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Tribuna
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Democracia

Candidato de la Unión del CentroEn España ha entrado el furor democrático. Después de la abstinencia puede venir el hartazgo, si nos descuidamos. Por que la democracia, si hacemos caso a las exigencias que día tras día aparecen en público, ha de estar presente, no se sabe bien cómo, en todas partes. Es un nuevo dios que, a la manera del dios Trascendente, goza no sólo de una cohorte notable de adorado res einvocadores, sino de alguno de sus dones más conspícuos, por ejemplo el de la ubicuidad y el de la omnipotencia: es un curalotodo que todo lo arregla. Se trata de una verdadera religión, que tiene hasta sus conversos, los neodemócratas, como tuvo sus servidores en las catacumbas, los criptodemócratas, (algunos qué bien disimulaban, ¡hay que descubrirse!) y, por desgracia, también sus mártires. Pero este espíritu apostólico que predica democracia «oportune et importune» puede acabar desorientando a los posibles fieles. Las palabras nunca pueden sustituir por siempre a las ideas; deben ser su expresión, y cuando no lo son resultan eso, palabras huecas. La palabrería democrática puede terminar en una oquedad de tamaño descomunal, con la indiferencia de los más ante los verdaderos problemas de una democracia posible.

Ya la mera palabra democracia, utilizada en su sentido más obvio de forma de organización del poder político, resulta ambigua y un poco deshilachada por el uso. Una cosa que puede ser orgánica, inorgánica, popular, liberal, social, burguesa, occidental, y más cosas todavía, o es el ungüento maravilloso, o, en muchos casos, un mero fraude terminológico. Si la democracia es el Gobierno del pueblo, resulta extraño que ese nombre encubra formas políticas en que la opresión del pueblo es el fundamento de la vida política, y otras en que el interés general queda a merced del individualismo más insolidario y desaforado. Por ello, como no hay casi nadie que en público no se confiese demócrata, lo primero que hay que hacer es llenar de contenido esa palabra mágica, preguntándole a cada cual qué es lo que entiende por democracia. No voy a discutir quién tiene razón o no al utilizar una palabra tan manoseada; no pretendo sentar cátedra sobre cuál es la verdadera democracia. Lo que quiero es saber qué es lo que me pretenden colar bajo esa palabra, para dar mi asentimiento o declarar mi rechazo. Yo también soy demócrata. Pero no de cualquier democracia, y hago la salvedad a sabiendas de que quienes están en posesión de la verdad, y son muchos y variados, me puedan tachar de falso demócrata.

Democracia perfectible

La democracia que a mí me gusta es una manera de organización política en que el pueblo, que son todos los ciudadanos a partir de cierta edad, elige a sus gobernantes por tiempo limitado; en que los gobernantes rinden cuentas políticas pasando periódicamente por el juicio del pueblo, aunque éste pueda estar más o menos manipulado; en que no hay vía política de irás y no volverás; en que la mayoría no oprime a la minoría; en que el poder conferido por el pueblo está limitado por el respeto de todas las libertades, por muy formales que sean, y todos los derechos fundamentales, incluso los más materiales, tan amplios como sean posibles, en cuanto compatibles con la convivencia; en que las minorías son respetadas; las peculiaridades admitidas. La democracia que a mí me gusta es aquella en que el poder no se hace tiránico, aunque tenga el beneplácito de la mayoría más abrumadora; en que los detenta dores del poder pueden ser re movidos por el mismo pueblo que los eligió; en que nadie, salvo el pueblo, tiene el secreto inconfesado de lo que al pueblo le con viene: ni la clase, ni el partido único, ni el jefe más o menos carismático, por buenos intérpretes que sean de la voluntad popular. En estas cuestiones prefiero prescindir de intérpretes y porta dores de intereses ajenos, y dar entrada directa a los interesados. Yo no sé si ésta es la verdadera democracia. La que a mi me gusta, sí. Con esto me basta. Una democracia así es posible. Pero no es fácil. Ni se gana en una hora. Ni en lo que tarden en ponerse de acuerdo los componentes de unas Cortes más o menos constituyentes. Se hace poco a poco. Como consecuencia del esfuerzo incesante. La democracia no es algo estático, como no lo es nada que tenga por fondo la convivencia humana. La democracia real es siempre perfectible, y nunca será perfecta. Si no lo entendemos así, iremos al fracaso.

La democracia así concebida sirve para organizar la vida política a distintos niveles. Pero no sirve para todo. No es predicable de todas las instituciones y formas de convivencia, de todas las estructuras y maneras de la vida social. Una de las formas de abusar de la democracia es abusar del nombre. Su utilización indiscriminada, el deseo de transponer la democracia a las ocasiones más absurdas es un producto de la malevolencia, de la ignorancia o de la ingenuidad, según los casos, y puede terminar en el desprestigio y en el aborrecimiento del nombre, y por ahí puede venir lo demás.

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Medicina eficaz y general

Porque la democracia no es sólo un sustantivo susceptible de calificaciones variopintas; es también un calificativo que se aplica a sustantivos no menos heterógpneos. Y todos los días nos lanzan a la cara que han de ser democráticas la escuela, la Universidad, la enseñanza, la justicia, el teatro, el cine, la televisión, el fútbol, los toros, las sociedades anónimas, la prensa, los monopolios estatales, los servicios públicos, la agricultura, la medicina, los hospitales, la empresa, la fisica, la pintura, la arquitectura, la filosofía, la literatura, la historia, los planes de desarrollo, el centralismo, la Administración, la burocracia (una burocracia democrática, ahí es nada), la familia, la parroquia, la diócesis, el cabildo catedral., la iglesia universal, el ejército y lo que no está en los escritos, que la imaginación y la mixtificación no tienen límites. Toda esa jerga tiene a veces, a base de poner buena voluntad, un cierto sentido; una medicina democrática será, pienso yo, la que alcance a todo el pueblo; porque si con esa reivindicación se quiere significar un modo determinado de gestión y ejercicio de la medicina, he, que pararse a pensar; una medicina ha de ser eficaz y general; quién sea el responsable de esa eficacia es otra cuestión subordinada a la anterior, y el empleo del término «democrálco», resulta algo ambiguo: ¿es medicina democrática la que está regida por los médicos, por los ATS, por los enfermos., por los sanos que son enfermos en potencia, o por gestores responsables ante el pueblo o sus representantes? Con frecuencia esas expresiones esconden aspiraciones de poder o de dominio: que una cosa deba ser democrática quiere decir que la debe mangonear el que invoca la democracia, hasta el momento más o menos injustamente excluído del manejo. Otras veces son puro contrasentido. Otras, finalmente, no implican una utilización desviada ¿le la palabra de marras.

Manoseo verbal

¿Por qué no tratamos, humildemente, de democratizar los órganos estatales para el ejercicio del poder político y en consecuencia, el aparato público estatal? Luego el resto será más fácil. Y no olvidemos que la democracia no consiste en cambiar los titulares de un poder abusivo, en cualquier esfera o institución social. Porque hay quien abusa hasta de su debilidad. Cuando veo reclamar estruendosa mente democracia en un contexto que no siempre viene a cuento, me entra el temor inevitable, no a la democracia, sino al déspota que muchos llevan dentro, aunque pretendan ejercer en grupo, o cuadrilla, o colectivo, o clase, o como quiera que se diga, para engañarse y engañar a los demás.

La democracia es algo muy serio y quebradizo. Tan quebradizo que no podemos permitirnos el lujo de desgastarle ni el nombre. Tratemos de conseguirla en su propio lugar. Y en lo demás, a cada cosa su propio nombre y su verdadera intención. El manoseo verbal puede ser el principio de su desprestigio y contyibuir a la pérdida de fe de muchos ciudadanos que a lo mejor no son creyentes tan firmes.

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