"Convivium taurino" en Ronda
Los pasados días 7 y 8 de septiembre tuvo lugar en Ronda un "Convivium taurino", como pórtico A la anual corrida goyesca que marca la reaparición por un día del maestro Antonio Ordóñez. Las sesiones se celebraron en él palacio de Salvatierra, en el que los coloquiantes gozaron de la hospitalidad y colaboración activa de Rafael Atienza y se eligió como lema para ellas e¡ de la plaza de la Maestranza rondeña: Pro republica est dum ludere videmur (Aunque parezcamos, divertirnos, lo hacemos por la república). Cabe añadir que algunas de las ponencias contaron con la asistencia de Antonio Ordóñez y Pepe Dominguín. El interés general del "Convivium" fue llevar a cabo una profundización racional, pero no desmitificadora de la fiesta taurina, un enriquecimiento interpretativo que huyese tanto del insulso anecdotario de «cosas de toros y toreros» como del severo esquematismo reglamentario «que nunca se cumple» o de la panacea sociológica.La primera ponencia, tras unas palabras de salutación de Rafael Atienza, maestrante de la plaza, corrió a cargo de Pedro Romero de Solís y versó sobre el paso del toreo a caballo al toreo a pie. Expuso muy documentadamente la transición desde el juego señorial del toro, reservado a la nobleza montada y simbolización espectacular de su poder, pasando por los primeros jinetes plebeyos y retribuidos, como José Daza, hasta la irrupción definitiva del pueblo «de a pie» en el ruedo, lo que, visto en un principio como una degradación anarquizante del festejo, supuso en realidad una inyección de vitalidad popular y de codificación que trastornó el protagonismo del toreo, asegurando su pervivencia eficazmente social. En segundo lugar habló Alberto González Troyano, con una muy aguda lección sobre la legislación de la fiesta y su plasmación en las escuelas rondeña y sevillana. Su pregunta fue: ¿puede haber suertes fuera de una concepción total de la faena? Todavía la tauromaquia de Pepe Hillo es sólo un abierto catálogo de mañas y suertes eficaces, pero la de Paquiro se convierte en una normativa inapelable de lo que debe hacerse para llevar la lidia hasta su lógico fin, la muerte del toro. Antes de Paquiro, el torero salía al ruedo a crear un orden al modo espontáneo y azaroso que la situación le dictase, tras Paquiro, sale al ruedo a cumplir de modo más o menos perfecto unas reglas. La creación de un código fijo convierte al espectador de cómplice en juez de la faena y le da un adminículo con el que decidir sobre lo que ve, al tiempo que le ciega para valorar lo que no puede ser reflejado en la preceptiva, «oficial», La tauromaquia de Paquiro, al codificar las suertes, contribuyó a asegurar la pervivencia y a combatir la degeneración de la fiesta, pero quizá nos privó de mucha riqueza espontánea y de una forma más desprejuiciada de juzgar el toreo. La escuela rondeña, sin otros miembros que los Romero y sin posterioridad, hizo prevalecer ante todo la eficacia directa y poderosa en la lidia; la escuela sevillana privilegió el lado dramático de burla de la muerte que el toreo comporta.
Quizá la ponencia más discutida fue la de Ignacio Vázquez, quien juzgó al toro «bravo» desde un punto de vista biológico. Hemos puesto bravo entre comillas porque defendió la tesis de que no hay bravura natural en el toro, hervíboro gregario cuya defensa, es la huida salvo casos de excepcional acoso. El actual toro «bravo» es un producto artificial de la cría humana, una obra de arte destinada a la corrida y producida por el gusto de los asistentes a ella. Naturalmente, el invento de la bravura aspira a una fiereza controlable, toreable: para producir este animal acometedor y manejable, los ganaderos han recurrido a aplicar más por experiencia que por ciencia la consanguinidad, instrumento genético que produce mutaciones relativamente rápidas, pero que también fija imprevisibles características a menudo indeseables: verbigracia, las «caídas» de los toros, cuyo origen es un problema genético, no ambiental o debido a la «malevolencia» de los ganaderos.
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