"Watergate" político-sexual en Washington
La utilización de magnetófonos en la política estadounidense tiene efectos sorprendentes. El embrollo político sexual de los congresistas norteamericanos con la señorita Ray, que nos lo contará todo en un libro, puede convertirse en un nuevo Watergate que, al menos, tendrá los efectos beneficiosos, que el primero tuvo. Gracias a la libertad y a los magnetófonos, en Estados Unidos se conoce todo.
Elizabeth Ray recibió instrucciones de su agente literario de Nueva York hace más de un año para que grabase con el magnetófono sus experiencias sexuales con miembros del Congreso de los Estados Unidos.Las cintas grabadas se transfirieron después y el material autobiográfico fue utilizado por un negro literario para la próxima novela de la señorita Ray, cuyo máximo, quizá único interés, reside en sus relaciones sexuales con miembros del Senado y de la Cámara de Representantes.
El valor de los recuerdos
No obstante, un asesor jurídico próximo a la señorita Ray que se llama Seymour Feig, declaró el jueves pasado que ni él ni la joven tenían en su propiedad las explosivas cintas. Por otra parte, el negro literario -negra literaria, exactamente- Yvonne Donleavy, hizo similar negación. Feig añadió que Elizabeth utilizaba el magnétófono para comunicar sus recuerdos a Ivonne Donleavy tan sólo.La existencia de estas curiosas cintas, en las que se reflejan sus relaciones, al más alto nivel político-sexual fue descubierta el miércoles pasado, por, el Chicago Tribune. Se dijo en este periódico que la señorita Ray informó a los investigadores federales sobre sus interludios amorosos con no menos de 13 miembros de la Cámara de Representantes y dos senadores, en los cuales usó un magnetófono con un micrófono reforzado que escondía debajo de la cama.
No obstante, por parte de diversos familiares de la señorita Ray se contraatacó diciendo que los informes del periódico eran inexactos. También se dijo, de nuevo, que las únicas cintas que ella grababa eran las, que luego utilizaría para sus propios asuntos, es decir, para que la señorita Donleavy pueda escribir el libro.
Un funcionario del Ministerio de Justicia que trabaja en este asunto, junto con los agentes del FBI, dijo que no existían pruebas evidentes de que la señorita Ray grabase las escaramuzas sexuales que se libraban en su cama, ni las conversaciones y ternezas subsiguientes con los miembros del Poder Legislativo de los Estados Unidos, en las que ella y ellos hablaban sobre lo que acababa de ocurrir.
«Ella tiene un magnetófono, pero que yo sepa, nunca lo utilizó bajo la cama o aplicado al teléfono», afirma una persona que se niega a facilitar su nombre. Para esta persona el. magnetófono de Elizabeth formaba parte de un material didáctico audiovisual. (Nadie especificó el contenido de estas supuestas enseñanzas). Se informa que la joven nunca entregó su «material sonoro» a los agentes del FBI o a los del Ministerio de Justicia. Sin embargo se habló de este material en el curso de las veinte horas de interrogatorios que tuvo que soportar la joven después de que se conoció su existencia. El descubrimiento ocurrió dos semanas antes de que tuviese un asuntillo con el republicano Wayne L. Hays, representante de Ohio.
La joven Ray declaró que el señor Hays la contrató con esta intención, pero Hays lo negó. En estos momentos, el Ministerio. de Justicia y el Gran Jurado Federal investigan lo que hay de verdad en todo este asunto de afirmaciones y negaciones.
El señor Feig, asesor jurídico de la joven, declaró el jueves que las únicas cintas de las que él tenía conocimiento eran las que la joven utilizaba para mantener vivos los recuerdos que luego trasladaría a un libro. «Utilizó un magnetófono para que el colaborador literario escribiese un libro.» El abogado lanzó la hipótesis de que el informe publicado en los periódicos fuese la consecuencia de una falta de conocimiento, tanto sobre el contenido de las cintas como sobre las circunstancias en que fueron grabadas.
Por otra parte, también se dijo que el hecho de que la señorita Ray se dedicase a grabar sus experiencias político-sexuales, «no es cierto. Por lo que yo sé, no existen tales cintas». Algo parecido dijo un alto funcionario del Ministerio de Justicia: «La historia me parece totalmente falsa».
El jueves pasado, alguien de Nueva York declaró que el señor Cushman, agente literario de las señoritas Ray y Donleavy, aconsejó a la segunda que grabase lo que la señorita Ray le contase sobre sus actividades sexuales para poder así escribir el libro. Dijo esta persona que se trata de una práctica normal que los negros literarios hiciesen tal tipo de entrevistas a los autores.
El libro aparecerá pronto
Según esta versión, y puesto que la Donleavy estaba en Nueva York y la joven Ray en Washington, Cushman aconsejó a la escritora que enviase a Elizabeth Ray cuestionarios sobre su vida y sus hazañas, que le serían contestadas por la protagonista directamente, sin utilizar para ello medios dolosos con sus compañeros de experiencías.Al parecer, este tipo de contactos comenzarían hace más de un año, y las dos mujeres firmaron un contrato poco después con la casa editora Dell Publishing Co. para la publicación del libro. Este aparecerá dentro de algunas semanas.
En cualquier caso, el escándalo estalló, pero no se sabe con certeza si existen las cintas. Si existen, dónde están y para qué se hicieron, si para chantajear o para hacer un libro. Si este libro se, publica, todos podremos salir de dudas. También se dijo que lo de las grabaciones pertenecía a un «especial modo de comportarse» de la señorita Ray, pero no en absoluto a segundas intenciones de ésta. Si es así, los miembros del Poder Legislativo de los Etados Unidos que participaron en la batalla de plumas respirarán con alivio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.