La negritud
No es la teoría de Sartre ni el verso de Senghor, no es la prosa de Ansón sobre la negritud. Es un negro que viene a despertarme esta mañana y me trae una carta.Y qué blanca la carta, qué paloma en la mano del negro. Hay una cosa que se llama Unión Revolucionaria de Guinea Ecuatorial. Urge. Urge escribir de este problema. A mí suele despertarme la voz de una famosa en el teléfono o el cobrador del gas con su linterna, pero he sabido de pronto que toda la luz del día viene en lo negro de un negro. Los negros me llaman bwana y me dicen (qué bien, haber contagiado el coloquialismo madrileño a estos seres absolutos que son los negros):
-Es aquí de parte de la cosa de los guinearios. O sea que vamos a celebrar una fiesta de solidaridad con el pueblo.
En la Casa del Pueblo de Vallecas, bajo la sombra nominal de Ascensión Bielza, el domingo a las cuatro, hasta la noche, o sea toda la tarde. Guineanos, guineanos, hombres del bosque Fang, qué vendidos por todos, por nosotros, por los escrupulosos españoles. Invitemos a Ruiz a vuestra fiesta, Ruiz es Solís, ya sabes, guineano. O la sombra entorchada de Carrero. Sois, como tú me dices, el colmo, el estrambote, el desespero:
-El colmo, el estrambote, el desespero.
Os compramos y os vendimos, aquí los españoles, hombres del bosque Fang, y una mañana, esta mañana, viene a mi casa una carta blanca en la mano de un negro, como toda la blancura del mundo en brazos de toda la negrura del mundo. Yo iré a meter los pies en la hoguera de vuestra poesía guineana, en vuestra prosa, en la doble serpiente de la leyenda y de la música, de los genios con falo, como dices, iré con la mensahib o con la pluma, que a la mensahib aquí, buenos amigos, la llamamos la jai, la gachililla.
¿Y qué hacemos los blancos mientras tanto? Unos me denuncian a Trevijano, otros a López Alonso, el mecenas de Romero, como si fuese yo una comisaría. La francesa Besset quiere traducirme, el búlgaro Iván Jristov quiere traducirme, los semiólogos de la Complutense quieren interpretarme, aquilatarme, pero escapo de todos, doy la nota y me voy con los negros, porque el hastío del blanco sólo se cura en negro. Y qué blanco lo blanco en Barcelona, qué fiesta de cadáveres el show de Sebastián Auger, qué blancos somos todos en la Scala, qué negros son los negros en su noche.
Alianza Popular y la UCD están contra el aborto y a favor de la pena capital. ¿Cómo se entiende eso, rostros pálidos? Si la vida es sagrada, ¿por qué matáis a un pobre equivocado? Si se mata a los pobres, ¿por qué ese gran respeto al que aún no existe? Es un pobre futuro, al fin y al cabo. Qué extinguida, la ética de los blancos, y qué contradictoria. Caen estudiantes, desprendidos a tiros del árbol de la revolución, comó frutos agraces en el otoño patriarcal de Martín Villa. Y, cansado de todo, vuelvo yo ya mis ojos hacia el negro.
Julián Santamaría va a sacarme en un poster. Ana Fisac quiere hacerme un retrato. Pero mejor que ser un blanco entre los blancos, yo quisiera ser sombra entre los negros. He almorzado ayer con Hafida, mujer blanca del Africa francesa. Una negra profunda va en su cuerpo. Ella qué sabe. Argelia es una tribu desteñida. Y Guinea es una culpa, la gran culpa de España, carbonera de sangre, tan profunda, de la que aún vienen, tiznados, españoles políticos, banqueros.
Qué mal resuelto el caso de los negros. Todo el remolino de mi frivolidad de blanco -fiestas, palabras, cosas- se ha quedado en suspenso esta mañana, cuando ha venido un negro, cuando se ha alzado un negro, estatua erguida con el carbón del sol, con su carta en la mano, esa carta tan blanca, ese insólito sobre, esa protesta pura de los negros. O aquel negro estentóreo que en la Casa de Campo gritaba la verdad en castellano. Tras esta democracia tan precaria, lloran los saharauis y los negros. Guinea, vieja culpa de España. En algún sitio están el Mozart y el Heidegger de los negros. Treinta siglos de blanco se me han paralizado esta mañana con el recado negro de este negro.
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