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La corrida acabó con el toque de silencio

Mala corrida la cuarta de los sanfermines en la que se lidiaron toros de Martínez Elizondo, correctamente presentados, mansos y broncos. Dámaso González. -Estocada caída y descabello (pitos). Pinchazo, estocada caída y rueda de peones (protestas). Galán.- Media estocada trasera y baja (silencio). Bajonazo descarado (bronca). Jorge Herrera.- Tres pinchazos y estocada delantera con derrame (aplausos y saludos). Media delantera con derrame (algunas palmas y pitos). En el transcurso de la corrida y al finalizar se produjeron entre el público algunos incidentes.

...Y al terminar la corrida desde las peñas sonó un clarín. El clarín tocaba a silencio. Casi nadie había abandonado los tendidos. Todos en pie. El escalofrío del compás solemne y agudo en una tarde tórrida, de mil sucesos que nada tenían que ver con la fiesta. In memorian. La mujer fallecida en Santurce durante los tristes sucesos de hace unos días recibía el homenaje de las peñas y del pueblo a mujer fallecida en Santurce durante los tristes sucesos de hace unos días recibía el homenaje de las peñas y del pueblo pamplonés. ¿Y ahora qué? ¿Y por qué aquí?Los sanfermines están politizados. Pienso que es lamentable que la política entre en los toros, pero como ya dije en otra crónica siempre fué así. Toros y política son dos espejos enfrentados, quizá porque el espectáculo taurino, aunque hoy no multitudinario, es rotundamente popular. El toreo nace del pueblo y el pueblo participa en él a la manera del coro en la tragedia griega.

El pueblo busca cauces de participación en la política. Pero quizá en estos momentos, precisamente por la política, estemos socavando la sustancia de la fiesta de toros y de los mismos sanfermines. ¿Es o no es? ¿Debe o no debe ser así?

La plaza de Pamplona se llenó ayer de preguntas y hubo múltiples discusiones. Algunas de ellas acabaron con cierta violencia. ¿Estábamos o no estábamos en los toros? ¿Habíamos ido a los toros o a pedir amnistía? Es cierto que si sale un torero, al estilo de Manzanares el día anterior, ni discusiones ni desviaciones habrían tenido sentido. El toreo, cuando encierra emoción y arte, puede con todo. El lance torero dotado de estos atributos, es un fenómeno fugaz e irrepetible que en el momento mismo de producirse se incardina en el recuerdo. En cuanto a espectáculo, el toreo es recuerdo de lo que fue hace siglos y de lo que ha sido hace un instante. Si se produjo en la conjunción de la emoción y el arte, se atenaza en ese recuerdo sin dar opción a compartirlo con nada; si se produjo sin ella, cae de inmediato en el olvido. Y así ocurrió ayer. Los toros de Chopera, bien presentados dentro de las limitaciones tradicionales de la ganadería, y serios, resultaron tan mansos como duros. Los toreros, ya se preveía, inexpertos en la lidia, sin garra en los pases, sin arte en la ejecución de las suertes. A Dámaso González y a Galán incluso les faltó decisión. Jorge Herrera, en cambio, sí la tuvo para dar algunos muletazos, que fueron meritorios a pesar de su absoluta vulgaridad.

Con la vulgaridad no se va a ninguna parte. La tarde bochornosa hacía del coso un horno. Corría por la arena el segundo torico navarro cuando por las peñas apareció una tira de papel escrita con palabras castellanas y vascuences, «Anmistía», «Libertad», etcétera; tan larga que, extendida, ocupaba dos tendidos. Hicieron correr la cinta hacia la sombra y los peñistas no la perdían de vista. Un espectador detuvo por unos momentos la marcha de aquel papel y le gritaron: «¡Que ese no vuelva!». Más adelante, otro espectador de sombra se puso en pie y con grandes gestos hizo pedazos mil la cinta, que terminó en aquel punto su recorrido. De sol surgió la pita, golpes de bombo, gran jaleo, gritos de «¡Fascista!», y luego, al unísono, el coro: «¡Ea, ea, ea, el bunker se cabrea!».

La corrida hacia el foso, por su absoluta falta de calidad, la sangría y el champán corrían como ríos para, de alguna forma, paliar el sofocante calor, de todas partes surgieron murmullos, gritos, discusiones. Medio ruedo se llenó de pan porque un picador de Antonio José Galán le hacía una carnecería al toro; un bote lanzado desde andanada abrió una brecha en la cabeza de un espectador de sombra. Almohadillas, desconcierto.

Arrastraban al último de la tarde y el público permanecía en la plaza, luego el clarín tocó silencio. Y cuando concluyó el último compás surgió otro coro atronador: «¡Vosotros, fascistas, sois los derrotistas!».

Las peñas bajaron al ruedo y allí pasó más de media hora antes de que acordaran si abandonarían la plaza en silencio o con música y baile. Prevalecieron los de este último criterio, pero algunas -conté tres- plegaron sus pancartas, en las que había crespones negros, y con ellas al hombro, el gesto grave, salieron a la calle. Parte del público aplaudió a estos peñistas, pitó a aquéllos. Al atardecer los sanfermines no eran exactamente una fiesta. Un nubarrón se cernía sobre la ciudad. A pesar se oye aquel «¡Viva Sanfermín!», que era como el trompetazo de la alegría. Se oye, en cambio, «¡Askatasuna!», a la vez exigencia y consigna, grito desgarrado. Algo flota, algo flota en el ambiente...

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