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Lo previsto: Muangsurin aplastó a Velázquez

Lamentablemente, la pelea entre Velázquez y Muangsurin no tuvo un desarrollo ni un desenlace diferentes de los previstos. En el segundo asalto, Miguel Veláquez cayó cuatro veces, y Soria arrojó la toalla. En esos momentos, el rostro del español, sangrante y tumefacto, era la más completa expresión de inferioridad. Después, en los vestuarios declararía que abandona el boxeo.No cabe, una vez vista la pelea, hacer otro análisis de la misma que el que ya se había hecho con anterioridad. Las escenas del primer combate entre estos dos mismos hombres el 30 de junio se repitieron fielmente. La única diferencia estuvo en la velocidad con que se desarrollaron las cosas. Muangsurin, otra vez, mostró unos movimientos muy alejados de la ortodoxia del boxeo. Se asentaba casi pesadamente sbbre sus pies, y se dirigía con pasos cortos hacia Velázquez, con guardia zurda y mirada amenazadora. El español le esperaba y trataba de frenarle con algunas combinaciones de golpes, que quedaban bruscamente interrumpidas cuando Muangsurin sacaba sus manos. Su potencia es grande, y aunque no alcance al rival más que en los brazos le hace tambalear. El primer asalto sólo nos sirvió para corroborar la impresión previa: que muy difícilmente podría Velázquez colocarse fuera del alcance de su rival el suficiente número de asaltos como para provocar su agotamiento. El trabajo del hasta entonces campeón en el primer asalto fue bastante aseado; realizó varias esquivas y en algún momento sacó sus manos con rapidez. No obstante, Muangsurin, con su trabajo tosco, idéntico al de la anterior pelea, consiguió alcanzarle con algún golpe y le enrojeció el pómulo.

Segundo y definitivo

El segundo asalto significó la temida pérdida del título de Velázquez y el final de su carrera deportiva, indiscutiblemente brillante, aunque sus dos últimos combates no hayan sido nada airosos. No se había completado el primer minuto de este asalto cuando al tinerfeño le entró un directo de izquierda sacado desde bastante atrás, que le alcanzó en pleno rostro. Fue un golpe perfectamente evitable para un boxeador de la calidad de Velázquez, pero sus reflejos ya no son los de sus mejores años. El golpe le alcanzó de pleno, con toda la pesadez de la mano de Muangsurin, que carga verticalmente todo su cuerpo sobre la mano con que golpea. Velázquez cayó al suelo, y cabe decir que éste fue el golpe que le derrotó.

Tras la cuenta de ocho se levantó, pero aún sin estar plenamente recuperado, e indudablemente temeroso. Muangsurin se echó de nuevo sobre él para rematarlo, y Velázquez, tras recibir un impacto de poca importancia cayó otra vez. Tal vez prefirió refugiarse en una segunda cuenta para recuperarse mejor, o quizá fue simple miedo lo que le hizo caer. En cualquier caso, jugaba con la regla, acordada para este combate, de que las tres caídas no significaban de forma automática la inferioridad. Tras la nueva cuenta, Velázquez se levantó con aspecto lúcido, y aunque sangraba por la boca y la nariz desarrolló, cerca de medio minuto de buen boxeo defensivo, con bonitas esquivas de cintura a un rival que trataba ciegamente de rematarle.

Al fin, un nuevo golpe le descompuso y le tiró otra vez al suelo, con una fuerte hemorragia que movía a compasión. Soria, desde el rincón, toalla en mano, le interpeló con la mirada. Velázquez hizo con la cabeza un gesto negativo, rechazando el abandono, pero lo acompañó inmediatamente con una sonrisa de resignación, de ironía hacia su propia situación. El público de Segovia le estaba apoyando ejemplarmente y no podía permitirse el abandono, aunque en esos momentos sabía que no existía la menor posibilidad de llegar siquiera al final del asalto.

El árbitro, tras esta tercera cuenta, requirió al médico de la velada para que examinara a Velázquez, que sangraba abundantemente. Si el médico hubiera decidido que Velázquez no podía continuar le habría hecho un favor a nuestro compatriota, porque en ese caso su derrota se habría producido por el veredicto de lesión, pero el médico decidió que podía seguir. Los varios segundos qué requirió la observación ayudaron a Velázquez a recuperarse algo, pero no interrumpieron su calvario ni, por supuesto, frenaron en absoluto la agresividad del tailandés, que en la reanudación del combate le encerró en las cuerdas. Velázquez, protegido por sus brazos, trató de detener la avalancha de golpes, pero terminó cayendo por cuarta vez, y no es posible determinar si esto ocurrió por fatiga, por miedo, por hastío o por la mezcla de golpes y empujones que recibió. El combate terminó ahí, porque no había prolongación posible. Soria arrojó la toalla.

El público de Segovia, que había animado fervorosamente al español, se enfadó y protestó el tongo. Su actitud nacía de una decepción provocada por el noble deseo de contemplar a un Velázquez vencedor, pera no era justa. Velázquez, hace unos años una primera figura mundial, es ahora inferior a este durísimo tailandés, un rudo demoledor, muy difícil de frenar. Lo fue en Madrid hace pocos meses, en un combate en el que lo pasó tan mal como ayer, y lo ha vuelto a ser ahora. Velázquez sabía mejor que nadie antes de subir al ring que sus posibilidades eran muy escasas, y ni siquiera cabe decir que el miedo aceleró la derrota. Velázquez trató de rehacerse de cada caída, pero cada vez se levantó en peores condiciones.

La última pelea de Velázquez ha distado mucho de ser brillante, pero en nada se ha apartado de la línea de honradez que ha dirigido toda su carrera.

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