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Reportaje:

Número 10.000 de "Le Monde"

Sin tener el culto de las cifras redondas, 10.000 números es un acontecimiento, un pequeño acontecimiento y, si se tienen en cuenta los obstáculos franqueados, una hazaña. En el principio, hubo, durante un cuarto de siglo, la independencia del fundador del periódico frente a los diversos poderes, después de 32 años, dos generaciones de periodistas, que nunca han cedido en su esfuerzo y su fidelidad, tanto en la prosperidad como en la austeridad, en él éxito como en la dificultad; y hubo en fin los estatutos, inspirados en los hermosos sueños de 1944, que, si hubiesen sido imitados, hubiesen evitado desengaños a muchos colegas: tales son las razones de la independencia y del éxito de Le Monde.

El escándalo, para sus adversarios no es que haya tenido éxito todavía no ha cesado y no cesa de estar amenazado, es que haya tenido éxito, perseverando su independencia en relación a todos los poderes, de todo partido, de toda ideología, de toda confesión y de todos los intereses. Que sea redactado y que sea leído por hombres y mujeres de todas las tendencias, y aun cuando un problema grave, simple y decisivo se presenta al país, señale una preferencia.

Los poderosos o los envidiosos se habrían consolado de la independencia de este periódico si hubiese fracasado, o de su éxito si hubiese perdido su independencia. Asombrados de la fidelidad de sus redactores, de sus lectores, de sus anunciantes, han buscado más de una vez seducirlos o pervertirlos, y todavía lo intentarán.

Este número 10.000 de Le Monde coincide con el control anual de su difusión, en el que aparece un ligero aumento de sus lectores, sino en relación al año récord, cargado de acontecimientos interiores y exteriores, que fue 1974. Le Monde consolida el tercer lugar después de Ouest-France y de France Soir.

Tercer periódico francés por su tirada, Le Monde es el segundo diario parisiense, y el primero por la difusión, tanto en provincias como en el extranjero. No extrae de ello ninguna vanidad y está más bien asombrado y se siente reconfortado después de un año en el transcurso del cual ha debido enfrentarse a una doble ofensiva que se lanzaba contra su reputación y ponía en tela de juicio su independencia. En estos años, varios grandes periódicos han cambiado de propietario, han sido vendidos, y algunos liquidados, con la garantía y aún con el apoyo del poder, al margen de los periodistas y naturalmente, de los lectores. ¿Nuestros autores de panfletos y de libelos se han interesado por estos hechos? No. ¿Aquéllos que se han hecho eco con comnlacencia se han conmovido verdaderamente? No. Han preferido atacar a Le Monde. Sin éxito.

Dificultades de la información

El periodista, es un observador que da cuenta de acontecimientos de los que no siempre es testigo directo, debe tener confianza en los informadores, corresponsales, agencias y lectores, que ellos mismos no son siempre testigos directos de los acontecimientos y cuyas versiones son, a menudo, diferentes. Se ha dicho del periodista que era el historiador del instante. Hay contradicción en los términos. El historiador, a diferencia del periodista, dispone de toda la perspectiva necesaria, en el espacio y en el tiempo. Pero si puede utilizar a placer testimonios y documentos, puede equivocarse no solamente sobre la interpretación de los acontecimientos, sino también sobre su desarrollo, y también sobre su realidad.Frente a esta dificultad que consiste en establecer en algunas horas y minutos la verdad o la verosimilitud de un hecho, un periódico no está desprovisto de medios; puede y debe multiplicar las fuentes de información, recortar y verificar las noticias, publicar diversas versiones, usar naturalmente sin abusar del condicional, que no es una cláusula de estilo, y en fin y sobre todo, completar o corregir cuando la laguna o el error es demasiado manifiesto. Extrañamente, las rectificaciones que se publican bajo diversas formas, son llevadas algunas veces al pasivo de Le Monde. Sin embargo, es la actitud contraria que debía esperarse, pues si no es vergonzoso equivocarse es deshonesto no rectificar.

Si el error de hecho es posible, el error de juicio no lo es menor. Los dos pueden estar sustancialmente ligados. El juicio de todo periodista comienza en el momento donde aprecia el valor, la significación, la importancia, o simplemente la realidad de un acontecimiento. Desde este instante, entra inevitablemente un elemento de subjetividad en su decisión. Si no fuese así, todos los diarios darían el mismo lugar y la misma importancia a los acontecimientos, y, en un mismo periódico, todos los redactores estarían inmediatamente de acuerdo en cada etapa de su elaboración: selección, espacio, lugar de la información. Al límite, se puede adoptar esta fórmula de un profesor de periodismo: la noticia no es un objeto, sino el producto de un juicio.

El diario tiene otro medio de enfrentarse a esta dificultad, publicar el mayor número posible de informaciones sobreel mismo acontecimiento o sobreacontecimientos diferentes. El riesgo de error o de omisión (de hecho y de juicio) es entonces menor. El lector tiene la seguridad, o la esperanza que nada importante o significativo le será disimulado. La objetividad nace así de la abundancia de noticias, pero este esfuerzo supone un volumen que no está permitido a todos los diarios.

Hay un último medio de enfrentarse a las dificultades diarias, de la información, pero ése lo ha rehusado siempre Le Monde: el de esperar que el acontecimiento se haya perfilado definitivamente para hablar de él, que se haya terminado en su duración y en su forma. Naturalmente, si se aproxima demasiado a un acontecimiento en caliente, puede uno quemarse los dedos. ¿Pero un periodismo en frío es periodismo? Es más prudente y más confortable mantenerse a distancia y esperar, para presentar un hecho inquietante, expresar una verdad cruel que la opinión esté preparada a recibirlo y a aceplarlo. Pero si la difusión de Le Monde aumenta cuando se produce un hecho grave, ¿no es porque el lector busca elementos de información, y de reflexión que no encuentra en otra parte? El periodismo es la vida, la vida agitada, apasionada, inquietante; los asustadizos y los temerosos no tienen un puesto en la vida ni en el periodismo.

Este esfuerzo de información, más o menos bien realizado, un diario tiene el derecho y el deber de dar una opinión.

Hay tres clases de periódicos. Aquellos que se dicen de información: ¿Pero hay alguno que no lo sea? Porque no tener opinión es una forma de tenerla. El no escoger, entre lo verdadero, lo verosímil y lo falso, entre lo que se cree el bien o el mal, entre lo significativo y lo no significativo, es tener una opinión, lo más frecuentemente conservadora. Cuando un hombre o un país su fre una injusticia grave, la indiferencia es una opinión. Cuando se ha cometido un crimen, individual o colectivo, aunque sea en nombre de la razón de Estado, el silencio es una opinión. Y la mentira por omisión, puede ser la peor de las opiniones.

Hay, en sentido opuesto, aquellos que estando al servicio de un partido, de una ideología, de una confesión y a fortiori de un interés son su expresion oficial. Hay en fin, los periódicos material y políticamente independientes, que expresan libremente su opinión, pero presentando el mayor número posible de elementos de información y de reflexión.

Pronunciarse cuando una elección simple y grave se plantea al país -ratificación de un tratado, referéndum, elecciones nacionales-, pero después de haber publicado los documentos, hacerse eco de los debates y de los puntos de vista más diferentes: si hace este esfuerzo, el diario independiente tiene el derecho de emitir un juicio que se impone tanto menos al lector, que éste habrá tenido todos los elementos de su propio juicio. Tiene el deber, pues el lector tiene el derecho de conocer la opinión de su diario, aunque no sea más que para confrontarla con la suya, aprobarla o rechazarla.

El maniqueísmo propio a los períodos de enfrentamiento puede simplificar en demasía las definiciones y las clasificaciones. Un periodista profesional, aunque sea partidario apasionado, tiene la experiencia de la diversidad y de la complejidad.

Libertad y justicia

A los periodistas que no están al servicio de ninguna ideología y de ningún partido no se les puede pedir que no tengan ninguna, idea, ningún sentimiento, ninguna pasión, y que sean autómatas de la información. Se puede exigir de ellos que se emancipen de sus prejuicios, de su apriorismo, no de su herencia intelectual y moral que han recibido de sus padres y de sus maestros, que han obtenido de su aprendizaje y de su experiencia, enriqueciéndose del espíritu de la tradición del periódico, donde ejercen su profesión. Un redactor que llega a un periódico que él ha conocido como lector, sabe donde entra.De orígenes y de tendencias diversas, los redactores y los responsables de este periódico tienen entre ellos un mínimo de ideas comunes. Ante todo, la pasión de la justicia.

La autoridad es indispensable a toda vida en comunidad, y abarca desde la célula familiar a la organización internacional. La forma de ejercitarla puede variar según las épocas y los países. Su necesidad y sus abusos están en la naturaleza de los hombres y de las instituciones.

Por una tendencia fatal, todo poder se inclina a abusar de los poderes de los que dispone, y a usurpar un día u otro los derechos de los individuos o de las comunidades vecinas. Todo poder contiene in sí el germen de su demasía.

Cuando no era más que ministro de Finanzas, Giscard d'Estaing había definido la prensa como un antipoder. No que sea necesariamente una prensa de oposición, sino porque aún cuando esté próxima de la mayoría, está atenta a todas las usurpaciones de poderes ya sean políticas, económicas, militares, y religiosas.

Al servir la justicia, se defiende también la libertad. Tradicionalmente, el socialismo está más atento a la justicia, y el liberalismo a la libertad. ¿Por qué desesperar de conciliar la una de la otra? Hace cien años, los filósofos afirmaban que no sería posible nunca conciliar la libertad y la autoridad. Pese a sus debilidades, de la que la peor es la inestabilidad, la democracia política, ha logrado a medias, servir a la vez, la autoridad y libertad.

Al sostener la empresa de la descolonización, Le Monde defendia a la vez la justicia y la libertad. Al no desesperar de ver garantizada un día la justicia y la libertad en el seno de una democracia económica, Le Monde permanece fiel a su tradición.

Esta pasión de la justicia, esta preocupación de conciliarla con la libertad, pueden definir el ideal de este periódico y el criterio que intenta aplicar para juzgar una actualidad que, al cabo de los años, se transforma profundamente. Los problemas, las disciplinas, los valores, los acontecimientos, los países, sobre los que se interesa un periódico como éste, no son los mismos que hace veinte años, diez años.

El mundo ha cambiado: Le Monde no ha cambiado de espíritu ni de vocación

Jacques Fauvet París, 25 marzo

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