Atlético y Athletic salieron a palos
La final del Villa de Madrid se jugó con ritmo, fuerza, dureza y precauciones defensivas propias de un encuentro de Liga. Los dos atléticos defendieron su puerta con muchos hombres y con pocas contemplaciones. El triunfo fue para los madrileños por un solo gol, marcado por Leivinha tras una rápida jugada de Aguilar. Su victoria no puede considerarse injusta, pero tampoco cabe olvidar que el arbitraje les favoreció.La tensión es uno de los elementos que más necesita el fútbol para ser un espectáculo, cuando menos distraído, y hay que convenir que eso no le faltó a la final del Villa de Madrid. Los dos equipos pusieron sobre el tapete su mayor interés en ganar, como si se tratara de un encuentro oficial; y, como es costumbre también en los partidos oficiales, pensaron que lo primero para ganar no es marcar goles, sino evitar que a uno se los marquen; como en los partidos oficiales, la irritabilidad estaba a flor de piel, y los roces provocaban roces en cadena interminable. Por desgracia, Oliva, -un árbitro que casi nunca lo hace bien, falló, además de en otras cosas, en su batalla contra el juego duro. Mostró tarjetas injustas o a destiempo e ignoró cosas de cierta ser edad. El partido, así, tomó muy pronto el camino de la dureza, y si eso hizo que aún aumentara la tensión y que el público se contagiara del interés de los jugadores en la pelea (hubo bastantes espectadores que cruzaron golpes), el fútbol como tal tuvo sus dificultades en aparecer, porque los más de los jugadores gastaban su imaginación en la forma de lastimar a algún contrario y convertían su interés por la creación de buen juego en algo accesorio.
Los dos equipos habían salido, como queda dicho, con precauciones. El Atlético de Luis dejaba en punta a Rubén Cano y a Leivinha y confiaba a Ayala la doble misión de moverse por el centro y presentarse por la delantera de cuando en cuando; en el centro del campo, Robi, Alberto, Salcedo y alguno de los defensas, que siempre se adelantaban, amenazaron en los primeros minutos con crear una línea poderosa que partiese al Athletic de Aguirre; para evitarlo, los dos extremos bilbaínos se retrasaron, con lo que, en punta quedaba sólo Amorrortu, dotado de plena libertad para recorrer todos los puestos de la delantera. Planteadas así las cosas, y contando con la presencia en ambas líneas defensivas de hombres seguros y fuertes, se comprende que el partido transcurriera con viveza, con lucha en el centro del campo, con forcejeo continuo en las luchas de pares, pero sin apenas situaciones de gol. Para Reina, el partido fue tranquilo, aunque no lo bastante como para hacerle desperdiciar la ocasión de confirmar su inseguridad, que parece agravarse de día en día. Para Zaldúa hubo algo más de trabajo, y el hombre demostró lo mismo que apuntara ante el Cruzeiro: que ofrece garantías, aunque la presencia de Iríbar en su mismo equipo le augure un pobre porvenir a corto plazo.
Falto el partido de emoción de gol, el interés se ciñó a la leña, primero sorda y luego descarada, que los jugadores repartían con prodigalidad. Los dos entrenadores hicieron esfuerzos por atajarla y devolver la paz al campo; Luis sustituyó en el descanso a Rubén Cano, protestón y follonero, y Aguirre hizo aparecer mediado el segundo tiempo a Irureta, viejo amigo de la casa. Es seguro que ambos trataron con ello de conciliar los ánimos, pues sabían mejor que nadie que, en definitiva, allí se ventilaba un amistoso y que se corría el riesgo de sufrir alguna baja importante cara al comienzo de la Liga. Pero fue inútil. Oliva era demasiado incompetente para colaborar con la sana obra intentada por los dos técnicos y la mala uva no desapareció en todo el partido. El juego fue equilibrado, las ocasiones de gol escasas y bien repartidas y el triunfo se lo quedaron los de casa gracias a un carrerón de Aguilar que alborotó a la defensa bilbaína. Por lo demás, poco que contar. Unos minutos después del gol ocurrió lo que podría haber sucedido mucho antes: uno de los tantos roces terminó en jaleo colectivo. Después, y ya diez contra diez, los ánimos se calmaron y el partido concluyó sin más historia. Un partido, pues, bronco, tenso, lleno de precauciones defensivas, con arbitraje casero y un solo gol. La Liga está cerca.
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