Jurar ante el Cid
MIO CID es un legendario héroe de la historia de España que sufrió destierro y vejaciones por tomar, en nombre del pueblo y de las Cortes, juramento al rey Alfonso. Mio Cid, ganador de batallas después de muerto siguió conquistando tierras para el monarca, al que guardó permanente lealtad. Del Cid se han hecho montañas de leyendas en torno a la teoría del caudillaje, tan querida para los sectores tradicionales y conservadores de nuestro país. Ahora, pequeños imitadores de aquel Cid gigantesco, parecen haberse embozado en sus capas y se atreven a pedir juramento al Rey. Ni serán desterrados, empero, ni ganarán, esperamos, más batallas.No hace falta decir que hablamos de los componentes de la sección primera del Consejo Nacional, que ha propuesto que, en el futuro, el Rey y el heredero presten juramento no sólo a las Leyes Fundamentales o constitucionales, sino también, y específicamente, a los Principios Fundamentales que informan el Movimiento Nacional. De modo y manera que cuando la Monarquía y parte del equipo gubernamental persiguen la instalación pacífica de un sistema democrático, se sugiere, ni más ni menos, que el Rey asuma, mediante juramento, una ideología concreta, de raíz autoritaria, antidemocrática, superada por las circunstancias históricas y resultante de una guerra civil que dividió suicidamente a los españoles.
Resulta lógico que el Rey y el Príncipe heredero se comprometan en forma solemne a acatar el ordenamiento constitucional. Carece, en cambio, de todo sentido que juren lealtad a unos principios ideológicos que por su propia naturaleza, y contra todo lo que digan quienes los veneran, no pueden ser ni permanentes ni inalterables. Es cierto que la Ley de Principios del Movimiento Nacional, ley de carácter fundamental, declara su propia permanencia e inamovilidad, pero no es menos cierto que esta proclamación legal es insostenible desde un punto de vista jurídico y desde una perspectiva política. Los hechos, además, así lo demuestran.
No hay ninguna Ley Fundamental irreformable y la técnica jurídica, al igual que el propio sistema constitucional, ofrecen el procedimiento legal para la modificación total o parcial de cualquiera de ellas. La Ley de Sucesión prevé justamente la posibilidad de reformar o derogar cualquier Ley Fundamental, sin excepción, a través del mecanismo del referéndum.
Políticamente, el juramento de lealtad a los Principios del Movimiento resulta absurdo y hasta pernicioso. Basta un somero análisis de su contenido. ¿Cómo se puede jurar lealtad al mismo tiempo a la forma de Estado, a la representación orgánica, a la confesionalidad del Estado, a la empresa como comunidad de intereses y unidad de propósitos, al trabajo, al progreso económico de la Nación, a la mejora de la agricultura, a la multiplicación de las obras de regadío, a la política naval, a la explotación de las riquezas mineras, etc., etc. Y es que los Principios Fundamentales del Movimiento son tan diversos e, incluso tan detallados, que carece de sentido político vincular al Rey por un juramento de acatamiento a lo que constituye en gran medida un simple programa de gobierno.
Algunos de los principios del Movimiento Nacional han quedado sin aplicación o, simplemente, no se han llevado a la práctica o han perdido vigencia social. ¿Cuándo se ha reformado, por ejemplo, la empresa?, ¿cuántas leyes hoy no sólo no se inspiran, sino que contradicen abiertamente la doctrina del Concilio Vaticano II en flagrante vulneración del principio de confesionalidad del Estado? La conclusión de esta realidad arroja un resultado paradójico: ni siquiera Franco, redactor de los Principios, pudo cumplirlos en su integridad. ¿De qué sirvió entonces el juramento?
En el primer mensaje de la Corona don Juan Carlos proclamaba su deseo de ser el Rey de todos los españoles. Esta afirmaciones consustancial a la institución monárquica. No cabe una Monarquía ideológicamente beligerante, comprometida por unos principios parcialmente transitorios y accidentales. La neutralidad política que el Rey debe observar queda en entredicho por la prestación de un juramento de lealtad a una ideología partidista. Es obvio que hay muchos españoles que no se encuentran, ni quieren verse insertos, en el Movimiento. Obligar al Rey a jurar sus principios implica convertirle en Rey del Movimiento, pero entonces no lo será de todos los españoles. Lo que equivale a una forma de embarcar a la Monarquía en el camino de su destrucción. Porque, en definitiva, ¿quiénes son y a quién representan esos señores que se permiten el lujo de sugerir imposiciones al órgano que personifica la soberanía nacional y cuyo titular es el representante supremo de la Nación? Los herederos de la ideología y la burocracia política falangista, la derecha autoritaria del Régimen, el franquismo recalcitrante y, en una palabra, el búnker. Vamos, todo lo contrario del Cid castellano, al que ahora parecen querer emular.
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