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Reportaje:Sumarios con tierra encima: las explosiones de Joaquín Costa / y 3

Madrid flota sobre arena

A la hora de dictaminar técnicamente la causa que motivó el siniestro de la calle de Joaquín Costa y con la consideración previa y última de que media un sumario sobreseído en torno a este caso, lo cual comporta la inexistencia e indicios racionales de criminalidad o tendenciosidad en los hechos que lo originaron, parece muy probable que las explosiones sobrevinieran con el concurso de una multiplicidad de factores.En principio, y a pie de obra, resultó muy difícil determinar si el vencimiento parcial del paso elevado sobre su propia base causó la rotura de las tuberías de agua y éstas dañaron luego los conductos de gas ciudad o si, por el contrario, fue el reventón de las tuberías el que, posteriormente, desencadenó los otros efectos citados. Los ingenieros consultados entonces se mostraron muy recelosos a la hora de emitir un juicio clarificador, por cuanto los cálculos estimativos de primera hora resultaban de todo punto incompletos. La mera aceptación de la dualidad arriba transcrita, arrostra la inhibición de una serie de agentes previos que pudieron determinar toda la cadena de posibilidades enumeradas.

Desde la composición del subsuelo en fechas anteriores a las explosiones -tal vez alterado en sus ingredientes por recientes lluvias- hasta errores fortuitos registrados en las operaciones de perforación del túnel del Metro, sin olvidar el estado de los revestimientos externos de las conducciones de los fluidos de servicio, se abre de par en par un abanico de variables dependientes, muy relacionadas entre sí, que oscurece de antemano muchos esfuerzos por clarificar las causas.

De hecho, cuando se produjo el primer aviso telefónico a la Policía Municipal para que cortara el tráfico por el andén lateral del paso elevado, algunos vecinos, situados en el otro andén y desde el cual no se veía el afectado, manifestaron posteriormente presagiar que la vía elevada se derrumbaba. Cálculos ulteriores revelaron que el paso elevado cedió tres centímetros y, desde meses antes del desastre, se venían efectuando mediciones topográficas para observar las posibles oscilaciones del firme. Las muescas, en pintura roja, efectuadas entonces, aún conservan su trazo sobre los zócalos de varios inmuebles de la calle de Joaquín Costa. Además, no distaban muchas fechas desde que los pilotes de sujeción del puente fueran reforzados mediante unos cojinetes metálicos, regalados a través de un mecanismo compresor.

Agrietamiento

Con todo, el agrietamiento de los bajos de algunos edificios muy próximos a la glorieta de Ruiz de Alda se produjo, con certeza, antes de que las explosiones devastaran la zona. Rumores -sin confirmar- insisten en que una familia que ocupaba un chalé esquinado con la calle de Oquendo fue evacuada a un hotel madrileño, previamente a la fecha el siniestro. Las grietas también fueron perceptibles en una residencia de frailes contigua al chalé -hoy deshabitado- y se desconocen las causas que las provocaron.

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En cuanto alude a la situación precisa el escudo perforador el túnel del Metro, el día 24 de junio se encontraba a unos 20 metros del lugar del socavón bajo el puente elevado, distancia insuficiente -según fuentes solventes- como para ocasionar por sí solo la falla del terreno. Su profundidad podría ubicarse por debajo de los 15 metros y, aunque nadie descarta la influencia sobre el terreno de una perforadora tan enorme, parece rechazarse plenamente que su presencia, a esa distancia, precipitara los efectos posteriores.

Con respecto a este punto, los primeros argumentos que se esgrimieron señalaban que el escudo, en la fecha de la catástrofe, se hallaría próximo al subsuelo de la plaza de la República Argentina, si bien estas afirmaciones no contribuirían a alumbrar un ápice los hechos, ya que las primeras explosiones se registraron sobre una faja de terreno inmediata a la plaza. Por cierto, en esta banda del suelo se encuentra instalado un tanque de gasolina de 10.000, litros de capacidad, que alimenta¡ una gasolinera aledaña y que -para muchos, milagrosamente- se mantuvo indemne antes y después de hacer explosión el gas liberado de sus conducciones a media presión.

Contigua a este lugar se halla una estación subterránea que regula dos tipos de presiones en los circuitos gaseosos del área. Desde este punto y mediante el adecuado manejo de las llaves, varios operarios impidieron la extensión de explosiones en cadena hacia las zonas de El Viso y Chamartín; asimismo, circunscribieron sobre un espacio reducido la localización de los estallidos.

Disparidad

La ignición del gas encontró también explicaciones dispares. La más empleada explica el hecho mediante la consideración de que la rotura de las conducciones de agua, al penetrar en los conductos eléctricos, produjo cortocircuito, si bien investigaciones posteriores señalaron que no resultaba necesaria la presencia de energía eléctrica para desencadenar la combustión. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la galería de servicio -sobre la banda subterránea derecha de Joaquín Costa en dirección a Ruiz de Alda encerraba en su interior entre 10 y 12 cables telefónicos de 20.000 líneas cada uno, además de cables de tensión alta, de televisión y los circuitos de iluminación de la propia galería -éstos de frágil estructura- es fácil inclinarse por la primera de las explicaciones.

A unos 15 metros de la galería, centrada sobre la mitad de la calle, discurría la conducción de gas con tomas derivadas a las trampillas instaladas sobre las aceras y junto a los portales. En aquellas fincas no usuarias de gas ciudad, se habían abierto bocas para las, otras tomas de servicios, por lo cual, tras el estallido de los primeros almacenamientos de gas, las aberturas cumplieron el papel de tiros para la propagación de la onda expansiva. Por ello, también, los fogonazos ocasionaron daños en el interior de los patios de estas casas o en los portales donde se encontraban las trampillas, violentamente lanzadas hacía arriba.

Quizá el sujeto agente de mayor peso a la hora de contribuir al desastre fue el subsuelo. Todo Madrid, desde la ribera del Manzanares hasta Vallecas y la zona noreste, se compone de arenas tosquizas, arcillosas, caracterizadas por una complexión frágil que favorece la formación de bolsas de aire, imprevistas, en cualquier rincón. Su inconsistencia dificulta enormemente la eficacia de los sondeos previos a cualquier ejecución de obras subterráneas, de tal modo que los resultados tras estas indagaciones dicen muy poco a los expertos. Si un sondeo se realiza a 20 metros de otro, en el suelo madrileño, las investigaciones tan solo reflejan el estado de esos puntos del suelo, pero no permiten, en absoluto, prever la composición del espacio intermedio. Si a estos datos unimos la proliferación de antiguas vaguadas rellenas por sedimentación de flujos de agua y añadimos el permanente descubrimiento de accidentes geofísicos, en absoluto recogidos en plano alguno, no resulta demasiado difícil darse cuenta de los márgenes de imprecisión que el trabajo subterráneo en Madrid arrostra para sus operarios. Entre estas estimaciones sabe encontrar la causa de los socavones que, tan frecuentemente, aparecen sobre el suelo madrileño.

Variables

Así pues, en el caso de las explosiones de gas de Joaquín Costa, tropezamos con todo el caudal de variables que, en momentos determinados como el descrito, se concatenan y precipitan este tipo de siniestros. Por un asentamiento del terreno, una grieta es capaz de provocar la rotura de cualquier conducción de fluidos. Una simple junta de una tubería de agua puede saltar en pedazos tras el agrietamiento de una franja de suelo. Esta resulta favorecida si en una zona aledaña existe un túnel en construcción o si el que ya está acabado acusa defectos en su mampostería o en su bóveda, si se conjuga, además, la inserción de todo este proceso en un ámbito compuesto por estratos echadizos e inconsistentes, queda muy poco para que el desastre sobrevenga. Podemos estar ante un caso de este tipo a la hora de analizar las causas materiales que determinaron una pavorosa cadena de explosiones de gas en un área madrileña no muy distinta a tantísimas otras en las que todavía no ha sucedido nada o ese resto que con regularidad se ve sacudido por hechos similares a los relatados.

Quince días después del siniestro de Joaquín Costa, la rotura de una tubería de agua bajo la calle de Francisco Silvela estuvo a punto de ocasionar una catástrofe similar o peor a la que nos hemos venido refiriendo. La cuadrilla de reparaciones acudió con su comportamiento usual, se dio aviso a todas las entidades relacionadas con estos casos, la zona se vio atufada por un penetrante hedor a gas y no sucedió nada. Cada día que trascurre bajo los pies de los madrileños registra pequeños incidentes como éste, sin importancia, perdidos en la rutina de un trámite o una leve reparación a tiempo, para parchear una piel tan endeble como la del suelo de Madrid. El destino de tres millones largos de madrileños discurre cada día sobre esta membrana débil, que a veces resiste y, a veces se quiebra. Si hay lugar para una pregunta. ¿Cabría tensarla?

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