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La energía, un problema político

Comisión de Energía del PSOEMientras en Europa se habla de energía desde 1973, aquí comenzamos ahora. ante la gravedad que ya plantean su carestía y su pronta escasez. Hemos vivido unos años, los últimos de la dictadura, en la que ha convenido a los políticos franquistas minimizar el tema. Había para ello, razones políticas conjugadas con razones de dominio económico por parte del capitalismo interior y del exterior a nuestras fronteras. A las multinacionales les interesaba hacer de España una potencia en materia nuclear que nos pusiera aún más en sus manos ante la necesidad de tecnología, equipos y combustible atómicos. Y al capitalismo financiero español le seguía siendo muy grato continuar manejando parcelas de poder que, como en los sectores eléctrico y petrolífero, han sido claras y, además, les han proporcionado buenos beneficios, ¡en plena crisis mundial! Hoy, con la naciente democracia, no se pueden seguir manteniendo esas componendas, que van en detrimento de España y de su pueblo. Por eso el tema de la energía ha salido a la luz pública, y se le debe de dar la importancia que tiene como tema económico, pero sin olvidar su marcada trascendencia política.

Desde una perspectiva socia lista, el problema energético se presenta de forma muy distinta a como aparece desde ángulos capitalistas. En nuestra estructura económica actual, una reducción drástica y profunda del consumo llevaría aparejado paralelamente un deterioro en el crecimiento de nuestras ya enfermizas cotas de empleo. La tónica es general en los países europeos, tanto de economías de mercado como mixtas. Por tanto, ninguna política consciente se embarcaría en tal aventura. Pero, por otro lado, a los socialistas nos repugna el consumismo absurdo que des borda1as necesidades reales, el derroche de recursos en pro del individualismo insolidario y, cómo no, el injusto reparto del desarrollo en el mundo. Estados Unidos, por ejemplo, país altamente desarrollado y gran depredador de recursos, consume el 48 % de la energía gastada por todos los países no comunistas del globo, y previsiones para el año 2000 le otorgan un consumo análogo al del resto del mundo. De ahí que para dar soluciones a un problema que afecta a todos por igual, capitalismo, socialismo e incluso comunismo, no tengan coincidencia de criterios. Los socialistas pretendemos, esencialmente, cambiar la vida de las personas, llegar a un concepto distinto de la calidad de vida. Nuestro deseo es modificar las reglas que rigen nuestra sociedad para hacerla más racional y menos consumista, donde priven actitudes más sociales y humanas. Para ello hemos de incidir sobre la economía, y dentro de ella, sobre el sector de la energía, que es precisamente su motor, modificando los factores estructurales que puedan hacer viable el cambio. Pero somos conscientes de que el proyecto no puede acometerse a corto plazo, ya que ocasionaría reajustes en la actividad económica y productiva, cuya adaptación llevaría consigo un enorme coste social. No tenemos más remedio que recurrir a una sustitución pausada del marco político-económico en el que nos desenvolvemos, aprovechando momentos propicios y no despreciando el factor oportunidad. En mi opinión, la actual coyuntura socioeconómica española sí permite acometer unas acciones mínimas que, desde la óptica socialista, irían perfilando un comienzo coherente de cambio de mentalidad en la gestión y, en el uso de los recursos energéticos. Para empezar, como meta general, se debe luchar por anular los incrementos anuales de consumo, hasta llegar a un crecimiento cero. Esto equivale a seguir una política de ahorro a niveles privados, colectivos y públicos. Ahorro que requiere una máxima racionalización del consumo, sobre todo en los sectores industriales y de transporte, y en áreas donde el confort se ha desbordado. Este freno del gasto se ha de llevar a cabo sin deteriorar el crecimiento del PIB, para lo cual es imprescindible conseguir el máximo aprovechamiento en los ciclos productivos. Esto sólo se podrá lograr mediante reglamentaciones severas, incentivos, desgravaciones fiscales y créditos para. cambiar o instalar equipos industriales con mayores rendimientos energéticos. Tal tónica general de ahorro precisa, además, de una política de precios abierta y realista en los productos petrolíferos, y de una tarificación eléctrica que valore Iinealmente el consumo.

Estructuralmente, pienso que se debe caminar hacia una pronta y rápida nacionalización del sector, de todo el sector energético. Esta medida, aparte de concentrar en el Estado el poder que representa la energía, instrumentaría una mejor planificación del conjunto energético, haría posible una gestión de él más globalizada y, por tanto, más direccionable, y dotaría al sector de una mayor potencia negociadora de cara al exterior (crudos y centrales nucleares). Por apartado, el petróleo debe de encuadrarse en una macroempresa pública que abarque la exploración, explotación, refino y distribución. La concentración de toda la minería e industria del carbón es imprescindible para equilibrar costes de explotación e intensificar la investigación, de cara a su creciente importancia para sustituir al petróleo en las centrales térmicas y en ciertas áreas de consumo. Las empresas eléctricas, de clarísimo poder político, y económico, no pueden estar en otro lugar que no sea el sector público. No es posible que siga en sus manos, con la estructura actual, la política nuclear, tan socialmente debatida y factor de una penetración y dependencia extranjera que ha de ser situada en su justa medida.

Por otro lado, es imprescindible, ante próximas y seguras elevaciones de precios y una creciente escasez de recursos, afrontar con decisión una política de investigación y búsqueda de recursos convencionales y formas alternativas de energía. Es hora de empezar a aprovechar nosotros mismos nuestros propios recursos y comenzara tener nuestra propia tecnología. Y para terminar, no puede concebirse una política energética completa sin adoptar posturas decididas de colaboración, cooperación y solidaridad internacionales. La energía constituye un vehículo que puede desarrollar un papel de unión y hermandad entre los pueblos, o de discordia, distanciamiento y acaparación de poder. Debemos incidir clara y rotundamente por apoyar las primeras posturas.

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