Puskas, el goleador errante
Puskas está haciendo las maletas otra vez. Como siempre, habrá reservado una esquinita para las botas y el balón. Ahora va a probar suerte como entrenador del Colo Colo chileno, un equipo clásico cuyo nombre hace pensar es un telegrama enviado por tam-tam.Se lleva botas y balón. las herramientas. porque. aunque nadie lo haya dicho nunca. él no es un técnico. sino un futbolista en la reserva. En su momento se le pasó a la clase «B» con el calendario en la mano. Ya no tenía edad para hombre punta. e incluso era demasiado viejo para «libero». Mantenerle en activo era jugar con fuego: con toda seguridad habría seguido ganando el premio Pichichi diez años más, y ello habría simbolizado el reconocimiento de que la vejez no existía. Se le retiró para hacer bueno el tópico de que el tiempo no perdona. No jubilaron a un deportista acabado: jubilaron a un máximo goleador.
Con ello volvió a su destino de hombre errante. En cuarenta años. Puskas había tenido tiempo de ser capitán de la mejor selección húngara de la historia y coronel de un ejército derrotado. Poco después de la sovietización de Hungría. aprovechó una gira de su equipo para no volver más. Se convirtió en un apátrida. que era su auténtica vocación.
Cuando había cumplido los treinta, aceptó una oferta del Real Madlid. Vino a España a compartir el mejor fútbol del mundo con sus nuevos compañeros de club. Estuvo varios años ganando trofeos. los miércoles por la tarde y tomando champagne los domingos por la noche. Fue uno de los pocos futbolistas que se permitieron el lujo de administrarse unas copas a discreción. antes de ganar otras, y seguramente el único que de verdad se tuteó con Di Estéfano en la calte y al borde del área. Tenía la costumbre de celebrar la victoria media hora antes de conseguirla. El caso es que la conseguía casi siempre.
Su estampa de gourmet era la negación de la figura atlética. Parecía uno de esos deportistas de finales del siglo pasado ante cuyos retratos nos atrevemos a sonreír porque se nos antojan intransferibles a esta época. En realidad era un artista de antes que seguía ejerciendo ahora.
Desde que se fue ha sido contertulio en Chamberí. narrador de goles antiguos en cualquier parte y desafortunado fabricante de salchichas. En los últimos diez años ha tenido tiempo incluso de enseñar a jugar al fútbol a los jeques de Arabia Saudita con esas viejas botas suyas que . parecen guantes. y se ha cansado una vez por mes de estar aquí o allá.
Si alguien quiere. él se apuesta una comida a que mete el balón diez veces de diez en la portería. disparando desde el córner que se elija, o entre dos de los travesaños de una escalera de mano. Los que han perdido la apuesta (hasta hoy todos los que la han aceptado) aseguran que sigue siendo inevitable prepararse para cantar el gol cuando levanta el pie.
Hoy en el aeropuerto de Barajas un maletero le verá subir al avión y dirá en voz baja «¿De qué me suena a mí esa cara?»
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