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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los conversos

EN RELIGIÓN los conversos son temibles. Su celo apostólico suele carecer de parangón y a menudo caen en el dogmatismo. Vaya en su excusa que, en su gran mayoría, son hombres de fe. En cambio, en política los neófitos no sólo son temibles, celosos de su nuevo credo y dogmáticos, sino que además de no tener auténtica fe, pretenden haber conocido la revelación antes que nadie.Cuando Italia perdió su última guerra, la de los neófitos políticos fue una historia divertida. Digna de las plumas que la trataron, como las de Malaparte o Montanelli. Ya se sabe que los italianos son un pueblo que comienza las guerras junto a los perdedores y las termina junto a los vencedores. Eso da al menos, una experiencia histórica y una cierta clase para convertirse a la democracia o al fascismo, según convenga.

Aquí y ahora nuestros conversos políticos, con ser muchos, no alcanzan serias tallas individuales. De entrada falta experiencia. Tras casi cuarenta años de ejercer y aplaudir la autocracia, es difícil encontrar las maneras del demócrata. Muchos de estos conversos se encuentran en tal estado de desamparo intelectual ante los nuevos aires políticos que se olfatean, que no han dado con otro recurso que el de, prescindir en ocasiones de la corbata.

Por lo demás, los nuevos conversos parecen dividirse en dos grandes grupos. Los que arguyen que ellos fueron demócratas antes que nadie y tuvieron que soportar carros y carretas en los últimos años, y los que con un conocido acento autoritario aducen qué ellos tienen tanto derecho como el que más a ser ahora demócratas.

En cualquier caso, está claro que la democracia ha de acogerlos a todos, a los cristianos viejos y a los neófitos, sin distinción. Una de las cosas que no hará jamás la democracia es conformar una vieja guardia. Pero, como poco, los antiguos pecadores contra el derecho de los pueblos a gobernarse por sí mismos, debieran atenerse a los preceptos del Ripalda sobre la buena confesión: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor e... inevitablemente, cumplir la penitencia.

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