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Democracia como moral

«Organización» de la democracia significa -lo veíamos en artículo anterior- participación plenaria de los ciudadanos en ella. Es decir, responsabilización personal y solidaria. La democracia como participación (necesariamente complementada por la democracia como representación) ¿va a ser fácil? No lo creo. Es más superficialmente estimulante manifestarse en algaradas predemocráticas, durante una fase que, siendo todavía predemocrática, las permite ya sin demasiado riesgo, que ejercer realmente la democracia. La democracia es, el tiempo lo hará ver, mucho más entusiásticamente de víspera que en su día.¿Por qué? A la corrupción en que cayó -y en la que continúa- la «clase política» franquista corresponde la desmoralización general del país. Desmoralización que a mi juicio, es, como muchas veces he escrito, el mayor mal que nos ha inflingido un régimen que, a toda costa, se sigue agarrando al Poder. Un pueblo planificadamente desmoralizado por sus gobernantes, y que en su clase media baja y el sector más calificado del proletariado, tras penosos decenios de privaciones, acaba de ingresar fantasmagóricamente en la «sociedad de consumo» es improbable que, sin más, se sienta motivado para el ejercicio -siempre trabajoso y exigente- de la democracia. La democracia como participación real es conocimiento de los problemas políticos y toma de posesión en una pluralidad de niveles, todos ellos, directa o indirectamente, político. En tanto que lo que por ahora se percibe es sólo una suerte de fácil excitación provocada por la «democracia» como palabra mítica, rodeada de una aureola emocional.

Naturalmente, no es que yo niegue, o minusvalore, la fuerza de la emoción política. Mas la emoción, para prolongar sus efectos duraderamente, necesita ser sostenida por el sereno compromiso moral. ¿Es verosímil que éste, mayoritariamente, se dé? Ser demócrata requiere anteponer, o al menos no posponer, disociándolo, el interés por la participación política, a los meros intereses económicos inmediatos. El problema -problema real- de la democracia es un problema moral.

Suele decirse también que es un problema de educación, lo cual, según lo que se entienda por ella, puede ser verdad. Educación no en el sentido de preparación elitista o de enseñanza teórica previa, en algo así, aunque en sentido opuesto y de mayor calidad, como la falangista-franquista «formación política», hermana de la enseñanza de la religión como asignatura. Educación moral de ninguna manera separada de la praxis del ejercicio efectivo de la democracia. La democracia solamente se aprende practicándola. Lo que hace falta es querer practicarla, es decir, querella.

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¿La quiere hoy por hoy el pueblo español? Confío en que podrá quererla, pero me parece que es pronto para que haya cobrado plena conciencia de la carga que asumirla supone. Dejando aparte el contagio superficial de la «moda» democrática y la carrera oportunista de muchos franquistas hacia la titulación democrática -lo que, como va dije otro día, no es mal síntoma: es de algún modo, la repetición de las vísperas del 12 de abril, la «conversión» de casi todo el mundo a la democracia, como entonces a la República-, lo que yo creo observar de hoy para mañana es, en los estratos sociales mejor acomodados, la disposición para delegar la responsabilidad política en el grupo o grupos que, dentro de la nueva situación, puedan defender mejor los intereses socioeconómicos del sector. (Pseudo)-Democracia, pues, no como mera representación siquiera -lo que me parece poco-, sino como total delegación de poderes y entrega a una «despolitizada» concepción de la vida. Un segundo sector, el que para entendernos llamaremos cristiano, podría también delegar en el Vaticano, en la autoridad eclesiástica, y ésta ha sido su tentación política permanente. Esperemos que el pluralismo -por lo demás excesivo- de las tendencias democristianas e incluso, yendo más a la izquierda, la existencia de una opción de «cristianos por el socialismo», ayude a no pocos cristíanos a asumir su socio personal responsabilidad. Como no hay mal que por bien no venga, la carencia casi total -yo diría que con la excepción única de Gil-Robles, y no creo que nadie piense que estoy un régimen demasiado al que, como «tipo ideal» no he más que aproximarse, sin pura, plenamente nunca.

Así, pues, el fundamento de la democracía es la democracia como moral. Moral, en tanto que compromiso sin reserva, responsabilización plena. Y moral en tanto que tancia crítica permanente, actitud crítica siempre vigilante. Critica todo lo establecido en tanto e establecido, lo mismo o casi lo mismo si viene de la izquierda que de la derecha, porque lo establecido es lo hecho ya y no lo es decir, lo que está aún por ser, lo que es, todavía, una incumplida exigencia.

Con lo cual ya vemos que la ha de servir de base a la democracia, en tanto que instancia ética siempre tras un régimen leal», es asimismo utópica. Pero también la política -el llamado arte de lo posible- ha de ser utópico. Otro día hablaremos de ello, entre tanto podría releerse el buen artículo de José Angel Valente publicado aquí mismo, hace alreder de un mes, exactamente el 25 julio, bajo el título de «El socialismo y lo posible».

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