"El momento para ampliar la CEE es delicado y difícil"
EL PAIS. Usted ha sido siempre un agudo observador de la realidad española, generalmente con sentido abiertamente crítico. ¿Cuál es su visión del momento presente?Sicco Mansholt. Entiendo que, políticamente, se encuentran ustedes en plena culminación del tránsito desde la dictadura a la democracia. Se celebraron elecciones, están legalizados los partidos políticos, funcionan los mecanismos parlamentarios, la prensa es libre... Creo, en fin, que cumplen las condiciones esenciales que debe reunir un país democrático. En cuanto a la parte que atañe a la economía, no cabe duda que España se encuentra en un momento muy difícil. En general, tiene los mismos problemas que los demás países -todos están actualmente en crisis-, sólo que más agudizados. Los dos principales son, sin duda, la inflación -extraordinariamente elevada- y el paro. En la mayoría de países, el primer problema ha podido ser controlado, pero el desempleo persiste y alcanza progresivamente mayores cotas, en buena medida por la acumulación de jóvenes que buscan su primer empleo sin encontrarlo. En Holanda, por ejemplo, hemos conseguido dominar la inflación, pero nuestras tasas de paro rondan el 4,55 de la población activa.
EL PAIS. Insistiendo en los aspectos actuales de la economía española, ¿qué opinión le merecen las medidas elaboradas por el actual equipo económico del Gobierno, sobre las que se basó la firma del pacto de la Moncloa?
S.M. He tenido oportunidad de estudiar a fondo las directrices y me parecen técnicamente válidas, adecuadas a las circunstancias por las que atraviesa su economía y perfectamente fijados sus objetivos. Sin embargo, entiendo que las condiciones para su aplicación y puesta en práctica van a ser -están siendo ya- muy dificiles. Un plan de este tipo es siempre muy difícil de llevar a cabo. Y a las dificultades de tipo consustancial hay que añadir las derivadas de otros factores: crisis internacional generalizada, carencia de tradición sindical en el interior, incidencia de factores externos y otros muchos. De hecho, los problemas planteados actualmente en la mayor parte de los países industrializados derivan de una inadecuación del desarrollo productivo al seguido por otros componentes, como puede ser la población. Al mismo tiempo, el juego democrático está propiciando el empleo de la demagogia con ansias electoralistas, de modo que se formulan promesas de todo punto irresponsables, que luego es imposible cumplir, en vísperas de toda consulta electoral. El primer ministro francés, Raymond Barre, por ejemplo, acaba de fijar unas tasas de crecimiento para el próximo bienio que jamás podrán alcanzarse. Estos fenómenos producen un desánimo y una desorientación generalizados.
EL PAIS. En las actuales circunstancias, ¿considera viable una ampliación de la Comunidad Económica Europea, con entrada de Grecia, Portugal y España?
S. M. El momento es, evidentemente, delicado y dificil. En el caso concreto de España, las condiciones políticas son abiertamente favorables. Los requisitos necesarios se cumplen y existe un consenso político respecto a la conveniencia mutua de tal integración. Ahora bien, la negociación se presenta ardua y dificil porque existen muchos problemas por ambas partes; no sólo desde el punto de vista comunitario, sino también para ustedes. Las condiciones actuales de la economía española son difíciles y reflejan, acentuados, los problemas que afectan a la Comunidad en líneas generales: desequilibrios regionales, paro, dificultades, agrícolas, inadecuada estructura industrial en determinados sectores, y algún otro.
EL PAIS. Entonces, no parece compartir el criterio de algunos estamentos comunitarios, partidarios de establecer la Europa a dos velocidades, siquiera transitoriamente.
S. M. Estoy absolutamente en contra de tal argumentación. Otra cuestión es la fijación de un período transitorio de adaptación, durante el que se vayan integrando paulatinamente las economías nacionales en la esfera comunitaria. Pero desde el momento en que se acepte la integración de nuevos países debe entenderse de modo pleno y consecuente. Si triunfara la tesis de la Europa a dos velocidades, nunca sería una situación transitoria, sino que se consolidarían los desequilibrios y desaparecería todo indicio de solidaridad en la conducta comunitaria. Por otra parte, la idea -insisto que en absoluto necesaria- va en contra del espíritu mismo de la Comunidad. Esta se creó en base a la solidaridad y ayuda entre las distintas regiones del continente, como especifica perfectamente el Tratado de Roma. Crear dos clases de Europa iría contra el espíritu comunitario y contravendría los términos del propio Tratado.
EL PAIS. Y en cuanto a la negociación, ¿debe globalizarse, o llevarse a cabo separadamente con cada uno de los tres candidatos?
S. M. Creo sinceramente que debe hacerse por separado con cada país. No cabe la globalización porque sus circunstancias y los problemas específicos que plantea su ingreso son muy distintos. España, por ejemplo, está en niveles superiores de renta que Portugal y Grecia. En el aspecto agrícola, donde los problemas que se plantean son muy complejos y difíciles -pero no insolubles-, España cuenta también con una mejor estructuración del mercado.
EL PAIS. ¿Cómo describiría el estado de salud actual de la Comunidad? ¿Son todavía viables las viejas aspiraciones de la Europa de las regiones?
S.M. La Comunidad está actual mente en un estado de frustración. No quiero decir con ello que esté en profunda crisis, pero sí que el camino emprendido para desarrollar la idea no ha sido, ni es, el adecuado. No se ha producido ninguna toma de decisiones en temas de su ma importancia. El retraso en la instrumentación de una unidad monetaria puede acarrear importantes consecuencias y, de hecho, ya ha complicado las dificultades. En líneas generales, y con excepción de la agricultura, no existe una política a nivel comunitario, sino que cada Gobierno arbitra sus medidas particulares, en ocasiones en clara contradicción con las necesidades europeas. En cuanto al papel de las regiones en el inmediato futuro, entiendo que va a consolidarse y adquirir una importancia creciente.
Esta importancia va directamente unida a la tendencia descentralizadora, en lo que a poder y toma de decisiones se refiere, imperante en todos los países europeos. Yo soy abiertamente partidario de esa potenciación regional, lo que no implica que esté de acuerdo con todas las demandas autonómicas, que en muchas ocasiones son absolutamente irreales. Y dentro de este contexto, es preciso instrumentar mecanismos para trasvasar recursos desde aquellas regiones más dotadas a las que atraviesan por mayores dificultades. Esta es la filosofía del Tratado de Roma y de la propia CEE.
EL PAIS. Dentro del contexto de crisis generalizada que vive el mundo industrializado, muchos entrevén el fin del capitalismo como sistema económico válido. ¿Qué opción concede al capitalismo para un futuro a medio plazo?
S. M. Parece claro que el capitalismo, la posición del capital respecto a los sistemas de producción, no va a ser capaz de solucionar los problemas planteados. El sistema se fundamenta en una expansión y un crecimiento perpetuos, pero los limites a estos dos factores se han alcanzado de forma muy clara en los países más ricos. Hay otros factores, corno por ejemplo el encarecimiento progresivo de la energía y las restantes materias primas, que contribuyen a reducir las expectativas de futuro de los actuales esquemas capitalistas. En esta situación, se hace necesario buscar un nuevo sistema, que yo imagino con predominio de clases medias, reducidas dimensiones empresariales y tendencia a la desconcentración. Los rectores de la economía occidental insisten en fijarse unas tasas de crecimiento inalcanzables. El 3% señalado para este año en el conjunto europeo es absolutamente utópico, porque el real de 1977 apenas ha alcanzado el 2% y las condiciones se presentan todavía más desfavorables.
EL PAIS. Dentro de ese esquema de futuro que apunta, ¿cómo encaja la empresa?
S. M. Entiendo que las pequeñas y medianas empresas son las más afectadas -ya en estos momentos por la crisis del sistema y por tanto deben ser especialmente protegidas y apoyadas. Ello no quiere decir que no pueda ser necesario, en ocasiones, apoyar a las grandes empresas, sobre todo cuando de su supervivencia depende la de pequeñas y medianas explotaciones. Lo que debe apoyarse es, en definitiva, toda aquella iniciativa que entrañe mejora en las condiciones de trabajo, nunca la que acarree una disminución de puestos de trabajo y oferta de empleo. De cualquier forma, entiendo que el futuro hay que basarlo en el abandono de la secular tendencia a la concentración. En mi opinión, el mejor modo de iniciar la industrialización de una región es fomentando la instalación de pequeñas y medianas empresas, antes que propiciando grandes instalaciones.
EL PAIS. Finalmente, quisiera conocer su opinión respecto a la evolución de los distintos electorados y regímenes políticos de Europa. Algunos observadores estiman se está produciendo un claro desplazamiento a la derecha. ¿Qué consecuencias podría ello acarrear para el futuro de la CEE?
S. M. Yo no participo de esa creencia. Me consta que se formulan especulaciones al respecto, pero hay que tener en cuenta que los Gobiernos de la República Federal de Alemania y Gran Bretaña son socialistas, lo mismo que en Bélgica. En Holanda se ha producido un desplazamiento coyuntural hacia la democracia cristiana. Y en cuanto a Francia, aunque muchos consideran que el Gobierno Giscard -marcadamente derechista- puede revalidar su mandato en marzo, ante la desunión de la izquierda, es conveniente no perder de vista lo que pueda ocurrir entre la primera y segunda vueltas. Veo a Mitterrand con grandes posibilidades. No creo en ese desplazamiento a la derecha.
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