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Terrazas madrileñas: butacas de calle

Este suave invierno del mes de agosto ha traído considerables quebraderos de cabeza a las terrazas veraniegas. Bien provistas de los correspondientes jerseys de lana, algunas parejas resisten en las solitarias y otrora confortables mesas de Rosales y las turistas nórdicas desafían las primaverales brisas en los cafés de la Gran Vía o en el célebre quiosco de Canaletas, frente a Correos, en el que la zarzaparrilla ha dejado paso a la Coca-Cola, aunque resistan la horchata y la cerveza de barril.

Del café literario al mínimo aguaducho, la topografía de las terrazas madrileñas ofrece alternativas para todos los gustos. En Rosales las mesas suelen encontrarse situadas en forma de túnel, con asientos para dos y la discreta Penumbra de los toldos. Los camareros cobran en el acto y la paz de los amantes sólo es turbada por el vendedor de barquillos y la señora de los claveles. Desaparecidas las municipales sillas de pago, las terrazas reinan sobre el paseo del Pintor Rosales, algo decadente ante el imperio de los pubs y las discoteques, enclave de nostálgicos paseantes que recuerdan aquellos pasados tiempos de esplendor, en los que la penumbra cómplice del túnel del amor era la cuasiúnica alternativa para tímidos escarceos a morosos.

Al otro lado del porque del Oeste, junto a la semimoribunda estación del Norte, se encuentra La Bombilla, con recuerdos de verbenas y romerías. Casa Mingo (sidra y tortilla de patatas) reina sobre los restaurantes populares, con mesas al aire libre, aromas de gazpacho y ensalada, cenas familiares y recuerdos de otras épocas.

A partir de Argüelles, abandonadas las zonas verdes, las terrazas ocupan las aceras de Princesa entre el tráfico humano y rodado se sitúan, estratégicamente, los cafés. En la glorieta de Bilbao, el Comercial, La Campana, Kuhper, la zona tiene larga tradición de siglos.

La glorieta se denominó en pasados tiempos puerta de los pozos de la nieve, y marcaba uno de los accesos de Madrid. Los pozos conservaban la nieve invernal para utilizarla en el verano y quizás los primeros aguaduchos se situaran en esta plaza. Por Chamberí, aún quedan tradicionales quioscos de horchata, limón y agua de cebada, regentados por familias alicantinas o valencianas que siguen conservando su peculiar artesanía y fabricando los únicos refrescos aún no sujetos a la manipulación de las grandes multinacionales. En contrapartida abundan en ellos los anuncios de otros refrescos, en estos casos preferidos ante el reinado de la horchata de chufas que resiste impávida todos los intentos de embotellado.

El quiosco de la plaza del Dos de Moyo da cobijo a una variopinta multitud más o menos marginal y posee como aliciente el gratuito e imaginativo show particular de Farreras, último descendiente de una tradición de orates callejeros, a veces cuerdísimos locos empeñados en un género de espectáculo en el que el llamado teatro de calle o de guerrilla encontrará sus más válidos precedentes.

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Plácida y confortable resulta, también, la terraza de Santa Bárbara, en la plaza de Alonso Martínez el Gijón veraniego se traslada, en Recoletos, del interior al paseo reproduciendo la veterana tertulia del teatro. Más abajo, el ya mencionado quiosco de Canaletas, en plena Cibeles, contacta, por un lado, con la Gran Vía y sus terrazas aptas para practicar el deporte de mirar y ser mirado, inocente fórmula de voyeurismo, que en la Gran Vía ofrece variopintos cosmopolitas alicientes.

La enumeración de las zonas clásicas casi termina con El Retiro y sus aledaños, aledaños importantes para los aficionados a la horchata, ya que en O' Donnell se encuentran algunos de los más reputados quioscos de la especialidad.

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