Oposiciones
Un opositor, mejor dicho opositora, me expone sus angustias ante el trance, me pide consejo, ayuda y consuelo. Todo junto. La verdad es que no sé cómo salir del paso, porque no tengo la menor autoridad para aconsejar a nadie en esta coyuntura, contándole fracasos y éxitos propios y modos de esquivar los unos y de obtener los otros. No he hecho oposiciones en mi vida, cosa por la que alguna vez pediré una condecoración: la Cruz del Mérito Civil, por ejemplo. Porque la oposición empieza por ser un acto de una incivilidad absoluta, con la desdichada trinca como base. Así, para hacer boca, se enfrenta a la gente joven y se inculca la idea de que para obtener un triunfo hay que patear al contrario. Todos los medios son buenos. El haber sido testigo de una de las trincas más bochornosas que cabe imaginar me quitó ya todo propósito de hacer oposiciones cuando tenía veintitantos años, y hoy doy gracias por haber mantenido mi virginidad en este orden. Esto no es para consolar. En cuanto a la ayuda, lo único que podría es repasar algunos temas con la opositora. ¡Pero hay tantas cosas en un programa de las que uno no sabe nada! No. Lo mejor es lanzar una catilinaria o una filípica contra el sistema y quedarse en casa, tan ricamente, esperando el solsticio de invierno, en la soledad del campo.Mucha gente prudente dice que el sistema de las oposiciones es malo..., pero que, con todo, es el mejor. Yo no sé bien qué es lo mejor de lo malo, aunque tanto en el cielo como en el infierno parece que hay círculos y categorías hasta llegar a la quinta. Al quinto infierno.
Lo malo tendrá matices que desconozco, aunque algunas veces haya de admitir que «más vale poco y malo que mucho y bueno» como regla de diabético al que le gustan los dulces, a la hora terrible de los postres. ¿Podría aceptar que muy pocas y malas oposiciones son mejores que muchas y buenas? Acaso. Porque un hombre puede ser mal opositor y competente, y un número uno es, a menudo, según dicta la experiencia, un perfecto melón o una mediocridad. Esto se ve incluso cuando se trata de grandes premios concedidos por academias, conservatorios y otros institutos. Da pena, en efecto, ver las listas de premiados a lo largo de los tiempos. Conforta, en cambio, ver quiénes han podido ser cateados o no han obtenido premios. Pero no seamos negativos. Seamos constructivos, como se dice en algunas oficinas donde no se hace nada. ¿Qué procedimientos se emplean para seleccionar? Pocos y problemáticos. El de las oposiciones en plena juventud es uno de los más corrientes: de los más inseguros también.
Desde que funcionan las universidades se están dando en España casos y más casos de malas selecciones. La cantidad de profesores «defectuosos» es mayor que la de los «perfectos» y casi tan grande como la de los mediocres. El defecto puede ser de muchas clases. No sólo por falta de conocimientos. Y los peores son defectos de carácter. En todas las facultades y en todos los tiempos se ha padecido al catedrático ensoberbecido, al violento, al avinagrado, al estrafalario, al abúlico. Teofrasto hubiera podido escribir una obra describiendo sin fin de caracteres de pedagogos: de malos caracteres.
Los estudiantes, unas veces, los padecen. Otras se vengan bárbaramente del hombre con carácter no adecuado para la cátedra: en cadena perpetua para él y para los demás. Desde los veintitantos a los setenta años. Podría contar algunos casos cómicos de violencia. Podría recordar muchos más de avinagramiento, de emberrenchinamiento y de excentricidad. Hubo a mediados de este siglo todavía un profesor de Higiene que afirmaba que lo mejor para desinfectar los lavabos era orinar en ellos. Hubo antes profesor de Terapéutica que consideraba como un insulto personal el que le hablaran de ciertos medicamentos. Para subrayar la excentricidad de un profesor de Historia se decía (esto en broma) que lo que más le gustaba era bajar de un piso cuarto o quinto, donde vivía, montado en la barandilla de la escalera y pegar un golpe a la bola del barrote primero con los cuartos traseros. A veces la figura o disfraz del sabio distraído la adopta un hombre que de sabio no tiene nada y de distraído tampoco. Cultivar la excentricidad para sentar plaza de genio se da con frecuencia. Alguien cree que las debilidades y flaquezas de carácter de los profesores se deben a la tensión hecha cuando eran jóvenes para aprender de memoria programas cargadísimos. Y en las mismas debilidades pueden caer los notarios y otras gentes respetables.
Esfuerzos de memoria. Por este vicio nos acercamos a la burocracia de la China imperial y a la enseñanza coránica, porque el letrado chino era más importante, al parecer, cuantos más caracteres endiablados recordaba, y el alfaquí es más sabio cuantos más versículos del Corán sabe de memoria. Aquí solemos tener que aprender de memoria cosas peregrinas y de una inutilidad más peregrina aún. Mi tío Ricardo, el pintor y grabador, estuvo una vez en el jurado que concedía las pensiones para los pintores que querían ir a Roma. Un profesor de Historia del Arte o de Composición puso un tema que era nada menos que el de «Trajes, usos y costumbres de los capadocios». No se ve claro lo que saber esto podía servir a un pintor, aunque fuese discípulo de Garuelo o de Moreno Carbonero: mas el caso es que a un pobre candidato le tocó la bola. Salió del paso airosamente diciendo que del traje de las mujeres no sabía nada..., pero que el de los hombres se caracterizaba porque llevaban unos chalecos que «por lo general, eran auténticos». Inútil es decir que mi tío votó a su favor. ¡Qué contestaciones se oyen en algunos exámenes!, dicen algunos profesionales de la enseñanza. Sí, ¡pero qué preguntas se hacen también a veces! ¡Y qué temas de oposición! Las cosas más incongruentes, absurdas y pedantescas.
Hay en castellano una expresión que sirve para subrayar una incongruencia, que es la de preguntar qué tienen que ver las temporas con cierta parte del cuerpo humano. Según algunos programas de oposiciones, pueden tener que ver, y mucho.
Memorismo, incongruencia, pedantería y, para empezar, agresividad. ¿Hay quien dé más? Falta de pruebas de reflexión, de raciocinio, de expresión, de equilibrio y de sentido común. Un profesor de Historia me decía* a mí, de joven, que para hacer ciertas oposiciones con aprenderse el Beloch era suficiente. El Beloch es una historia de Grecia en cuatro tomos y en alemán, que él jamás habría visto ni por el forro. Pero la seriedad es la seriedad. No hay quien, siendo honrado, deje de estremecerse ante ciertos programas y ciertas caretas. ¡Pero si los mismos programas de los niños del bachillerato son embrutecedores! Hay que tener una enciclopedia en la cabeza para salir airoso. ¿Y quiénes salen? Monstruos..., -pero no gente con sindéresis. Cada profesor pregunta lo que sabe, o lo que dice que sabe, y se queda contento al demostrar que el que se examina u oposita no sabe nada. ¿Entonces? Entonces hay que hacer otras pruebas y valorar cosas que no se valoran. Hay que fingir menos, hay que tener más buena fe y no dar a la apariencia ese lugar preferente que se le da cuando el hombre tiene instintos pobres y malos pensamientos que encubrir.
*Siguen diez firmas más de bibliotecarios no facultativos
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