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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Cabaret?

UN GRAN número de políticos y una buena parte de la clase dirigente están en el cabaret. No aludimos a una posible disipación de los sesudos varones que nos rigen, sino a esa atmósfera grácil, un punto liviana, que inunda la vida pública del país en estas horas.Se respira algún aroma que pudiera recordar cierto clima europeo de entreguerras, de Weimar en los años, veinte. La música inocente del cabaret apaga el rumor de la calle.

Acabamos de salir de una larguísima posguerra y aún no ha podido la Monarquía alcanzar una mínima normalidad europea. Los beneficiarios de los últimos cuarenta años permanecen en los centros de poder. En los medios oficiales se habla con sutileza de la situación económica. No se puede ir a una consulta popular en medio de una recesión, lo que aconseja arbitrar medidas coyunturales para antes del referéndum. ¿Pero, después?

En tanto la evasión de capitales alcanza niveles insospechados, el castellano es idioma de moda en las calles de Ginebra o Zurich y allí se subastan públicamente obras de arte que nadie sabe cómo salieron del país. La deuda exterior, la corrupción, la violencia de los extremismos, el candente tema de las autonomías regionales, ahí siguen, acentuándose, sin que la reflexión colectiva y ordenada se organice para el estudio de soluciones. El otoño dirá si éste es o no un cuadro artificiosamente pesimista. Y esto no es una presunción aventurada. Cualquier ciudadano medianamente informado conoce el propósito, lícito, de las sindicales y partidos de la oposición para sacar a la calle la presión de las masas después del verano.

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Ante esta perspectiva se enfrenta un Gobierno de personas respetables, pero que ni el más encendido panegirista reputaría de equipo de hombres de Estado. Tampoco es cuestión de pedir que muden su condición. Bastaría con que pecharan con realismo con esta situación y tuvieran el valor moral de decirle al país cuál es su calendario y su arsenal para resolver los problemas inmediatos.

Por el momento, los nuevos ministros sólo han logrado una cierta buena imagen, ribeteada dejuventud, sonrisas, maneras y lenguaje europeo. El señor Osorio no se cansa de decir que este Gobierno hablará con hechos y no con palabras. Eso está muy bien. Pero hasta el momento contamos con muchísimas palabras y sólo con tres hechos: una amnistía, un acuerdo con la Santa Sede (que se deben al Rey y no al Gabinete) y un diálogo con la oposición (principal iniciativa gubernamental) que, no nos engañemos, es un poco de cabaret: entradas y salidas de Castellana, 3, alguna broma en las citas previas, dimes, diretes, asunción de representaciones inexistentes, alguna cena y un aluvión de desmentidos que dicen: no hay negociación.

El carácter evanescente de este diálogo Gobierno-oposición es obra no ya de uno, sino de ambos interlocutores. No estaría, de más, por tanto, recordar sus responsabilidades a algunos partidos de nuestra izquierda y preguntarles si van a la Presidencia a negociar, a curiosear los salones o a cumplir un deber de cortesía.

Desde la calle hay la impresión de que el Gobierno intenta engañar a la oposición (en política es lícito ese engaño). Parece claro que la oposición no se deja engañar, aunque se deje querer.

Mientras tanto, no se abordan los problemas reales. Parece llegado el momento del análisis y del estudio de alternativas concretas. Es preciso hablar un poco menos, olvidar por el momento los gestos, los despliegues de imagen y la propaganda. Hay un mesjusto para trabajar a fondo hasta la llegada del otoño. No vendría mal un poco de silencio.

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