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El Parlamento como función

Hablaba en mí último artículo del «espectáculo» y casi habría dicho de «el gran teatro» de la política, si no fuese porque ésta, en su estado actual, con sus estrellas publicitarias y un «texto» recitado tras mucho y malo rewriting, se parece mucho más al manoseado script cinematográfico que a una gran obra teatral. Como en toda obra, teatral o cinematográfica, hay el protagonista y sus antagonistas, quiere decirse, en nuestro caso, quien se ha hecho con el poder y quienes luchan por arrebatárselo, y junto a unos y otros hay también, y son la mayor parte, los «figurantes», quienes se contentan con «figurar», con «parecer» (y «aparecer» retratados o televisados), con lograr un escaño y, sueño de los sueños, hasta una cartera ministerial. Actualmente se puede ser republicano o monárquico, pero sólo por razones instrumentales -y en el segundo caso, coyunturales-, con vistas a un Estado mejor. Ya no hay, corno todavía durante la República, una «mística republicana», y no digamos una «mística monárquica», imposible sin la creencia en el origen divino de los reyes. Y por la misma razón se puede -y se debe- preferir el régimen parlamentario al autocrático, pero es imposible sentir un sacro estremecimiento al paso de un «representante» del pueblo. Si alguien quedaba todavía con ingenuidad suficiente para el escalofrío, la perdió durante la rapiña de la campaña electoral y, sobre todo, sus vísperas. Uno de los principales líderes, entrevistado durante aquélla en un buen reportaje, declaró que «hay personas que lo único que hacen es luchar, con las armas que sea, por conquistar un escaño, por ser politiquillos profesionales. Eso me parece bochornoso y fraudulento». Y a continuación expresaba propósitos que, de encarnarlos en su acción política, probarán que también quienes nos mantenemos apartados de la praxis política podemos influir en ella.

Sí, no hay duda de que hoy está muy generalizada la falta de fe en el parlamentarismo como hipertrofia de una razonable y simple espera -que no esperanza- de que el régimen parlamentario funcione bien y nos proporcione, de paso, el espectáculo de, como se dice en los pueblos, una buena «función». Y quiero pensar que esta falta de fe, unida a la de entrenamiento de las prácticas de la democracia representativa, han podido influir en el muy censurable trato sufrido por el diputado Jaime Blanco. Desde este punto de vista me parece sumamente oportuno el reciente editorial de EL PAIS: «En defensa del Parlamento». Hay que defenderle, porque buena falta le hace. Y, como el mismo artículo agregaba, es él quien tiene que empezar por defenderse a sí mismo del riesgo de desprestigio que le cerca por todas partes y, lo que es aún peor, le amenaza desde dentro. En la España actual y ante el juego de prestidigitación en virtud del cual un régimen dictatorial, heredándose a sí mismo, se ha sacado de la propia manga los atributos de la democracia parlamentaria, todo el que posea un mínimo de sentido crítico tiene que ser escéptico respecto del presente. Aunque sea, a la vez, utópico, desde este mismo mediocre presente.

Repárese bien en que no es el que estoy haciendo un discurso de «autenticidad» o de «pureza», palabras éstas que tampoco nos inspiran ya reverencia. Ni tampoco, si se me entiende bien, de «identidad». Hay una expresión, la del Jefe del Estado como «personificación» de la soberanía popular, que parece haber hecho fortuna y que, en su ambigüedad, es paradójicamente esclarecedora. ¿Pueden personificarse la soberanía popular, la democracia? Sólo en el etimológico sentido de que puede «representarse» en el gran cine o televisión de la política. La «paradoja del comediante», de Diderot, es, en este plano, singularmente llamativa: la «persona» representante ha de esforzarse por lograr la plena transparencia, para que, a través de ella, pase, sin la menor alteración producida por su personalidad individual, aquello que meramente «representa». Así, por ejemplo, la reina de Inglaterra nunca representa mejor su papel de reina constitucional que cuando tiene que leer, como discurso de la Corona, el escrito por un jefe de Gobierno laborista; es decir, un discurso que corresponde literalmente al «papel» que, a la vez, tiene en la mano y representa, aunque presumiblemente tenga poco que ver con sus personalísimas ideas políticas.

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La cosa es -como diría Ortega- superlativamente grave, pero no voy a entrar en ella a fondo -también solía decirlo así Ortega-, simplemente porque la estoy tratando en otro lugar. Es presentada aquí, como mera pregunta ésta: ¿Somos en la vida, política o en general, mucho más que, sencillamente, el «papel» que representamos? Espero que se comprenda que esta escéptica puesta en cuestión de los santos principios de la «ldentidad» y la «autenticidad» de ninguna manera tiende a justificar a los políticos de la UCD. Mas nuestra tarea no sobrepasa, probablemente, la de esforzarnos por que cada cual represente lo mejor que pueda el papel que ha adoptado, y la de no empezar a representar un nuevo papel antes de haber acabado de representar el anterior. (Exactamente lo que, de verdad. no han hecho la mayor parte de los parlamentarios de la UCD.) Adolfo Suárez, como el sosias del general Della Rovere, es, eVidentemente. un actor de la TV que. porque lo «representa», ha acabado por creerse que es el presidente Suárez. ¿Significa esto que la política sea, necesaria, forzosamente, una «farsa»? El ejemplo que he puesto -que confío en que no sea de un paralelismo profético- muestra bien que no lo creo simplistamente así, por más que con ello contraríe a los «puros», a los de las manos síempre limpias..., porque no tienen manos, e incluso prefieren no tenerlas, para poder gloriarse así de no manchárselas. No, la política es un espectáculo, y, por eso, el último día la comparaba aquí con el deporte-espectáculo. Mas no tomemos esta expresión en su acepción unilateralmente peyorativa, volvamos a la óptica de «el gran teatro del mundo»: ¿No es también un espectáculo la cultura, y esto aun antes, por supuesto, de intentar convertirla rotularmente en política y hacer de ella un Ministerio? Es lo que veremos en días sucesivos.

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