Legalizada la moderación en China
LAS CONCLUSIONES del XI Congreso del Partido Comunista chino, celebrado en Pekín del 12 al 18 de agosto, están siendo objeto de minucioso análisis por los observadores políticos que tratan de descubrir, tras las vaguedades de un comunicado oficial, la futura evolución política de más de ochocientos millones de chinos.La importancia concedida por los sinólogos al comunicado
que, acaba de hacerse público en Pekín viene determinada por lo que podríamos calificar, no sin cierta cautela, de triunfo definitivo de la línea moderada, realista y pragmática en la dirección del partido y del ejército.
La semejanza entre las conclusiones del XI Congreso y el discurso inaugural del presidente Hua Kuo-feng -indiscutible heredero, en estos momentos, de Mao Tse-tung permite afirmar que el congreso, de relevancia seguramente histórica, ha venido a legalizar la situación de hecho que resultó de la complicada sucesión de Mao. En este sentido no cabía esperar sorpresas.
Sin embargo, el contenido del informe oficial sugiere, más abiertamente que nunca, las líneas concretas que deben «convertir a China antes de fin de siglo, en un gran Estado socialista potente y moderno». Por otro lado, la continua insistencia en atacar a la banda de los cuatro, representantes de la línea radical oficialmente derrotada en este congreso -aunque de hecho lo fuera tras la crisis de Shanghai de octubre de 1976-, hace pensar que la penetración de estos últimos persiste y es aún grande entre las masas y entre los militantes del partido.
Sorprende, en este sentido, la franqueza con que el comunicado relata la crisis interna- y el resultado de los combates en el seno del Partido Comunista chino. Con ello se rompe la línea ininterrumpida de hermetismo que siempre rodeó la vida política de este inmenso país.
Se ha rasgado un manto de secreto que les sirvió para proteger la unidad interna frente a las influencias extranjeras.
«El onceavo combate entre las dos líneas en el seno del partido ha sido coronado -dice el comunicado- por una gran victoria». -«El final victorioso -señala más adelante- de la revolución cultural, que ha durado once años, nos lleva a una nueva fase de desarrollo». Y, en esa nueva fase de desarrollo revolucionario «en el campo de la ciencia, de la técnica, de la enseñanza, de la literatura, del arte y de la salud pública», el congreso hace especial mención a la necesidad de formación de cuadros a todos los niveles, a la disciplina interna del partido y al centralismo democrático. «Si la democracia es importante, el centralismo lo es más y es preciso reforzar la disciplina del partido», señalá textualmente.
El orden es otro de los elementos repetidos con más énfasis en el documento oficial: «Abatida la banda de los cuatro, hoy podemos realizar la estabilidad y la unidad y asegurar el orden en el conjunto del país. »
A lo largo del texto puede observarse implícitamente un deseo de evitar la anarquía en la movilización de las masas y en la descentralización, así como una sensible voluntad de conservar las posiciones adquiridas.
Pese a todo ello, la crisis interna del partido no parece haber sido saldada por completo. El arraigo de la línea radical, condenada por el IX Congreso en la persona de Lui Shao-chi y por el X Congreso en la persona de Lin Piao, viene probado ahora por la potencia del ataque que los vencedores actuales dirigen a los seguidores de la banda de los cuatro. Es significativa la eliminación de casi ochenta miembros del comité central que fueron elegidos en el X Congreso de 1973 y su sustitución por los más leales al presidente Hua Kuo-feng y al recién rehabilitado viceprimer ministro Ten Schiao-ping.
La presencia de militares y tecnócratas moderados en los más altos puestos directivos puede garantizar, por el momento, la línea de desarrollo económico que «conduzca a China y a su economía -según deseo expresado en el documento- a los primeros puestos del mundo». La moderación en el proceso político y la consolidación del ,desarrollo económico parecen ser las claves de la nueva jerarquía china.
En cuanto a política exterior no ha habido prácticamente novedad alguna. Se mantienen los ataques al imperialismo norteamericano y al social-imperialismo soviético, especialmente duros con el segundo por su preocupación fronteriza y por la expansión de la flota soviética en el Indico y Pacífico. Igualmente se insiste en el reconocimiento de todos los Gobiernos del mundo y en el deseo de no injerencia en los asuntos internos de otros países.
Nada hace pensar en el comunicado -aunque parezca posible y próximo- un cierto acercamiento de China a la Unión Soviética ni un establecimiento inmediato de relaciones diplomáticas entre Pekín y Washington.
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