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Compromiso constitucional y alianzas electorales

Se acentúan cada día más los síntomas de la inquietud que producen, de una parte, los alardes triunfalistas de grupos que alardean de una fuerza mayoritaria de votos que es muy dudoso que posean, y, de otra, los sondeos encaminados a crear artificialmente una agrupación privilegiada, patrocinada o amparada por el presidente del Gobierno.Ambos fenómenos -que hacen oscilar a muchas de las innumerables agujas que se agolpan en los cuadrantes de nuestra rosa de los vientos políticos- tienen un denominador común -el miedo-, que no por ser un factor negativo deja de poseer una gran fuerza potencial, que no se sabe todavía en qué molde va a cuajar. Y ahí es donde radica una de las grandes incógnitas del momento presente.

Miedos de naturaleza muy compleja, que hunden sus raíces en multitud de terrenos y que obedecen a una gran variedad de causas, no todas abiertamente condenables. Aunque es tarea dificilísima clasificarlas o catalogarlas, no puede dejar de ser materia de análisis desapasionado.

En una escala de mayor a menor nobleza, hay que colocar en primer lugar el desasosiego que inspira todo cambio. En el caso español, la aparente facilidad con que se ha pasado del poder autocrático a las primeras afirmaciones y aun ensayos democráticos tuvo la virtud de calmar las nacientes inquietudes. Pero, a medida que se va acercando el momento de las grandes decisiones, las zozobras vuelven a brotar en los espíritus. Claro es que este miedo razonable ni paraliza la acción ni empuja hacia las ficciones. Es, o puede ser, por el contrario, factor importante en la tarea de buscar y apoyar una decisión razonable y constructiva.

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Viene, después, una vaga sensación de inseguridad, que se extiende por una amplia zona, que va desde el deseo de asegurar la continuación de un mejor nivel de vida, honestamente conseguido en el pasado, hasta el anhelo de no perder unas preeminencias económicas cuya legitimidad, más, o menos dudosa, sería arriesgadísimo revisar, a menos ,de abrir locamente un período inquisitivo que alcanzaría, sin beneficio para nadie, a un elevadísimo porcentaje de españoles.

Cierra el desfile de desfallecimientos espirituales la larga lista de quienes, durante varias décadas de poder, han realizado, desde cargos de responsabilidad, una indefendible política de persecuciones, injusticias y arbitrariedades o han permitido o amparado gravísimas irregularidades administrativas, y tal vez lucrándose con ellas; los que se han aprovechado de la impunidad en que tan pródigo se mostró el régimen pasado para amasar enormes fortunas al margen de la moral y de la justicia;. los que sienten en su conciencia el inquietante cosquilleo del recuerdo de atropellos en los que se ha tenido una participación que va desde la coautoría descarada hasta el vergonzante encubrimiento... ¿A qué seguir?

Ese conjunto de inquietudes -unas plenamente fundadas y otras sin probabilidades racionales de desencadenar venganzas o represalias- forman un sector amplísimo en que la palabra confinuismo tiene muy gratas resonancias.

Las componentes de esa masa a la que hay que sumar agradecimientos personales, recuerdos amargos de los años de la guerra civil y hasta lealtades de noble inspitación ocupan en buena parte los puestos de mando, no sólo en los altos cargos del Gobierno y la Administración, sino en los más modestos de la gestión de la vida municipal y provincial, hermandades, sindicatos y demás artilugios mediante los cuales el régimen pasado creó, a un mismo tiempo, una modesta oligarquía de estómagos agradecidos y un eficaz arsenal de instrumentos directos o indirectos de presión.

Estos restos del partido único, que son tal vez los más peligrosos, dudo mucho que desaparezcan con las medidas que el Gobierno anuncia para muy en breve, pero que, en todo caso, por muy pronto que se promulguen, ya llegarán demasiado tarde. No será bastante garantía para la pureza de las elecciones próximas la sustitución de las Juntas del Censo -demasiado politizadas- por las Juntas Electorales creadas hace pocos días por el Gobierno. No será suficiente la disolución del Consejo Nacional del Movimiento, con la incorporación de la Secretaría General a la Presidencia del Consejo de Ministros, ni la adscripción de sus funcionaríos a los escalafonles del Estado, ni la agrupación de sus medios informativos bajo una dirección pendiente de una nueva subsecretaría. El mal está en las autoridades de los medios rurales, que han ejercido -salvo honrosas excepciones- un caciquismo absoluto, y que las gentes ven con temor que puedan volver si la tan cacareada reforma democrática desemboca en un continuismo vergonzante que se está preparando descaradamente.

Temo que la liquidación de los restos del Movimiento Nacional carezca de garra. Si se quiere dar a la población rural indefensa la sensación de que.las presiones de los hombres del pasado van a acabar, ¿por qué no decretar, por ejemplo, la inelegibilidad para puestos de mando en las próximas elecciones municipales de todos aquellos que, salvo raras y justificadísimas excepciones, hayan sido desde las Alcaldías, durante un mínimo de cuatro años, en los tiempos de la dictadura, auténticos señores feudales?

Sobre toda esa masa de ciudadanos atemorizados e inseguros, están actuando con indudable eficacia dos factores. Uno es la propaganda de un conglomerado dirigido por.ex ministros, ex subsecretarios, ex directores generales, etcétera, con abundancia de gobernadores a su órdenes, que disimulan la posición defensiva en que se han colocado, por razones tácticas, con la promesa de realizar, si triunfan en el Parlamento, todo lo que no pudieron o no quisieron llevar a la práctica en los muchos años de disfrute del poder; y otro, que estimo mucho más peligroso, y es la posibilidad de que el señor Suárez se decida a romper la, neutralidad del Gobierno y se lance a la formación de un partido propio, bien utilizando candidatos seudo-independientes, bien aliándose con alguno o varios de los grupos, bloques o federaciones que empiezan a destacar en el caótico panorama de los partidos actuales.

El primer método, es decir, el de formar un partido propio, significaría que el señor Suárez está dispuesto a llevar a las Cortes un fuerte núcleo de diputados o se nadores encasillados y en buena parte cuneros, según el viejo argot electoral español, que deberían el acta a los resortes oficiales de un jefe de Gobierno que no tiene más punto de apoyo constitucional que la voluntad de un Rey -cuya popularidad y necesidad nadie hoy discute-, pero que nació de una ley de sucesión aprobada por un referéndum falseado y que fue jurado por unas Cortes gubernativas.

El segundo método implicaría mezclar a los partidos serios que lo admitieran en el montaje antidemocrático de un reparto de actas y de escaños, con daño irreparable para la democracia.

Decía don Antonio Maura que lo peor que le podía pasar a un político era gobernar bajo la inspiración de la musa temblorosa del miedo.

Empiezo a pensar con preocupación inmensa que si el señor Suárez no se decide a ser neutral en la contienda electoral, y si no se resuelve a desarraigar con mano dura todos los asideros que aún tiene en la vida española el partido único, pesará sobre el país ese pluriforme Sindicato del miedo, que no se contentará con menos que con vinos cuantos años de prolongación del continuismo.

La solución de la tremenda crisis económica en que se debate el país sólo puede intentarse cuando España inspire confianza en el intqrior y en el exterior.

¿Cree sinceramente el señor Suárez que por los caminos tortuosos del miedo se pueden alcanzar las cimas de la confianza?

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