Televisión, vehículo policial
Miles de cartas de indignados telespectadores en los diarios y revistas. Ensayos de sociólogos y de críticos e incluso portadas de algunas publicaciones. Nada. El corazón de la todepoderosa Televisión Española no se ablanda. Se lo pasan por debajo de las antenas. Los hombres de Harrelson es el telefilme más inmoral ofrecido por RTVE. La revista oficial Teleradio salió al paso de todas estas quejas con dos portadas dedicadas a la defensa de la serie norteamericana. En la primera ocasión la califica de sorprendente. «Un equipo perfectamente conjuntado que se reparte las tareas y el protagonismo de los episodios, que resuelve, triunfa y da prestigio a su departamento.» En la segunda, Steve Forrest, intérprete del teniente Hondo, alias Harrelson, hace de apologeta. Afirma que en España se ha intelectualizado el tema demasiado, que se trata sólo de un entretenimiento cinematográfico. «Oiga, le repito que Los hombres de Harrelson no es una serie violenta. En todo caso, lo será para aquellos que no hayan madurado intelectualmente. »Grupos especiales de policía como el SWAT, «especial weapons and tactics» se crearon en Estados Unidos a raíz del secuestro de Patricia Hearst. Después vino la serie televisiva que, entre otras finalidades, contribuyó a persuadir al telespectador sobre la necesidad y eficacia de dicho cuerpo. El telefilme provocó una reacción similar a la española y fue calificado, literalmente, de «fascista». Cuando la serie comenzó a emitirse por la primera cadena de RTVE se produjo una extraña analogía: en ocasión del secuestro de Oriol y Villaescusa la prensa informó la posibilidad de crear un cuerpo especial de policía antiterrorismo bajo la dirección del inspector Conesa. Suspicacias aparte, se pensó que RTVE sería el medio más eficaz para operar la conveniente función persuasiva. El SWAT, desde entonces, está presente no sólo en Los hombres de Harrelson. El pasado miércoles, dentro de la también norteamericana serie El caballero de azul, el SWAT hizo una fulminante aparición para salir en ayuda del inspector Morgan.
Si queremos sintetizar la ideología del programa, a fuerza de ser simples, deberemos plantearla así: ¿Qué se puede hacer con los delincuentes? Matarlos. En otros términos, ¿qué posibilidades tiene el Estado de acabar con todas las formas de delincuencia? Crear un cuerpo especial como el SWAT. El hilo narrativo de todos los episodios se mueve alrededor de uno o más casos típicos del género entre dos polos: legalidad-no legalidad, policía-delincuentes. Por una parte se trata de un cuerpo especialísimo dotado de armas, vehículos e infinidad de instrumentos subsidiarios, último modelo. Los policías han sufrido una selección a prueba de cartujo. Harrelson es todo un maestro de novicios que proviene del Vietnam. Actúan como una familia de hermanos. Su consigna es «táctica, disciplina y control». Dentro de la misma policía son una casta superior y privilegiada, a la que se encomiendan los casos más difíciles. Ante el telespectador aparecen como estereotipos que integran las distintas etnias norteamericanas, desde emigrantes italianos hasta negros, hijos de esclavos. Hombres de vocación heróica. Dispuestos a morir, a sacrificar incluso su vida familiar o sus amores juveniles, a comer bocadillos y a renunciar el descanso cuando la causa lo requiera.
Los delincuentes, por otra parte, representan todas las especies. Ladrones, raptores, estupradores, drogadictos, maníacos sexuales. Hace unas semanas, sin embargo, el marco de la delincuencia era una manifestación de jóvenes pacifistas contra una especie de central nuclear. Su organización está marcada por rasgos exclusivamente negativos. La delincuencia, sea cual sea, es siempre una demencia. Los jefes son déspotas y los miembros egoístas., desorganizados y los primeros en apretar el gatillo para facilitar el trabajo a la policía. Esta intervendrá siemp re, como último recurso y previa advertencia de que si se rinden tendrán un buen montón de años de cárcel. Entrágate porque somos más fuertes. Acto seguido, la matanza. La institución queda a salvo porque limpia la sociedad. Los conflictos sociales deben resolverse a tiros. La televisión cumple así, una desgraciada misión doctrinaria: la policía lo resuelve todo, sus métodos arbitrarios están justificados. Esta es la ideología de los lunes. La de los domingos es todavía más sútil: con maestras como Sara sobran los sindicatos. Después vendrá el turno de los médicos. Ahora, en Estados Unidos, por influencias del Watergate, están rodando una serie sobre periodistas parapoliciales capaces de resolver los escándalos más audaces.
Se trata, naturalmente, de crear buenos productos. Los telefilmes norteamericanos no son obra de idiotas. Superestudiados a todos los niveles. Perfectamente planificados con una técnica que, como diría Lutero, es la misma puta del diablo.
Recientemente un grupo de estudiantes de la facultad de Ciencias de la Información (cuarto curso de la rama de imagen) realizó una encuesta sobre este programa, en la Casa de la Cultura de Getafe. El colectivo estaba formado por varones de edad comprendida entre los quince y dieciocho años, pertenecientes a un Grupo de Formación Profesional (Electrónica). El 75 % ve el programa siempre, el 7 % frecuentemente y el 17,5 % alguna vez. Aún concediéndole al sondeo el valor relativo que tiene, ilustra suficientemente el poder del medio televisivo.
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