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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El boxeo profesional, a extinguir

NO HAY deporte que no se envilezca con la profesionalización. Aún más: termina lo deportivo donde comienza la profesionalización. La noble norma olímpica del más lejos, más alto, más fuerte viene así a trastocarse en un comercial más espectacular, más caro, más falso.Esta degeneración de los deportes cuándo abandonan el amateurismo y se profesionalizan es particularmente sensible en el mundo del boxeo, una noble liza de habilidad y fuerza entre caballeros que merecía mejor suerte de la que ha sufrido a manos de los manipuladores de espectáculos.

La larga lista de púgiles muertos en el ring o a consecuencia de sus combates sería buena muestra de tal degeneración deportiva (ya son doce los boxeadores japoneses muertos de resultas de un macht en los últimos treinta años), porque no se alimenta ese victimario por la peligrosidad de este deporte, sino por la ausencia de garantías médicas sobre quien sube a un cuadrilátero antes para ganar una bolsa que para competir deportivamente.

The Ring, revista estadounidense especializada en boxeo y con crédito en su terreno informativo, designa en su último número a George Foreman como púgil del año; un púgil que viene desarrollando combates con figuras desconocidas y harto accesibles al KO. Ahora un boxeador italiano quiere pelear con un sacerdote en su rincón, presumiblemente con intenciones más publicitarias que morales, y así entre la mediocridad de los campeones y la comercialización publicitaria el deporte del boxeo puede acabar por desaparecer.

En España es constatable el descenso de la afición, con una mera enumeración de las veladas que se organizan en un año y la calidad de los púgiles y títulos en disputa. Por otra parte, en este país -como en tantos otros del mundo occidental- el boxeo profesional no ha pasado de ser una huida economica hacia adelante, una tabla de esperanza para los muchachos de los orfanatos, los egresados de los reformatorios y, en definitiva, los hambrientos. Cruel paradoja que hace subir a los rings a las víctimas de la avitaminosis.

No nos alcanza la memoria para recordar algún bo xeador de relieve que no haya cruzado sus primeros puñetazos con la miseria, a menos que exceptuemos clarísimos casos de comercialización de forzudos de aldea trastocados en púgiles para el capricho o el mayor negocio de algún aficionado adinerado. También es una satisfac ción ver cómo decrece la cantera de boxeadores profesionales; el dato indica que sube la renta. Pero el caso es que el boxeo, desbrozado de las miserias del profesionalismo, sigue siendo un deporte hermoso y educativo. Y resulta lamentable el abandono en que se encuentra a nivel amateur. Así las cosas, no nos parecería un atentado contra las libertades individuales la prohibición del boxeo profesional. Ya está prohibido en los países socialistas. De entre los países de Occidente sólo Suecia ha optado por la abolición en base a consideraciones médicas, pero no es preciso ampararse en el derecho comparado para advertir que los ciudadanos no tienen libertad ni para matarse entre sí ni para poner en riesgo sus facultades a tanto la entrada y con participación del fisco.

Y, desde luego, un tema como el de la educación deportiva de los españoles, tan abandonado, tan necesitado de estímulos cuidados, no se merece la añadidura de descrédito, el permanente ejemplo antideportivo de un espectáculo corrupto, y hasta aburrido, como el del boxeo profesional.

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