Un estudiante, asesinado
CARLOS GONZALEZ MARTINEZ, veintiún años, ha muerto atravesado por una bala en pleno corazón de Madrid. «Era un buen estudiante y un buen hijo», ha declarado con laconismo su padre. Se ignoran las circunstancias de la muerte de Carlos. Al parecer, lo asesinaron miembros de extrema derecha. El director general de Seguridad ha reiterado sus declaraciones en el sentido de que la fuerza pública no disparó en la manifestación del lunes. Hay que decir a este punto, que, en efecto, las órdenes de no hacer uso de las armas fueron tajantes y cumplidas ejemplarmente por Policía Armada y Guardia Civil. Un dato para el haber político del nuevo director general de Seguridad, que ha demostrado cómo se pueden contener desórdenes sin disparar. Pero no vamos por eso a exonerar a las autoridades de otras responsabilidades, que estamos seguros tienen disposición de atender. La primera de todas ellas, localizar y detener a los pistoleros que acabaron con la vida de Carlos González. El Gobierno Civil de Madrid ha ofrecido por primera vez en muchos años alguna información solvente sobre los disturbios del pasado día 27. Pero son precisos más datos en torno a las circunstancias que causaron la muerte del estudiante. El calibre y características de la bala, por ejemplo, y el número de sospechosos detenidos en estas últimas veinticuatro horas. Muchas veces se ha denunciado en este país la -existencia de policías paralelas, comandos anticomandos, grupos terroristas de extrema derecha que han gozado -he ahí el País Vasco, he ahí Montejurra- de cierta permisividad incomprensible y nos atrevemos a señalar que culpable. Es evidente que el actual Gobierno del Rey no tiene intención de seguir amparando a estas bandas armadas que han causado el pánico entre la población civil, disparando a mansalva y tratando de involucrar en sus acciones criminales a nombres, instituciones y símbolos de la religión y el Estado. Hace falta decir que no sólo la extrema izquierda, y no principalmente la extrema izquierda, tiene armas en este país, y hace falta aclarar quién las proporciona a estos delincuentes, así como las municiones. Hace falta preguntarse también cómo, salvo en el caso del atraco al Banco Atlántico por pistoleros fascistas, no se recuerda que ninguno de los golpes y atentados cometidos por la ultraderecha hayan sido esclarecidos y por qué se sientan con tan poca frecuencia en el banquillo de los acusados terroristas de derecha que con tanta facilidad y aparente inmunidad disparan. En una pal,4bra, hace falta decir que aquí la violencia no ha sido patrimonio de ninguna ideología y que cierta derecha española no se ha caracterizado en los últimos cuarenta años por una actitud pacífica o de respeto a la vida humana. El exceso de matones con pistola al cinto ha sido una característica de la vida española desde la guerra civil. Y son hoy un peligro para la convivencia española y para la estabilidad política.
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