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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El infarto

Me lo dijo Pierre Daninos cuando estuve en Francia trabajando en la cosa de la vendimia:-Mon petit, todos somos snobs.

Ahora estamos viviendo el snobismo del infarto. Hay el infarto político, el infarto erótico e incluso el infarto cardíaco, que es el más hortera.

Hafida, embajadora de Argelia, me ha enviado una cesta de dátiles de su país que tienen toda la miel misteriosa de la revolución, el socialismo oriental y el Tercer Mundo. Estos días me alimento sólo de dátiles, para evitar el infarto. Fernando Arrabal me envía desde París un ejemplar de su comedia La torre de Babel, y me lo dedica:

-Por una España mejor.

Por una España sin infarto, Fernando, tío, que aquí estamos todos con el infarto de la reforma. Hasta hay quien quiere llamar al marqués de Villaverde, que es el Barnard español del Hola, para que opere.

Esperemos que no haga falta, porque el marqués anda enredado en pleitos con el de Vilallonga, que continúa impertérrito en Lui la saga de los Martínez-Bordíu. Dicen que Rafael Ansón había pensado darla en serial por la tele, pero al final se ha decidido por La saga de los Rius.

Carmen Garrigues viene de las Cortes (no se pierde una sesión) y la encuentro un poco abultada:

-¿No será eso infarto, Carmen?

-Qué va. Es que estoy de siete meses.

Claro que para infarto erótico el de José María Iñigo. Al final de Fiesta, el otro día, se presentó en Florida Park un señor en pijama que había visto a su santa esposa por la tele, con una experiencia prematrimonial, asistiendo in per son al programa. Hubo bofetadas en Florida Park como si estuviéramos en el Príncipe de Viana. No era un invento-sorpresa de Iñigo, sino una cosa real como la vida misma. Pero Iñigo debiera meter un happening matrimonial o un infarto en su programa, si quiere que realmente Fiesta sea una fiesta. O por lo menos que meta un adulterio, con tal de que no sea el mío.

André Malraux decían que había caído con infarto político. Luego era una congestión pulmonar. Encuentro a Massiel en la noche de los tiempos:

-¿Eso que llevas al lado es un infarto?

-No, es Carlos Zayas, un amiguete.

Porque todos andamos ya por Madrid con nuestro infarto al hombro. Me lo dijo Rilke cuando pasamos los dos aquel verano en el castillo del Duino, que nos llevó al Frente de Juventudes, él enredando con sus Elegías, que se iba a presentar al Adonais, y yo haciendo marchas:

-Cada uno debe morir de su propio infarto.

Dionisio Martín Sanz, que no sé si ha leído a Rilke, teme más a morir de contrafuero. Y don Blas Piñar, lo mismo. El contrafuero es el infarto político del procurador franquista. El infarto nos da cuando nuestro corazón incurre en contrafuero. Pablo Población, mi psiquiatra de, cámara, vecino, amigo, escritor y admirado, me toma la tensión:

-Un poco baja, macho.

O sea que no hay peligro de infarto. Esto que siento por el pecho debe ser dolor de España, angina política, el miocardio ideológico, que me come, que me come por do más pecado había. A lo mejor, cuando traigan la libertad, la justicia, la democracia y el amor, hay menos infartos. Pero también tendrían menos trabajo los cardiólogos como Villaverde. Que les den el subsidio de paro. O que les eche una mano Vilallonga.

Dice que Martínez Esteruelas salía pálido del hemiciclo. Los hermanos Goncourt, enviados por Le Monde, le preguntaron en el bar: «¿Infarto?». Y decía con la mano en la herida: « No, contrafuero». La política les está matando.

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