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Marchais intenta tranquilizar, sin éxito, al patronato francés

El primer «diálogo de sordos» público de los sesenta años de historia del Partido Comunista Francés, entre un secretario general de este último, Georges Marchais, y cuatrocientos líderes del patronato francés, fue un «espectáculo apasionante». La reunión se celebró anteayer en privado, pero por la noche los franceses pudieron contemplar, en la televisión, la confrontación radical, entre el lote de empresarios y el antiguo obrero metalúrgico, hoy líder del comunismo galo, que no fue «diablo» ni «angel», sino ambos a la vez.

El «forum» fue organizado por la revista económica L'Expansión. Ante la eventual posibilidad de victoria de la izquierda en las próximas legislativas, se multiplican este tipo de contactos para «instruir» al gran patronato sobre lo que sería una administración regida por el «programa común».El último mes de octubre ya paso el mismo examen el otro líder de la oposición, el socialista François Mitterrand.

El clima casi simpático de entonces se hizo, anteayer, desconfiado con el señor Marchais en el estrado; tormentoso por momentos. Muchos «tenores» del gran capital ni se molestaron en conocer de cerca a quien sigue siendo la «bestia negra» del patronato francés.

El señor Marchais hizo su interpretación del «programa común», sin concesiones, pero intentando calmar algunas inquietudes de los patronos y, desde un principio, sin grandes ilusiones: «No he venido aquí -dijo- para convencer a nadie. He venido a explicar».

En el capítulo de «tranquilizantes», el líder comunista aseguró que los «nuevos derechos de los trabajadores no pondrán en entredicho la facultad de decisión de los jefes de empresa». En el sector privado, estos jefes no serán designados por los trabajadores, como en el sector público. «No, no estamos locos -afirmó-. Queremos asegurar el progreso social, pero sabemos que no es posible distribuir lo que no se produce.» Empresas pequeñas y medianas «seguirán existiendo, como ahora. Son los grandes monopolios y las multinacionales quienes las están ahogando ». Créditos: «Distribuiremos créditos sin tener en cuenta la afiliación política.» Alternancia: «Si los franceses no están contentos, podrán manifestarlo y volveremos a la oposición.» Colectivismo: «El programa común no es un engranaje irreversible hacia el colectivismo. La sociedad socialista no es posible si no la desea la gran mayoría de los franceses. »

Pero el secretario general del PCF tampoco se mordió la lengua a la hora de explicar la otra cara del programa de la izquierda: «No hay sociedad comunista sin la apropiación pública de los principales medios de producción.» Fiscalidad: «Nosotros consideramos que las masas populares pagan muchos impuestos y los demás pocos.» Sueldo de los cuadros: «No deben superar el salario mínimo multiplicado por cinco, es decir, 11.000 francos (150.000 pesetas).» Nacionalizaciones: en opinión del señor Marchais; los patronos exageran y caricaturizan. Las 1.450 empresas que se nacionalizarán en total, contando las que pudiesen incluirse a la hora de la «actualización» del programa común, constituye el 1 % de las firmas francesas, el 15 % de la población activa y el 15 % de la producción, teniendo en cuenta, las nacionalizaciones ya existentes.

Polémica Chirac-Deferre

No es probable, ni mucho menos, que el alcalde de París y líder gaullista, Jacques Chirac, abandone el primero de sus puestos, como lo desearía el alcalde de Marsella y líder socialista, Gastón Defferre. Este último planteó ayer la cuestión en la Asamblea Nacional.

El señor Chirac es presidente del Consejo General de la circunscripción en la que es diputado, correze y presidente del Consejo de París. En opinión del dirigente socialista, esta dualidad no es legal. El ministro del Interior, Christian Bonnet, afirmó lo contrario. El problema es levemente farragoso, pero el señor Defferre ve en este «debate secundario» una prueba más del «verdadero carácter de Chirac, que con sus declaraciones pretende defender una cierta civilización, pero en los hechos viola las leyes que él hizo votar cuando era primer ministro».

El alcalde de Marsella, a partir de este hecho, expresó sus temores respecto a lo «que pasaría en Francia si las ambiciones de Chirac le permitiesen acceder al más alto puesto del Estado».

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