillos y ascensores enmoquetados, trescientos televisores para otros tantos puestos de prensa, tribuna principal cerrada con aire acondicionado...

Fracaso europeo

En 1975 el fútbol americano quiso empezar la conquista europea, pero fracasó. Un personaje muy curioso, también de Dallas, la capital texana, tristemente célebre para los Kennedy, trató de organizar una liga con un presupuesto nada menos que de unos mil millones de pesetas. Quizá creía que la vivacidad de su deporte, el folklorismo que lo rodea -en los partidos, con desfiles, atracciones, etcétera, o fuera de él, con toda una industria montada de propaganda y publicidad- podría encajar en Europa. Pero la mentalidad del viejo continente no es la del nuevo. Ni quizá, tampoco, las posibilidades económicas, que allí todavía se mueven en petrodólares. No se puede olvidar, por ejemplo, que un club para inscribirse en la NFL debe pagar una astronómica cantidad, sobre los mil millones de pesetas, y que los existentes con plantillas de cincuenta jugadores -por aquello de los lesionados-, diez entrenadores y muchos médicos o masajistas, sólo pueden pertenecer a magnates del petróleo o de la industria o a familias multimillonarias. Cada jugador vencedor de la próxima Super Bowl, teniendo en cuenta los ingresos directos y los de televisión, incluídos los circuitos cerrados, ganará la «irrisoria» cantidad del millón largo de pesetas. Los perdedores, la mitad. Un buen jugador, su fichaje no vale menos de los ochenta. Así, pues, la liga europea, con equipos en París, Milán, Rotterdam, Viena, Berlín, Copenhague, Munich, Roma, Barcelona -equipo que se llamaría Almogávares- y Estambul, integrados, en principio, por profesionales de Estados Unidos, pues se celebraría fuera de su temporada, se quedó en nada.

Reglamento complicado

Al hablar de fútbol americano se plantea la duda de si podría denominarse mejor rugby. Evidentemente es un hijo del deporte del balón oval europeo, pero muy bastardo. Quizá por eso allí se le conoce por football, sin hablarse para nada de rugby.Similitudes se pueden encontrar en que el balón oval, aunque un poco más pequeño, es el mismo; el terreno y los palos, parecidos; su raíz, de donde se nutre, es eminentemente universitaria; de hecho existen campeonatos «vivero» y, curiosamente, para que se mantenga la igualdad entre los equipos profesionales, los peor clasificados en la liga de la NFL son los que cuentan con las primeras opciones sobre los mejores jugadores un¡versitaríos; el sistema de puntuación aunque de distinto valor, salvo en el field goal o botepronto, que como el drop suma tres puntos, es también similar: el touch down, o ensayo que se logra sólo con pasar la línea de palos, sin necesidad de poner el balón en tierra, son seis puntos, en lugar de los cuatro del rugby tradicional; la transformación, o patada intentando pasar el balón entre los palos, conocida por kick, sólo vale uno y no dos.

En cuanto a las diferencias, empiezan ya en el mismo campo, dividido por líneas cada diez yardas -poco más de nueve metros-. Los partidos son dirigidos por cuatro árbitros, dada su complejidad, y en el juego cada equipo es como si fueran dos, uno para atacar y otro para defender. Si en tres fases del juego un bando no ha adelantado su posición con el balón diez yardas, los once jugadores que atacan -no quince, como en rugby- dejan su puesto a los once defensas, haciendo sus rivales lo contrario. El banco, por las lesiones y continuos cambios, puede ser hasta de cuarenta jugadores, y hay uno, el pateador, que sólo sale en ataque para efectuar las transformaciones. Todos tienen sus posiciones perfectamente delimitadas, siendó el quarterback, especie de medio melée y apertura al mismo tiempo, pieza clave. El debe tener la agilidad mental, unida a la técnica y física, para repentizar cualquiera de los cuarenta movimientos básicos o los cientos de variaciones estudiadas sobre ellos. El fútbol americano puede parecer a momentos lento, pero es sólo corno preparación de acciones rapidísimas y complicadas.

El entrenador principal dirige a su equipo, desde una mesa con teléfonos -incluso en ocasiones colocan transmisores en los cascos de los jugadores- y cuenta con tres ayudantes, uno para el ataque, otro para la defensa y un tercero para los terribles linenbacks. Estos siete hombres de choque son los que se enfrentan en una especie de melée inicial a la carrera, sin tocar prácticamente nunca el balón, sólo para abrir huecos a sus compañeros apara proteger al quarterback, como en los mauls de rugby. Al defender se puede placar y obstruir no sólo al jugador que lleva el balón, sino a todos, pero al atacar «sólo» está permitido obstruir.

Por todo ello, con la dureza legal existente, no es nada extraña la indumentaria de protección, obligada en el fútbol americano, pues aunque esté permitido el Pase adelantado, prohibidísimo en el rugby, sólo se implantó a partir de 1940 y cada, día está más en desuso. Lo que priva es el juego de choque y la rapidez. De ahí que en ataque los sprinters de atletismo hayan sido siempre codiciados, y, Bob Hayes, campeón olímpico en Tokio, tal vez el mejor velocista deltodos los tiempos, primer hombre que corrió los cien metros en diez segundos, fuera, por un tiempo, figura de los ahora finalistas de la Super Bowl, los Dallas Cowboys. Pero sólo por un tiempo. Las lesiones en el fútbol americano no respetan a nadie. La ambulancia y los médicos forman también un equipo reglamentario en cada partido que no ven nunca con tranquilidad.

Cientos de narices, hombros o piernas fracturadas; lesiones incluso más graves, como roturas de columnas o muertes, son el precio de un deporte siempre de moda en Estados Unidos, que en su apartado de violencia desatada, hermano bastardo del rugby, devuelve a la sociedad actual al tiempo de los circos romanos.

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