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Ildefonso Cerdá, entre la utopía y la reforma urbana

Ayer se inauguró en el palacio Velázquez, del Retiro madrileño, la exposición centenario Ildefonso Cerdá; organizada por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos como homenaje nacional al ingeniero y urbanista catalán, en el primer centenario de su muerte. Esta exposición, que acaba de celebrarse con gran éxito en Barcelona, está constituida por casi mil metros cuadrados de paneles, tres maquetas, una película y un programa audiovisual en la que se evoca su vida y la obra del urbanista catalán vista en su propio contexto histórico.

Seguramente, señora, entre las más trascendentales y arduas cuestiones que han debido absorber la atención de los Gobiernos de España desde el establecimiento del régimen constitucional, ninguna pudiera ser germen de resultados tan funestos como la que acaba de indicarse, sirviendo de primera semilla del socialismo. Con esta frase angustiada se cerraba una carta dirigida a Isabel II en 1860 por varios propietarios del casco antiguo de Barcelona; y el objeto de su alarma no era la lucha del Trabajo contra el Capital, ni las entonces primitivas manifestaciones del fantasma, que recorría Europa, sino, aunque parezca mentira, un simple plan de reformas urbanas elaborado por un ilustre ingeniero de Caminos y hombre público barcelonés: Cerdá.Sobre lldefonso Cerdá (1811-1876) aparte un número monográfico de Cuadernos de Arquitectura y la reedición de su monumental Teoría general de la urbanización a cargo de Fabián Estapé, poco se habla ya por estas tierras. Tras haber sido presentada hace unos meses en Barcelona, ayer se inauguró en el Palacio de Velázquez, del Retiro de Madrid, la muestra que a Cerdá le dedica el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, gracias a la que aparece no ya como personaje «local» o curiosidad arqueológica para un Cuerpo del que por cierto fue el primero en darse de baja (1849), sino como lección viva y de validez -compleja validez- contemporánea. Se analizan sin tapujos sus peripecias y sus trabajos: cómo tras sus primeros contactos con la miseria proletaria redacta, con ayuda de luchadores obreros, su Monografía Estadística de la clase obrera de Barcelona, en 1856, que por lo minucioso de su retrato, de la miseria urbana, pertenece al mismo género que La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Engels; cómo gastó toda su herencia familiar en fijar la nomenclatura y el posible método de la ciencia urbana entonces naciente; cómo en su vida pública fue un liberal clásico, un republicano federal. que, pese a sus orígenes, murió rodeado de pobreza e incomprensión. Mas sería inexacta la figura sin ver su faceta de intelectual práctico, que al igual que Saint Simon y otros utópicos, no ve otra salida a los males endémicos, sino en la utopía concreta.

Sus contradicciones nacerían de la magnitud, de su utopía. Ya no se trata de organizar una ciudad ideal o un falansterio. Será el Plan de Ensanche de Barcelona, que plantea en 1859, el que llevaría a Cerdá al urbanismo práctico. Sus estudios no han sido vanos: le llevan a pensar otra manera de organizar la vida en la ciudad, una trama que acabe con el hacinamiento, la insalubridad, la congestión, la falta de luz. Sobre la base de una tradición racionalista tan adoptada de siempre en la ciudad española como es la cuadrícula, definiría una serie de variables con las que ordenar y armonizar igualitariamente el crecimiento de la ciudad. Resultado previsto: Una Barcelona habitable, en la que se suprimen las jerarquías urbanas (la supremacía del centro sobre la periferia, los privilegios de servicios o comunicación), en la que se multiplica hasta el infinito el espacio libre de las Ramblas.

Pese a haber sido aprobado por la municipalidad y haber sido puesto en práctica el proyecto, ni que decir tiene que a la ya aludida crispación política de los propietarios, le sucederían actuaciones de diversa índole, pero muy sistemáticas debido a las cuales, al cabo de un siglo y pico, podemos decir que «todo parecido con la realidad (la realidad de la utopía concreta concebida por Cerdá) es pura coincidencia».

La razón de que un plan racional, redactado tan a partir de la realidad, estudiado en todos sus detalles jurídicos y financieros, se quedara reducido al actual «Ensanche» -pálido eco de lo que podía haber sido otra Barcelona-.

Cuando la muestra abrió sus puertas en Barcelona (Universidad Central) hubo elementos del Colegio de Ingenieros que intentaron limitar el alcance recién redescubierto de Cerda. Para ellos se trata de borrar de nuestra imaginación la Barcelona ideal que Tarragó y sus colaboradores han reconstruido con tanto entusiasmo. Parece que no basta con que el Ensanche, haya sido definitivamente mutila do, abandonado el trazado, elevadas las alturas, densificadas las manzanas, realizadas sólo 2 de las 380 hectáreas previstas. Algunos querrían que no fueran estudiados Cerdá y todos los que en el país lucharon por una ciudad u otra (Arturo Soria en Madrid con la también abortada Ciudad Lineal, el GATEPAC, Torres Clavé y su plan barcelonés), ni que descubriéramos lo político de sus fracasos.

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