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Los siete rehenes despidieron con lágrimas a su secuestrador

«Yo no podré seguir viviendo en esta casa; no dormiré nunca más tranquila entre estas paredes», comentaba entre sollozos María Pastor Mansilla, de 67 años de edad, la abuela, entre los rehenes del activista de los GRAPO. «Fue una noche horrible, no descansamos. tampoco comimos nada.»La casa donde se refugió Luis Torrijos consta de cuatro habitaciones, un servicio, una cocina y un salón. En la noche del viernes se había reunido en ella la familia para acabar de arreglar los suelos y las paredes de la cocina, levantadas previamente para instalar un calentador de agua. Cuando el activista de los GRAPO penetró en ella se encontraban en su interior María Pastor, de 67 años, Julia Zamora, de 42, Mariano Jiménez, de 42. Remigia Jiménez, de 46. Pedro Fuente, de 49, Mariano Fuente, de veinte, Mariano Jiménez, de once, y Yolanda Fuentes, de diez. El marido de la abuela. Mariano Jiménez, invidente, estaba de paseo en esos momentos.

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Luis Torrijos aprovechó que Yolanda Fuentes había salido a depositar la basura para introducirse en la casa, en cuyo interior mostraba el desorden propio de las obras. La familia, sorprendida por su presencia, no reaccionó. «Nos rogó, sí, que colocáramos un mueble detrás de la puerta. Después se tumbó en una cama, en la habitación más lejana a la fachada principal del edificio. Mi marido -asegura Julia Zamora, presa de los nervios- pensó en darle un golpe y arrebatarle la pistola, pero él reaccionaba a cualquier movimiento. Nunca soltó el arma de las manos.»

«No quería coger el teléfono -continúa la abuela - cuando sonaba. Tenía que ser mi nuera -se refiere a Julia Zamora- quien contestase las llamadas. Tampoco quería acercarse a la ventana. Mi hijo era quien echaba un vistazo de vez en cuando. El fue educado con nosotros. Hablamos de la familia. de los niños, del colegio, siempre en tono familiar, incluso comentó que estaba casado, tenía una niña, recogida de un amigo que cumple condena en la cárcel, y su mujer esperaba un niño. Pero estábamos en vilo. No fuimos siquiera al servicio en toda la noche. El sí lo hizo, en dos ocasiones. Hacía gestos nerviosos con la cabeza. »

En el cuarto piso de la calle Matilde Gayo, número 2, permanecieron las ventanas abiertas durante toda la noche, aunque apenas si se vio luz luz hasta que el activista se entregó a la policía. «Yo no pasé miedo -dice Yolanda Fuentes, de diez años de edad, con una sonrisa mentirosa-. Me dormí en esta cama y luego desperté cuando se iba a ir. No, no era guapo.»

«Por la noche tuvimos diez llamadas de teléfono. Era la polícía. periodistas... Yo no sé si le llamó algún amigo suyo. El siempre decía: Quiero un abogado y un notario. No. por favor -suplica Julia Zamora- no me hagan fotos, tengo miedo de que tomen represalías.»

Cuando Luis Torrijos entró en la casa se limitó a decir: «Soy de los GRAPO. Me persigue la policía.» Y ordenó a todos los presentes que se agruparan en una habitación que estaba a oscuras.

Poco antes de que se entregara a la policía aseguró a sus rehenes que iba a llegar «un señor muy bueno». Al despedirse no dijo nada, sólo dio un beso a la abuela.

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