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Un partido devaluado

Hoy domingo, va a jugarse un partido que en el bolsín futbolístico bajó bastantes enteros desde lo que se cotiza un Madrid -Barcelona en la Liga y partido de la segunda vuelta, tantas veces decisivo o corroborante del título de campeón. Durante muchas, demasiadas temporadas, nos hemos acostumbrado a ver que el campeonato es un asunto privado entre el Real Madrid y el Barcelona, con algunas raras incrustaciones de otro club. Se ha supuesto siempre, y la tradición se ha ido corroborando por la realidad, año tras año, que los cuatro puntos que el club catalán y el club castellano -e hilando fino, hasta los tanteos sumados por si había que acudir a ello en caso de empate a puntos- disputan en la Liga son tan importantes para la decisión final como para la fachenda con que cada equipo ornamenta el lance de su confrontación directa con el rival con el que comparte superpotencia de equipo, de presupuesto, de recinto de docenas de millares de socios, de refuerzos extranjeros de renombre y alto precio. En todo, lo que se dice en todo, a excepción del ingrediente del género sociopolítico y sentimental que el Barcelona guarda para blasonar de ser «más que un club», ingrediente que unas veces le añade exigencias y levanta frondas internas, mientras que en otras ocasiones le procura excusas al es tilo de la de Felipe II, al asumir que no perdió contra su rival, sino contra los elementos.

Bueno, pues de todo ello queda poco para el partido de hoy. Los ocho puntos, también positivos, que el Barcelona lleva al Real Madrid después de diecinueve jornadas deciden que aunque el equipo de la capital española, después de disparar en su turno la bala que le corresponde en su duelo singular, rebaja a media docena de puntos la ventaja del Barcelona (no en positivos, por supuesto), no pasa sino que: habría satisfecho algo de honrilla interna cara a los suyos, porque si después de la temporada que les viene dando, tan desacorde, no con los resultados normales de un club de fútbol en el ancho mundo, sino con esa costumbre de tipo oficial en España, corno sellada con balduque y pólizas, de que el Madrid salga campeón, el Barcelona le saca además algún punto, sonaría a inri y a cataclismo insoportable.

Debe ganar, pues, el Madrid, a pesar de que el Barcelona anda mucho mejor y más fácil de juego. Pero aparte de que el equipo azulgrana es un cuadro que tradicionalmente corre la Liga a tren y, por lo que parece, sin necesidad de espasmódicos y pasionales «sprints» no está en el caso de hace tres temporadas cuando el resultado que hizo a no pocos catalanes fechar el 1974, en su carta como «Any del 0-5» sino en el del campeón que ya sabe que lleva tal ventaja a los puntos que se limita a sostenerla sin fajarse a cambiar golpes. Hay unos síntomas inequívocos, y es que en el seno del Madrid los jugadores no han planteado ni oblicuamente que les suban el sueldo. Deben estar pensando en que harto harán, los que no reciban el canuto, en que no se los bajen o los conserven y Breitner, en cuál de los «lander» alemanes aterrizará después de su deslucida campaña en Madrid. Y en cambio en las plantillas de los dos clubs que a estas horas aún forcejean algo para el título, los jugadores ya piensan en las subidas de sueldos, sobre todo los que como extranjeros pueden plantearlas con claridad. El barcelonés Heredia figura formando bloque con el clan suramericano del Atlético de Madrid, que suspira cantando como Carlos Gardel el tango «Volver», mientras los holandeses, más prácticos, atacan directamente con las cifras de los nuevos contratos. En estas circunstancias, dice uno que debe ganar el Madrid. No es que vaya a ganar, si no juega mucho más de los que lo hace o saca genio para plantear un partido estilo Copa, que tan mal le van al Barcelona de siempre, pero debe hacerlo o intentarlo y todo para no hundirse más, porque es que ver al Madrid, si, por ejemplo, pierde con negativos, sería inconcebible. A Bernabéu sería como si entre Voronoff, Bogomoletz y la doctora Aslan le hubiese quitado cada uno una decena de años y volviesen los tiempos en que el club blanco, que nadie llamaba aún Real con tanto énfasis, luchaba por la supervivencia. En fin, un partido devaluado, todavía con nombre y talante de vieja estrella de la Liga que necesita un «lifting». Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que has sido.

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