Cien cambios para ningún resultado
Con una referencia a un ejemplo palpable de los caminos intrincados por los que discurre la Administración Central española, un semanario de ámbito nacional publicaba hace algún tiempo un artículo titulado «Tres ministros para cien cambios», en el que se comentaban irónicamente las numerosísimas reorganizaciones internas ocurridas en el Ministerio de Agricultura durante el mandato de sus tres últimos ministros.Aparte de ciertas inexactitudes, el artículo en cuestión es fiel reflejo de la ceremonia de la confusión que han vivido y están viviendo los funcionarios de¡ citado departamento ministerial, que ven con ojos atónitos; cómo se crean, reforman, refunden y suprimen de un plumazo negociados, secciones, servicios, subdirecciones, direcciones, e incluso, subsecretarías. Lo que el artículo no valoraba suficientemente es la progresiva desmoralización de esos funcionarios y los efectos negativos que de ella se derivan para la agricultura española.
En primer lugar, es preciso decir que las apreciaciones que aquí se hacen son automáticamente aplicables la cualquier ministerio o servicio de la Administración Central ya que los orígenes del problema son comunes a todos ellos, aunque puedan manifestarse de formas más espectaculares en algunos casos o en ciertos momentos. Los males de la Administración son generales, antiguos y de mal arreglo.
Así, durante muchos años sus instituciones han crecido desmesuradamente y han sido y son repetidamente consideradas por sus rectores como plataformas de-actuación personal con mayor o menor fortuna, los ejemplos de ellos son tan numerosos y descarados que el señalarlos uno por uno resulta ocioso. Además, la Administración cuenta con una serie de cuerpos de funcionarios cuya rigidez, temor y mastodoncia impide sistemáticamente el libre flujo de ideas y de nuevas iniciativas que profesionales de buena fe y carentes de ambiciones personalistas podrían aportar. El hecho de que existan profesionales de indiscutible valía y buena voluntad encuadrados en dichos cuerpos no es obstáculo para que éstos resulten, en conjunto, poco eficaces: la mentalidad rutinaria que impera en ellos puede desmoralizar al mejor de los funcionarios.
Es muy posible que tanto los personalismos acusados como la inoperancia de los cuerpos estatales tengan su origen en una práctica que es común en nuestra Administración y que la diferencia de cualquier otra existente en los paises civilizados. Se trata de la reiterada costumbre de considerar como «cargos políticos» los puestos con categoría de director general e, incluso a veces, los de subdirector general. Los ministros que en la actualidad gozan de corta «esperanza de vida» y menor aún gozarán en el futuro- se obstinan en confundir la labor que en otros países de occidente se encomienda a los asesores especiales con la que es propia de los altos cargos de la carrera administrativa, es decir, de los directores y subdirectores generales. Es lógico que el responsable de una cartera ministerial quiera contar con colaboradores de su confianza con los que poder contrastar ideas e Iniciativas propias de su cargo. para ello, repetimos. están los asesores. Pero los cargos administrativos son órganos ejecutores de la política ministerial y el hecho de. que sean utilizados para otros menesteres no lleva sino a desarrollar su protagonismo y a desmoralizar al buen funcionario. Este último, por cierto, no tiene por qué ser apolítico o carecer de ideología. en cualquier país del mundo desarrollado el funcionario tiene actividades políticas como cualquier otro ciudadano, pero como profesional que es se le exige , ejecutar lo mejor que pueda las misiones que tiene encomendadas dentro de la Administración sin que pueda utilizar los medios de ésta para perseguir sus propias ambiciones de tipo político.
Las democracias occidentales han conseguio con este sistema una eficacia administativa muy superior a la española. Allí sabe que un funcionario, aunque sea director general, no reparte «favores políticos»: y ello simplemente porque no puede. Existe, además, un estímulo en los cuerpos administrativos ya que a la cima de la carrera no se llega ni por habilidad política ni por edad, sino por eficacia. La Administración trabaja mientras que los ministros y, sus asesores -animales políticos por antonomasia- van y vienen en un juego que al funcionario como tal (no como ciudadano) le es totalmente ajeno.
Quizá con una organización administrativa de este tipo, los cien cambios a que se hacía referencia al principio de este comntario habrían sido más coherentes, mejor comprendidos por el funcionario y. desde luego, más eficaces.
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