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Reportaje:El "doping", la batalla ciclista del invierno/ 1

En Francia, los profesionales se negarán a pasar el control

El problema del doping en el deporte -ya no sólo en el ciclismo- no es, por supuesto, nuevo. Las primeras noticias sobre atletas dopados desde que el deporte de competición se puede considerar ya reglamentado en este siglo, se remontan al año 1910, antes de la primera guerra mundial. La estricnina y el licor de Fuller eran los productos utilizados.La aparición de los fármacos hacia el fin de los años cuarenta dio un empuje inusitado a los estimulantes. La segunda guerra mundial había hecho progresar enormemente su uso y el deporte, como consecuencia, no iba a quedar libre de ellos. En especial prevalecieron las anfetaminas. Incluso en tiempos de la conflagración mundial se cuenta que los ensayos hechos con aviadores dieron resultados sorprendentes. Ciertos pilotos ingleses volaban excitados de tal forma que aterrizaban a veces en Alemania convencidos de que lo hacían en Inglaterra.

La pléyade de productos similares a las anfetaminas continuó en aumento, pero ya entonces hubo otros métodos para estimularse. Como era de todos conocido que los grandes campeones tenían un pulso lento -casi de Coppi, en ese instante, como de Merkx, años después- la idea parecía clara: al frenar el ritmo del corazón se podían conseguir grandes campeones. El uso de la denominada digitalina alcanzó gran relieve. Ahora, a raíz de los Juegos Olímpicos de Montreal se ha vuelto a hablar de este tema, pero como las ciencias adelantan que es una barbaridad, a la digitalina equivalen actualmente las «betas bloqueantes». También reducen el ritmo cardíaco y, por tanto, permiten un mayor riego, más bombeado y lento de los músculos a fin de alcanzar un mayor rendimiento.

Pero la picaresca, casi más que la medicina, también añadió nuevos métodos -pseudocientíficos- hacia los años cincuenta. Se trataba de inyecciones intravenosas de veinte centímetros cúbicos con glucosa e insulina. Se pensaba que una gran cantidad de azúcar antes de realizar un esfuerzo mejoraría sensiblemente el rendimiento del atleta. La idea, con mayor o menor injerencia médica, iba siempre encaminada hacia ello. La cardiología, como es lógico, ya a partir de ese momento con prioridad, fue el caballo de batalla para médicos y profanos. Había que dedicarse al motor principal del individuo, pues era la base. Los laboratorios farmacéuticos habían puesto en circulación vasodilatadores coronarios como nitratos, trinitrina y otros y eso se utilizó especialmente para aumentar la velocidad y puesta en acción de los atletas. El peligro, como es natural, escapaba una vez más del uso indiscriminado hecho por muchos. En los Juegos Olímpicos de Roma, 1960, hubo un muerto y dos atletas más hospitalizados por esta causa. Aún hoy, en alguna que otra prueba, según ha atestiguado el doctor Dumas, médico durante muchos años del Tour y uno de los más prestigiosos especialistas deportivos mundiales, se ve a atletas tomar píldoras de trinitrina antes de una prueba con la absurda esperanza de alcanzar un mejor resultado.

En el ciclismo, tal vez como en otros deportes, ha sucedido algo parecido, pero quizá más acusadamente. Aunque todavía existen los masajistas «listillos», que saben mejor que nadie preparar el «bombazo», como se dice en el argot de la bicicleta, han ido siendo sustituidos por médicos. Lo que era casi un doping de feria, y siempre o casi siempre con la total ignorancia del corredor, ha pasado a ser, en la mayoría de los casos, un doping de laboratorio médico con el conocimiento perfecto de lo hecho, por parte del ciclista.

El último grito del doping, al margen ya de los tratados anabolizantes, es el de las transfusiones sanguíneas. En realidad no es tan nuevo. Aunque ha sido algo tan secreto como el mayor de los misterios mafiosos, los rumores han tenido y tienen todos los visos de ser verídicos. Suiza, apropiada para tantas cosas, lo ha sido también en sus clínicas privadas para las curas invernales de los grandes campeones ciclistas. Tras una larga y «cargada» temporada, la mejor manera de eliminar los residuos del doping era renovarse totalmente la sangre. El cuerpo humano, con una buena oxigenación invernal como hacen la mayoría de los ciclistas, puede perfectamente eliminar una cantidad de estimulantes no absorbidos por el hígado y riñones, pero si ésta es excesiva, no existe otra solución favorable para el corredor. De no ser así sólo le quedaría el peregrinar de mala manera la temporada siguiente por cualquier carretera.

Sin embargo, el peligro de este tratamiento, asi como su elevado coste, no ha podido permitir su extensión. A un nivel más simple luego de seguir elucubrando sobre el tema, ha llegado el extraer sangre al atleta, conservarla y purificarla unas semanas, para después volver a inyectársela. De esta forma se aumentan los glóbulos rojos, que son, a fin de cuentas, los portadores del oxígeno y, por consiguiente, su resistencia física a la fatiga. Con todo, las alteraciones cardiovasculares que pueden sucederse y el que a muchos de los atletas no les produce el efecto deseado ha frenado, al parecer, este método. Es algo similar el caso de las «betas bloqueantes», pero éstas -en principio también peligrosas- ya han dado sus éxitos en competiciones importantes. Las transfusiones, según médicos de prestigio, aún están prácticamente en período de laboratorios y su éxito es bastante dudoso.

¿Es útil doparse?

Tanto ya en el ciclismo como en los restantes deportes, la pregunta clave para el deportista de alta competición es clave: ¿Debo doparme o depender sólo de una buena preparación? La cuestión, indudablemente, es ponerse un límite a las propias fuerzas.¿Por qué se dopan los ciclistas? Tomémoslos como ejemplo. Simplemente porque son profesionales o aficionados con la esperanza puesta en llegar a serlo. En resumidas cuentas, posibles parados si no consiguen una serie de actuaciones que convenzan a su jefe. Quien más y quien menos tiene una familia que mantener, y si para hacer una buena carrera -ya ni siquiera ganarla- lleva aparejado el tener que doparse, muchos por no saberlo y otros a conciencia, de que un poco no hace daño, se dopan. Más de un corredor nos ha comentado que también los boxeadores saben que los golpes les hacen daño y siguen. Y que los mineros juegan, día a día, con la silicosis y siguen. Y que los pescadores dependen de una mar, tantas veces despiadada, y vuelven a navegar. Así es el ciclismo.

Lo mismo que aún se discute en cuanto al control -que debería poder hacerse cuantitativamente casi más que cualitativamente- y que no existe igualdad mundial respecto a los productos que dan positivo o negativo siempre, la solución, pese a ser difícil, sólo está en manos de la medicina. Michel Scob, actual secretario de la Unión de Ciclistas Profesionales franceses, antiguo campeón nacional de medio fondo tras moto, comentó hace poco tiempo: «Ciertos productos utilizados de forma racional y aconsejados por médicos especialistas son beneficiosos para el organismo del atleta. Si se los maneja de forma indiscriminada, evidentemente son peligrosos.» El ciclista, por la dureza propia de su deporte, no cabe duda que necesita una sobrealimentación. Scob se quejaba de que en Francia no se cuidaba esto y que se debería tomar ejemplo de Bélgica, donde como en otros países -RDA a la cabeza, naturalmente- los cuidados médicos, aparte ya de la selección, estudio, capacidades y demás, de de los atletas permitían una sobrecarga de entrenamiento y una mejor preparación cara a las competiciones.

El problema en este punto, sin embargo, es nuevamente el límite de lo permitido. El deporte de alta competición exige unas marcas para estar en la cumbre que difícilmente se pueden alcanzar sí no es con «ayudas». La revista de atletismo norteamericana Track and Field News publica un interesante trabajo en uno de sus últimos números sobre los efectos disuasorios que produjeron en los lanzadores los controles de anabolizantes y esteroides en los Juegos de Montreal. Sólo los de jabalina estuvieron a su altura habitual. La revista comparó las marcas de los seis primeros clasificados en peso, disco y martillo en los Juegos de Munich, 1978 y Montreal, 1976, con las seis primeras marcas de ambas temporadas. Según el resultado en Montreal el retroceso fue de un 68% mayor respecto a los seis anteriores Juegos - 1948-1972- Y al fijarse sólo en peso y en martillo, nada menos que un 111. En peso la media por atleta fue de 65 cm. menos -es decir, cuarenta más con relación a la media 1948-1972- y en martillo dos metros -cerca de uno más- La conclusión parece lógica: la mayor parte de los lanzadores en Montreal dejaron de tomar anabolizantes antes de los Juegos. Los que no lo hicieron -caso halterófilos-, aun con la anuencia de sus países, pues les han disculpado, cayeron en la trampa de su propia equivocación sobre el limite de lo permitido.

Los ciclistas, en su afán de ganar esa etapa que les pueda suponer la renovación de un contrato, también caen en ella. Pero aquí merece, la pena un punto y aparte.

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