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Tribuna:Tríptico de política / 2
Tribuna
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La oligarquía monopolista

Ramón Tamames presenta al público, en su libro sobre la oligarquía financiera, una versión para legos de sus importantes publicaciones sobre la estructura económica, que, ignorantes en economía, no nos habíamos atrevido a estudiar. En esta forma abreviada, y con amenizadas fotografías de oligarcas escogidos, hemos podido al fin interiorizarnos en el tema y repensar una vez más las ventajas y los inconvenientes del capitalismo y de su antagonista.El autor justifica su carrera como economista y tratadista del tema y como crítico de la economía española. Al cabo de ella parece que su ideal de paz social se sitúa mejor en «Escandinavia, Benelux o Suiza» que «en América Central o en Suramérica, en la India o en Tailandia». Nada dice en este punto de los grandes países europeos, Francia, Inglaterra o la República Federal de Alemania, desde las que la paz social suiza, con las leyes más discriminatorias contra los trabajadores extranjeros, es tan discutible como el servicio que a los capitalistas descapitalizadores de sus «patrias» prestan los bancos helvéticos. El lector echa también de menos aquí una apreciación de los países socialistas en este aspecto de la distribución del producto nacional. Es evidente que el paraíso está más allá de lo logrado, y esos croquis que da Tamames con el coeficiente Gini reflejando una curva muy marcada en el capitalismo frente a la diagonal equilibradora del ideal, atenúan quizá un poco la curva en el socialismo, pero dejan la perfecta coincidencia para un milenarismo en el que se cree y se espera con una forma especial de religiosidad.

En la presente crisis del capitalismo lo decisivo es, según Tamames, que con el desarrollo moderno el capitalista tiene que trabajar con máquinas, las cuales se compran a otro capitalista, que no se deja arrancar la plusvalía, sino que exige, naturalmente, «el total de su valor de producción». Si es así, la máquina sigue siendo la fórmula de liberación, como ya vio Aristóteles, que dijo que el hombre podría prescindir del esclavo cuando la lanzadera marchase sola. Ya hemos visto, en la Primera y en la segunda revolución industrial, librarse el hombre de horas y dureza en el trabajo. Esperemos ahora esta nueva contribución de la máquina a la reducción de la explotación.

Después de un examen del desarrollo económico mundial, comenzando con Engels y la idea de su tiempo, no muy exacta, como hoy sabemos, del comunismo primitivo, y terminando con los exámenes, bastante despiadados, que el capitalismo norteamericano ha dejado hacer de sí mismo a economistas y sociólogos, pasa Tamames a exponer las bases de la economía española tal cual ha quedado conformada por los decenios de gobierno de Franco.

Gracias a la supresión de las libertades, incluidas las de prensa y crítica, nos encontramos con que la economía nacional de nuestro país se ha convertido «en el reino indefinido del capitalismo monopolista de Estado de carácter autoritario».

A través de las concesiones administrativas que Tamames enumera, y que a menudo dominan importantes servicios públicos, y de las empresas en las que el Gobierno o, como ahora dicen, la Empresa Pública, tiene participación, y del dominio de las aduanas y las importaciones y exportaciones, y de una política fiscal que todos públicamente reconocen que es de urgente reforma, se benefician esos capitalistas que se pueden llamar, según parece, oligarquía monopolista.

La historia del montaje de este sistema la hemos vivido los que hemos alcanzado cierta edad. Se comenzó con el sueño de la autarquía, pero a partir de los acuerdos con los Estados Unidos y del cambio de política económica con el triunfo de los del Opus Dei se introdujo como ideal la colonización capitalista extranjera. Como símbolo podemos tomar la sustitución del INI de Suanzes por el INI de López Bravo, dedicado a la «socialización de pérdidas» y a la «privatización de ganancias», artilugio maravilloso por el que nos encontramos en este libro en las listas de los oligarcas, queremos decir de consejeros de sociedades, a políticos mediocres como Valero Bermejo y Martínez Esteruelas, o Blas Pérez y el sabio Lora Tamayo, o a teorizantes -y prácticos- como Jesús Fueyo y Jorge Vigón.

Como Tamames, yo me inclino, en medio de todo, al INI de Suanzes, y no me gusta nada el de López Bravo. El problema para mí, seguramente buscando otra solución que Tamames, es si para no quedarnos en un INI de Suanzes, autárquico y dirigista, habría salvación para al menos una parte de esa oligarquía capitalista que supiera trabajar renunciando a privilegios monopolistas y ajustándose a esa economía de mercado que parece va a ser incluida en la Constitución, y que consiste en dejar un margen al libre juego de la oferta y la demanda.

La verdad es que lo que queda en el mundo de eso que llaman economía de mercado produce y distribuye, en lo que sabemos, los bienes mejor que la burocracia estatal (comprobada) y la autogestión (de resultados aún inciertos). El simple ciudadano espectador, que no es sabio en economia, ni cree en recetas preparadas, se encuentra ante interminables preguntas. ¿Podremos salir del tinglado de organismos estatales y paraestatales a una economía de mercado? ¿Podrán y querrán algunos de estos oligarcas, retratados o no en el libro, dar ese salto? Si pensamos en las ventajas que tiene la vida en países capitalistas, donde actúan partidos socialistas que no se han decidido a prescindir de la economía de mercado, desearíamos que el panorama que presenta Tamames no fuera tan negro. Por no recordar que cualquier paciente tiene aquí mejores medicinas que en Cuba o en China, limitémonos a registrar que en la carrera hacia la Luna el desafío de la Unión Soviética fue brillantemente batido por la NASA norteamericana con todo su tinglado capitalista. Cierto que la mecanización y la planificación harán posible atender cada día mejor a las exigencias socializantes de los grandes números y de las masas dominantes. Pero todavía la gerencia de las grandes empresas exige algo más que funcionarios celosos.

Sobre la inflación, otro de los capítulos del libro, Tamames no sólo nos explica su fatal desarrollo, sino que da consejos para que, aquel a quien sus medios se lo permitan, atesorando oro o enviando sus fondos a Suiza, pueda librarse de sus efectos. Concretamente en el caso nuestro, la inflación, desde 1939, ha obedecido, y lo creemos bien, a ese «crecimiento del capitalismo monopolista», con su orquestáción de tira y afloja, sus concesiones de créditos a empresas privilegiadas, sus expedientes de crisis y sus combinaciones para ganar en cada jugada. Tamames, naturalmente, no cree que por la simple llegada de un régimen democrático quede evitado este juego del capitalismo monopolista, tan bien asentado en los centros económicos de nuestro país.

El lector puede aceptar el diagnóstico de Tamames sobre los males que aquejan desde siempre a nuestra economía, la cual ha de superar, entre gentes que llevan tantos años tironeadas entre la recesión y la inflación, la tendencia que vemos domina a gastárselo todo, hasta la última peseta, con mentalidad de «últimos días de Pompeya». Ahora bien, el lector crítico encontrará poco preciso el importante apartado del libro sobre «el cambio de sistema».

¿Es verdad que en las sociedades avanzadas sigue aumentando el número de expropiados y se concentra el de los expropiadores? ¿Es verdad que se puede llegar a un socialismo pleno sin recurrir a eso que eufemísticamente llaman «justicia convulsiva»? ¿Se puede creer que la crisis de Italia, en buena parte moral, con sus Passolinis y demás muestras decadentes, puede anunciar «la transición pacífica al socialismo»? ¿Se puede pensar en la gran operación del paso al socialismo sin trauma, sin anestesia, sin dictadura?

El simple ciudadano que observa y lee este inteligente libro, tan revelador de la realidad de nuestro país, se queda pensando, da gracias al autor por tan interesante examen y le queda reconocido también por las perspectivas que deja abiertas, sin fatalidades económicas que las corten. Tamames ha puesto excelente información en manos del público, del votante, y también del político.

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