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Tribuna
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El monopolio de la democracia

Juan Luis Cebrián

Decía el presidente Jefferson que era tan importante el peso de la opinión pública para el sistema político de los Estados Unidos, que si tuviera que elegir entre un Gobierno sin periódicos o unos periódicos sin Gobierno, optaría sin duda por esto último. Este no es, evidentemente, el pensamiento de muchos políticos españoles. Pero la democracia es sin duda consustancial a la libertad de expresión.Hace ahora no más de seis meses RTVE puso en antena un programa infantil con una encuesta entre niños de doce años, en torno a qué entendían ellos por democracia. Todos, sin excepción, contestaban cosas como «poder decir lo que quiera», «o poder pensar como se quiera», o «poder decir las cosas», o «que no haya censura». La opinión de un niño de doce años puede no ser en sí muy valiosa -para mí lo es-, pero si responde a lo que haya podido aprender en la escuela y en su casa, habrá que reconocer que no debemos desdeñarla. A mí aquella simple encuesta me sirvió para reafirmarme en lo que siempre he creído: que de las cosas más irritantes para los españoles de la dictadura de Franco, e irritante, incluso, para los franquistas, fue la falta de libertad de expresión.Así, la respuesta ante la libertad de prensa es mucho más afirmativa y rotunda por parte del electorado que ante la creación de partidos o de centrales sindicales.

Una de las ventajas de los regímenes de libertad es que los falsos prestigios amparados en la represión general se vienen abajo, por la derecha y por la izquierda, a poco que se les empuje. Los directores de algunos periódicos hemos podido ver en las últimas semanas cómo algunos de quienes clamaban por el restablecimiento de las libertades públicas se suman ahora al coro de los descontentos por su ejercicio, y poco les falta para ponerse a hablar -¡también ellos! - de prensa canallesca. Unas cartas irritadas de los profesores Tierno y Fraga, artículos polémicos de representantes del PCE y del PSOE, violentas diatribas de los periódicos de partido: ésta ha sido la respuesta cordial a la serie de editoriales que sobre las diversas formaciones políticas ha venido publicando EL PAIS en los últimos, días y cara a las elecciones. Todo ello salpicado de increíbles sonrisas cada vez que el artículo en cuestión se dedicaba a fustigar los errores y los vicios del partido que no fuera el propio.

La reacción era de esperar. Sus expresiones, no. En menos de diez días se han quejado amargamente, y por este orden, de nuestra vulgar parcialidad, los comunistas, los socialistas, los socialistas populares, los centristas del Gobierno, los democristianos gilroblistas, los aliancistas, la ETA, y la ultraderecha. Y todos añadían algo a su queja: para el PSP el periódico se ponía al servicio del PSOE; para el PSOE, el Gobierno nos había sobornado; según el PCE -quizá los más templados- éramos anticomunistas; para los de Alianza, amnésicos; para el Gobierno, un órgano de la izquierda. El Gobierno, sin embargo, tiene, además, otras armas: censura en televisión las alusiones a EL PAIS, registra el domicilio de su director, incoa oficios y pasa tanto de culpa a los fiscales para que procedan. Cuarenta expedientes y dieciséis procedimientos judiciales iniciados, amén de dos procesamientos, es el precio de la lucha por la independencia en un año de este diario. También, al menos, ocho redactores agredidos por la fuerza pública; algunos de ellos fueron además detenidos y objeto de malos tratos. Y esto, cuando era ministro de la Gobernación el señor Fraga, que tanto ha hecho por lo visto por EL PAIS, y cuando era presidente del Gobierno el señor Suárez, al que, por lo que ahora dicen, el periódico se ha vendido publicando un reportaje de ese hermoso chalet en el que vive.

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A este propósito, y aunque no es una de las costumbres nacionales explicar las acciones propias al prójimo, no me importa gastar algunos párrafos más si así se desvanecen las dudas sobre nuestra actitud. Un periódico, a la postre, no es ni más ni menos que un periódico, y los periodistas, al menos los que aquí trabajamos, no aspiramos a las actas de diputado por Madrid que el Gobierno y la Oposición han ido ofreciendo en las últimas semanas a quien las ha querido coger. Yo no digo que un reportaje a color de Suárez en un diario de gran circulación no le pueda favorecer, lo mismo que le puede perjudicar el sondeo de opinión que hoy publicamos. En EL PAIS no se hacen las cosas, sin embargo, pensando en eso, sino en si son interesantes o no. Esto no quiere decir que sea interesante todo lo que se publica, ni que no se cometan errores. Quiere decir que no se puede hacer un periódico todos los días bajo el peso de la pequeña intriga. Sucumbir a esa actitud sería tanto como hacerlo ante los modos del franquismo.

Por lo demás, ¿qué había hecho este periódico? Denunciar la dictadura de Franco como un régimen represivo y brutal; defender la legalización de todos los partidos políticos que no sigan la vía de la violencia; expresar algunas razonables dudas de fondo sobre el eurocomunismo; trabajar por la unidad de los socialistas frente a las ambiciones personales de poder de algunos de sus líderes, el amarillismo de otros, y la ingenua reacción de prepotencia de los más fuertes; protestar por la invasión del poder en las elecciones, con la decisión del presidente de presentarse; defender las autonomías políticas de vascos y catalanes, avisando de la inoportunidad de un planteamiento federal de nuestro Estado; señalar la pequeñez de los demócratas cristianos, huérfanos del amparo de la jerarquía eclesiástica; recordar a los franquistas neodemócratas las violencias, los abusos y las arbitrariedades que cometieron desde el poder. En una palabra, tratar de ayudar al ciudadano a defenderse de la avalancha de propaganda electoral que ha llenado de slogans y confusión las cabezas de los españoles.

Hoy habría que decirles a los partidos políticos algunas cosas todavía. Y la más urgente de todas es recordarles que ellos no monopolizan las condiciones de la democracia, y que ésta es no sólo el veredicto de las urnas sobre la mayoría que nos debe gobernar, sino el derecho de toda minoría a expresarse y a tener también un puesto respetable en la convivencia común. Hoy hay que decirles a los partidos políticos que la gente acudirá a votar por un convencimiento de la necesidad ciudadana de hacerlo, más que por la credibilidad que los programas y los líderes ofrecen. Pero estos son en cualquier caso depositarios de un enorme caudal de esperanza que el pueblo ha querido entregarles. Si hacen fracasar la democracia -y puede ser así, por inexperiencia, personalismo, ambición o miedo- recaerá sobre los líderes -de esta hora la gran mancha histórica de enterrar una vez más las libertades públicas en nuestro país. Por eso, la prensa tiene una función crítica y social de primer orden, y un periódico independiente debe ser aquel que sea capaz de contestar al poder, sea quien sea el que lo ocupe, y que no obedezca a los intereses ni las consignas de grupo o persona. En este sentido, podría decirse que un periódico independiente está siempre en la oposición, que no es necesariamente lo mismo que la izquierda.

EL PAIS, a decir verdad, ni siquiera ha sido un diario de óposición. Ha colaborado con el poder hasta donde dignamente ha sido posible, no en la ocultación de informaciones -cosa que el poder hubiera deseado-, pero sí en la moderación de pareceres y actitudes. Pensábamos y seguimos pensando, que si los diarios contribuyen a encontrar un nuevo lenguaje democrático en esta etapa de nuestra convivencia, habrán rendido un gran servicio al país, y lo estamos necesitando. La reacción de algúnos partidos de izquierda a los editoriales recientes de nuestro periódico, nada tiene que envidiar en modales a la de ilustres colaboradores de la dictadura.

Estas cosas conviene decirlas ahora que los partidos van a recibir los sufragios de millones de ciudadanos, y que algunas formaciones relegadas a la clandestinidad hasta hace poco pueden verse con dificultades reales para digerir el triunfo. Este es, notablemente, el caso del Partido Socialista Obrero Español, que según todos los sondeos y pase lo que pase, será después del 15 de junio el primer partido. Las nuevas generaciones de españoles están solicitando un cambio real en la manera de gobernar este país. Pero un cambio real no sólo implica un relevo de personas o programas, sino una transformación de actitudes.

Lo menos que se puede pedir entonces a la clase dirigente que le acerca, es que se olvide de la escuela del franquismo. No vaya a resultar ahora que también los otros nos quieran dar lecciones de patriotismo, honestidad y moral a los demás. Al fin y al cabo, lo mejor que tiene esto de la democracia es que nos vamos a ver por fin, todos, tal y como somos, y no como nos soñábamos.

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